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Orson Welles, el gran director y actor, decía que “un escritor necesita un lapicero, un artista un pincel, pero un cineasta precisa de un batallón”. Se refería con ello a que aun cuando en muchas ocasiones pensemos las películas como la obra de un hombre, su director, en realidad cada cinta es la suma de muchísimos talentos que intervienen en el resultado final. Por eso a veces la mejor virtud de un realizador es saber escoger al equipo del que se rodea para sus propósitos. En ese sentido la labor de Angelina Jolie en su segundo largometraje argumental, “Inquebrantable”, es de primer nivel: toma el libro de Laura Hillenbrand, sobre la vida de Louis Zamperini (hijo de inmigrantes italianos, atleta olímpico, sobreviviente a 47 días a la deriva en alta mar, prisionero de guerra en un campo de concentración japonés), que era casi un resumen de la primera mitad del siglo XX, y se lo entrega a algunos de los guionistas más talentosos de Hollywood (los hermanos Cohen, Richard LaGravenese y William Nicholson) para que lo conviertan en un relato épico, centrado en la voluntad inagotable que le permitió a ese hombre sobrevivir a las penurias que habrían destruido a cualquier otro.
Jolie pone detrás de la cámara a uno de los grandes directores de fotografía de la historia, el maestro Roger Deakins, que recibió su decimosegunda nominación al Óscar por esta película, para asegurarse de que cada plano de su narración fuera bello. Y lo logra desde el inicio, cuando vemos un cielo de ensueño en el que despuntan los bombarderos norteamericanos que vuelan sobre el Pacífico. La poesía de sus imágenes continuará a lo largo de la película, y nos emocionará en muchas ocasiones, como cuando vemos unas siluetas de hombres delgados iluminados por el fuego, recordándonos que siempre han existido infiernos en la tierra o cuando algún plano de un prisionero que carga un madero nos recuerda a un Cristo pagando por los pecados de los demás.
Sin embargo, a pesar de sus buenas decisiones -la mejor de las cuáles es la elección de Jack O’Connell para su papel protagónico, pues el actor inglés es de los que llena de significado, con un gesto, cualquier momento- que confirman la evolución de Jolie como directora, no logra “Inquebrantable” ser una película del todo satisfactoria. Los guionistas no consiguen darle al personaje los diálogos memorables que la vida de Zamperini merecía y los compañeros de encierro, que acompañan al personaje en la mitad final de la película, son más un telón de fondo que verdaderos secundarios con peso en nuestra memoria.
Si a eso le sumamos los innecesarios subrayados de la música de Alexander Desplat en ciertas secuencias y el desbalance entre la épica de planos generales que prefiere Angelina en perjuicio de las escenas íntimas que nos permitieran entender las transformaciones internas del personaje, ver “Inquebrantable” termina siendo una experiencia extraña: nos causa admiración la vida de un hombre al que al final nunca conocemos.