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viernes
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El sentido del humor es como las preferencias políticas: todos creemos que el candidato o el chiste que nos gusta es el bueno. Y en realidad, en la comedia y en la política, conviven chistes y proyectos de todos los pelambres. Es mucho más fácil ponernos de acuerdo en lo que nos duele y nos parece tristísimo (un niño con una enfermedad incurable, una guerra injusta, un candidato corrupto infiltrado en la consulta de la izquierda) y por eso la comedia es tan complicada de definir, de escribir y de hacer.
Digo esto porque Amores compartidos, estrenada el jueves en Colombia, es una de esas comedias que no se le pueden recomendar a todos los amigos. Por ejemplo, si su amigo no cree que la comedia de golpe y porrazo es válida, mejor ni se la mencione. Porque aquí no sólo el humor físico es un recurso, sino que está llevado al extremo. Los que somos fanáticos de Padre de familia tal vez recordemos aquella pelea entre Peter y un pollo gigante, que parecía nunca terminar y era hiperviolenta. Pues acá Carey y Paul, los dos personajes principales masculinos, se enzarzan en una batalla campal con la violencia escandalosa de una serie animada, que incluye una pecera que estalla, una eterna caída por unas escaleras y todo tipo de llaves y puños, sin que importe mucho el realismo o el cansancio de los espectadores. Los dos actores de esta secuencia, que también son los guionistas, Michael Angelo Covino y Kyle Marvin, parecen estar probando el aguante de su público, como si estuvieran interesados en saber qué tanto pueden estirar el chiste hasta que alguien se pare de su asiento, indignado.
El principal problema de no decidirse por un tipo de humor, o de no intentar equilibrar los estilos, es el desnivel que se percibe al ver la película como un todo y el desconcierto que eso produce. El planteamiento inicial es auspicioso: ante el divorcio que le pide Ashley a Carey leyéndole una carta en la que confiesa múltiples infidelidades, justo antes de llegar a la cabaña de sus amigos, Julie y Paul, un confundido Carey les pide consejo, observando que ellos parecen tener un matrimonio exitoso. El resto de la película es una burla constante y detallada a la idea de “una relación abierta”, que es lo que Julie y Paul predican como el motivo de su tranquilidad.
Tal vez si hubieran dedicado más tiempo a los diálogos o a escribir las motivaciones románticas y vitales de Ashley (la pobre Adria Arjona hace lo que puede con el personaje peor escrito de la película) Marvin y Covino (quien también dirige) habrían logrado una comedia más sofisticada y trascendente a la hora de describir las penurias amorosas de una generación. Pero tal vez así nos habríamos perdido los buenos chistes del mentalista con el que no se puede discutir o las burlas de hombres que aceptan que el tamaño sí importa. ¿Quién sabe? La comedia, por la lógica que mencionamos, también es como la democracia: hay que encontrar la propuesta que a uno le guste y jugársela. Lástima que en la democracia el chiste malo puede durar años y no hay manera de salirse de la función.