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La naturaleza que inventamos

Hay hoteles en Asia que ofrecen en sus restaurantes encuentros con pingüinos de carne y hueso. Granjas en Sudáfrica que le permiten a los turistas acariciar cachorros de leones”.

hace 7 horas
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  • La naturaleza que inventamos

Por Lina María Múnera Gutiérrez - muneralina66@gmail.com

Se dice en el mundo científico que estamos viviendo una nueva era geológica denominada Antropoceno. Una época en la que la actividad humana ha impactado de lleno en el clima y la ecología, hasta el punto de modificar sus sistemas naturales de manera comparable a los procesos geológicos. Al mismo tiempo, y con toda la contradicción que nos caracteriza, construimos cada vez más espacios artificiales para disfrutar los placeres de esa “naturaleza” que ahora añoramos.

Concentrados cada vez más en las ciudades, y alejados de otros animales, nos adentramos en paisajes artificiales y ofertas de experiencias que en realidad son una mímica del mundo natural. No hay continente que se salve en esto de fingir el contacto con el mundo salvaje. No hay riesgos, no hay incomodidades y todo se reduce a un espectáculo.

En un centro comercial de la China se pueden ver osos polares de verdad que consumen sus días en medio de hielo de plástico y nieve de gomaespuma. En Dubái, mientras la temperatura del desierto marca 48 grados centígrados, el que quiera puede esquiar con su traje abrigado por pistas artificiales. Un resort de Alemania en forma de cúpula ofrece playas de arena blanca, bosques tropicales con cascadas, manglares, tortugas, flamingos y macacos reales, así como vuelos en globo que pasan por encima de las multitudes que pasean en medio de esta “naturaleza exuberante”.

Hay hoteles en Asia que ofrecen en sus restaurantes encuentros con pingüinos de carne y hueso. Granjas en Sudáfrica que le permiten a los turistas acariciar cachorros de leones. Y leones adultos que luego se ofrecen como trofeos a cazadores que pagan por experimentar lo que es una cacería sin mucho esfuerzo, aunque ellos se estén sintiendo como el mismísimo Hemingway.

El parque más visitado de Disney en la Florida es el de Reino Animal. Nueve millones de personas acuden cada año a vivir esa versión del África que tiene elefantes, rinocerontes y poblados artificiales, donde se puede hacer un safari por el Kilimanjaro o explorar la Ruta de los Gorilas desde la comodidad de un barco o un tren y con el sonido de fondo de una música creada para la ocasión. Y en el parque nacional de Yosemite, en California, más de 4 millones de turistas anuales arman trancones mientras los motores y el aire acondicionado de sus vehículos dejan una huella indeleble en el ambiente.

Dice Zed Nelson en su libro The Anthropocene Illusion que, contrario a lo que sostenía Charles Darwin, los seres humanos no somos simplemente otra especie, porque hemos sido los primeros en remodelar el ecosistema de la Tierra. Pero parece que no estamos preparados, ni ética, ni emocional, ni científicamente, para afrontar los enormes efectos secundarios de ese poder que estamos ejerciendo.

Impacta este dato: solo el 3% de la tierra en este planeta permanece ecológicamente intacta, con un número suficiente de sus animales originales habitando su propio entorno inalterado. ¿Será que los humanos estamos condenados a erigir monumentos de todo aquello que hemos perdido?

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