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Necesitamos más ferias, más bibliotecas, más librerías, más padres que lean, que comenten en voz alta sus lecturas, que lleven a los niños a eventos literarios.
Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo
Una amiga que vende camisetas se vive quejando porque cada vez que publica la mercancía en sus redes sociales indicando que, por ejemplo, le llegó una camiseta azul, talla L que vale cincuenta mil pesos la gente comienza a preguntarle: ¿No la tienes en verde? ¿Sale en talla S? ¿Cuánto vale? ¿Vendes zapatos? Yo viví lo mismo cuando tuve mi propia empresa y hay que ver el tiempo que perdía respondiendo preguntas cuyas respuestas estaban implícitas en el post. Desde eso desarrollé el terrible hábito de desplegar los comentarios de todas las publicaciones que ofrecen algo para la venta solo para comprobar que lo que le pasa a mi amiga y a mí no es un hecho aislado. ¿La gente no sabe leer? es una pregunta que me hago a menudo. Me digo que lo que ocurre es que les da pereza hacerlo o no ponen atención o tienen mucho afán o muchas distracciones y puede que haya mucho de eso —a mí a veces me pasa— pero también creo que hay que enfrentar la pregunta con seriedad porque parece que Nacho lee se quedó corto enseñando.
Hace poco dicté un taller de lecto escritura a un grupo de ingenieros muy experimentados y con logros dignos de mencionar en cualquier hoja de vida. Al final, uno de ellos se puso de pie y dijo que había quedado muy preocupado con mi clase. Al preguntarle el motivo respondió: «Acabo de darme cuenta de que no sé leer, no sé interpretar, no sé deducir, no sé analizar nada que no sean números y, por consiguiente, tampoco sé escribir».
El fin de semana pasado estuve en la Feria del libro de Pereira y al final de mi charla se me acercó un niño deseoso de mostrarme el retrato que me había dibujado. Luego, durante la firma del libro, vi a otros niños acompañados de sus padres que hicieron fila atraídos por los sellitos que pongo al pie de mi firma y que siempre les pongo a ellos en los brazos. Me quedé pensando en lo importante que es presentarle a los niños la lectura como una actividad gozosa que puede realizarse en familia y trasciende el acto puntual de sentarse en solitario con un libro en la mano. A menudo los padres me preguntan qué pueden hacer para que sus hijos lean más, mi respuesta siempre es otra pregunta: ¿Usted lee? Puede que en el colegio enseñen a hacerlo pero, de ahí a que se convierta en un hábito, se requieren toneladas de ejemplo.
Por eso necesitamos más ferias, más bibliotecas, más librerías y, sobre todo, necesitamos más padres que lean, que comenten en voz alta sus lecturas, que lleven a los niños a eventos literarios y les transmitan el gozo de encontrarse con una buena historia. Creo que es un reto inmenso que no podemos aplazar más, de lo contrario, las nuevas generaciones no sólo van a leer peor, sino que van a comunicarse con un discurso desestructurado y van a terminar escribiendo a punta de emojis, incapaces de expresar emociones complejas, de empatizar con los demás y de entender lo que ocurre más allá de sus narices.