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No es su indiscutible y proverbial perfeccionismo formal, que lo ha llevado a repetir cientos de veces la misma toma durante alguna filmación, el que ha convertido a David Fincher en uno de los autores más reconocidos del cine estadounidense actual. Tampoco su facilidad para narrar con imágenes, visible para cualquiera en el primer tramo de El asesino, la película que se estrenó en Netflix hace unos días, donde consigue no aburrir jamás a pesar de estar contando la aburrida espera por su víctima del asesino del título, gracias a esa combinación de bellos planos, edición cuidadosa y la voz en off de Michael Fassbender, quien encarna al protagonista de esta historia, contando con entonación monocorde y apática las normas que le han permitido sobrevivir y ser muy exitoso en su actividad: matar a otros por encargo.
Lo que ha llevado a que David Fincher pase de ser un ingenioso hacedor de videos musicales (de él es el Englishman in New York de Sting, por mencionar alguno) a ser considerado un verdadero autor cinematográfico es su capacidad de comentar las características de nuestro mundo y nuestra sociedad a través de artefactos cinematográficos que apelan a géneros populares, como el thriller policial, para juzgarnos casi sin que nos demos cuenta. Exceptuando Alien 3, su ópera prima, que fue un encargo de estudio, Fincher se ha lamentado, en la voz de Morgan Freeman, de un mundo en el que nos revolcamos en los pecados capitales; nos recordó en The game que el dinero nos desconecta de lo que en realidad importa; habló de esa inquietante tentación de la violencia en El club de la pelea; cuestionó nuestra pulsión por escondernos del mundo en Panic room; señaló la facilidad de la maldad en Zodiac y se rio de nuestra intención de no envejecer en Benjamin Button.
También reveló la pequeñez de líderes como Mark Zuckerberg en La red social, nos alertó sobre la violencia contra las mujeres en La chica del tatuaje de dragón, criticó en Gone girl el exceso de máscaras que usamos para vivir en sociedad y hasta recordó que las fake news son más viejas de lo que pensábamos en Mank. Y todo lo hizo sin aburrirnos ni ceder a la imagen fácil, en películas complejas, que nos permitían conversar sobre ellas muchos años después de verlas.
En El asesino también hay comentarios. Cuando el asesino comete un error y recorre medio mundo para corregirlo, su voz sigue dándonos lecciones que suenan a consejos para ejecutivos: la empatía es una debilidad, debes ceñirte a un plan, no cedas a la improvisación. La gran debilidad de El asesino, que a pesar de ser un Fincher menor es una película muy disfrutable, es que su análisis del mundo lo hace desde el nihilismo más absoluto. En un mundo donde todos son asesinos impiadosos y un empresario tecnológico ni siquiera es consciente de que matar a alguien puede tener consecuencias, como pasa al final, vence el más meticuloso y ordenado. Una verdad tan sabida, tan de noticiero televisivo, no está a la altura de sus reflexiones anteriores.