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Cómo fue, no sé decirlo. Romería, de Carla Simon

hace 16 horas
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  • Cómo fue, no sé decirlo. Romería, de Carla Simon

Samuel Castro

Miembro de la

Online Film Critics Society

Twitter:

@samuelescritor

Fue Eugéne Delacroix quien dijo que a veces hay que estropear un poquito el cuadro para poder terminarlo. Y es inevitable pensar en aquella frase después de ver “Romería”, él magnífico tercer largometraje de Carla Simón, porque la sensación más fuerte que deja la película es una especie de enojo íntimo hacia la directora y guionista catalana, que después de enamorarnos con un tono y un registro muy específicos para contar la historia de Marina, su alter ego y personaje principal, decide en un momento cambiarlo de forma tan radical que el golpe emocional y estético es casi como un gancho al mentón que nos golpea desde la pantalla.

Marina es una joven que acaba de obtener su mayoría de edad legal, que viaja sola a Vigo para compartir tiempo con los padres, los hermanos y los sobrinos de su padre fallecido, a quienes poco recuerda porque se la llevaron a vivir a otra ciudad cuando era muy pequeña. Las circunstancias que hicieron que jamás compartiera tiempo con su papá o con esa parte de su familia, son narradas a través de un mecanismo narrativo sutil: escucharemos a veces las frases que Marina lee en el diario de su madre, que lleva consigo, alternadas con fechas y frases sobre negro que resaltan el sentimiento general de cada jornada de ese viaje. Los párrafos del diario nos transportan a un pasado que los espectadores vamos reconstruyendo con la ayuda adicional de los diálogos de los parientes, que a veces son oídos a hurtadillas y otras son producto de las confrontaciones y las preguntas de la misma Marina. El resultado es que sentimos la misma curiosidad por el destino de su padre, Alfonso, que tendríamos viendo un thriller, pero con la intensidad sentimental de un gran drama familiar.

Al talento que ya había demostrado en sus filmes previos para lograr que sus imágenes parezcan la vida tal como es, que las situaciones que nos presenta se sientan como ocurriendo sin artificio frente a nuestros ojos, Carla Simón le suma esta vez las imágenes que ella misma registró en su cámara de video cuando fue esa jovencita que descubría a su familia, convirtiendo a “Romería” en la experiencia trascendente que sugiere su título. Tal vez por esa conexión íntima con lo que narra es que Simón decide dar ese salto al vacío que mencioné, haciendo explícito el viaje al pasado que hasta entonces era pura insinuación. A lo mejor ella lo necesitaba, pero la película no, pues incluso conservando la intensa y soberbia propuesta de fotografía de Hélène Louvart, aquella derivación hacia las vidas de sus padres se siente como un papel de colgadura, bonito por sí solo, que no combina con el resto de la casa.

Simón consigue un registro actoral brillante de todo su reparto, pero sobre todo descubre en la joven Llúcia Garcia a un talento avasallante, capaz de transmitir con pocos gestos esas emociones complejas con las que uno se topa en ciertos momentos, cuando descubre verdades incómodas y la vida se empeña en recordarnos que el viaje que hacemos es, la mayoría de las veces, una peregrinación.

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