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samuel castró
Editor Ochoymedio.info, Miembro de la Online Film Critics Society
Twitter: @samuelescritor
Cuando alguien escucha una conversación que le atañe, suele reaccionar para sí mismo con un gesto o una mueca invisible para los demás, incluso si no interviene después en la charla. Pero esa situación, tan común en la vida real, no suele ser el tipo de escena que se filma en el cine, porque implica un sentido del tiempo muy específico entre los actores involucrados, que no se pueden mirar entre sí. Algunas de las mejores escenas de “Una noche en Miami”, la ópera prima de la excelente actriz Regina King, que se estrenó el viernes en Prime Video, lo son porque incluyen ese tipo de planos con una naturalidad envidiable. Con ellos, King le da ritmo y verosimilitud a las conversaciones que establecen a lo largo de una noche cuatro afroamericanos de vasto reconocimiento en la vida cultural estadounidense: Jim Brown, uno de los mejores jugadores de fútbol americano de todos los tiempos, que luego se convertiría en actor (algunos lo recordarán, vestido de cortesano egipcio, en “Mars attacks!”, de Tim Burton); el compositor, cantante y empresario musical Sam Cooke, para muchos “el rey del soul”; Malcolm X, el famoso activista y ministro de la Nación del Islam; y el joven Cassius Clay, a quien todos conoceríamos después de convertirse en campeón del mundo de boxeo, justamente en la noche que recrea la película, como Muhammad Ali.
El encuentro ocurrió aunque las palabras que allí se dijeron son invención de Kemp Powers, quien se encargó de convertir, con bastante buen juicio, su obra de teatro al respecto, en el guion de la película. Los diálogos son afilados y van profundizando en aquello que la secuencia inicial, con los cuatro personajes separados, ya insinuaba: todos entendemos qué es el racismo, pero vivirlo es mucho más complejo que esa frase. Y como cada quién es él y sus circunstancias, las ideas que lleva dentro de sí sobre el tema cada persona, incluso siendo de origen afro, pueden ser tan diferentes como lo son entre sí las distintas tonalidades de piel negra.
Hay en “Una noche en Miami” reflexiones sobre qué responsabilidad tienen las personalidades públicas negras, nada comunes en el cine y, por lo mismo, poco complacientes. Habrá respuestas que se sienten espontáneas y son hallazgos, como cuando alguien dice que la verdadera libertad de una persona depende más de su independencia económica que de su color de piel. King, que le hace honor a aquella creencia de que los directores que fueron actores consiguen el mejor desempeño de sus repartos, y las actuaciones llenas de matices, ejecutadas con prestancia especialmente por Kingsley Ben-Adir y Leslie Odom Jr., quienes hacen de Malcolm X y Sam Cooke respectivamente, construyen con las escenas que mencionamos al comienzo, una actualización de la voz de la conciencia que en los dibujos animados suele pintarse con un ángel y un demonio sobre los hombros. Aquí son los amigos los que enfrentan con sus palabras las propias ideas de cada uno, al punto de hacernos creer que ese encuentro fue la semilla de lo que sucedió después en sus vidas. Una hipótesis que por más improbable que sea, parece cierta gracias al poder de las historias bien contadas.