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Sé que tendré muchos años, que no me voy a casar y que tendré gafas. Que tengo gafas. Cuando sea grande seré enfermera y profesora.
Por Óscar Domínguez Giraldo - oscardominguezg@outlook.com
Fuera preámbulos porque los niños tienen la palabra:
Mi hijo Carlos me hace preguntas como estas: Mami, ¿uno se puede besar el pipi? ¿Dónde queda la tumba de mi Dios? ¿Todos resucitamos? Yo quiero resucitar para jugar a los muñecos con mi hermanita.
“Mamá, ¿el optimismo es un superpoder o una decisión?”, pregunta Florencia, de 9 años.
Les estaba leyendo a mis hijos un libro sobre la vida de Jesús. Lorenzo me pregunta: ¿Mamá: si José es el papá del Niño Jesús, María es la mamá de Jesús, entonces Dios es el Tío del Niño Jesús?
Sentí la alegría de envejecer cuando mi nieto comenzó a decir: “Abuelo, una pregunta”. (Javier Darío Restrepo).
“En el desierto todo el mundo sabe lo que tiene que hacer. Los niños pequeños se ocupan de los animales pequeños mientras las mamás los vigilan y les hablan de Abaraï Baraï. Abaraï Baraï, es el animal que impide que los niños se dispersen y se alejen. Es un animal de leyenda”.(Del libro “En el desierto no hay atajos”).
Para todo, Tito, de tres años, pregunta: ¿Y eso pa qué es? Su hermana Lina, de cinco, es más concreta: ¿Qué es una nube, qué es el metal, qué es el avión, qué significa pertenecer?
La confesión de Laura: A los siete años, me siento grande, me siento como un gigante, como un payaso. He aprendido mucho en el colegio. Sé que tendré muchos años, que no me voy a casar y que tendré gafas. Que tengo gafas. Cuando sea grande seré enfermera y profesora.
Frankie, de once años, dice que es un don ser bizco “porque eres como un dios que mira para los dos lados al mismo tiempo y si eras bizco en los tiempos de los antiguos romanos no era problema conseguir un buen empleo” (En “Las cenizas de Ángela”).
Mi papá me puso Mario porque él se llama así y dice que si no soy su hijo, por lo menos soy su tocayo.
Lucas, de 4 años, acompaña a sus padres a todas partes. En un viaje a Grecia y Turquía, al quinto día no se quería levantar: “No quiero seguir viendo cosas viejas y feas”
A los nueve años, Joaquín empezó a enviarles cartas de amor a las niñas. Se las envía a través de los compañeros. Le da pena entregárselas personalmente. Una de esas cartas dice: “Son tus ojos azules como el mar divino mismo; tus manos blancas y puras como la leche; tu boca roja y delgada como hilos de rico dulce; tu cuerpo delicado y suave como las olas onduladas y transparentes y tus virtudes cristalinas y verdaderas”.
Emilia, no hables mal de tus amiguitas, sugiere mamá. “Mamá, tú eres mi terapeuta. Déjame hablar”.