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Desde el primer momento en que vi en vivo a ElNiko Arias, supe que no estaba ante un artista cualquiera. Lo entrevisté con la intuición de que ahí había algo grande. Me encontré con un joven carismático, soñador, con una mirada intensa y una manera de hablar que combinaba contundencia con dulzura. Me habló de su madre como si hablara de una canción; con respeto y amor. Me compartió su deseo profundo de que ella lo viera cantar, de que ella fuera testigo de cómo su voz, forjada entre calles y ensayos, se transformara en una herramienta para contar su historia y la de muchos. Me habló de sus luchas, de su travesía para llegar hasta este punto, de la música como salvación. Entonces entendí que en su caso, el arte no es una pose ni un producto: es una declaración de vida.
Hoy, ese relato personal, emocional y social, se convierte en un disco. Se llama El Barbero, y no es solo un álbum: es una pieza narrativa, una película sonora, una bitácora íntima con forma de canción. En este trabajo, ElNiko convierte los recuerdos de su barrio en una ficción musicalizada con precisión y belleza. Aquí el rap no es solo forma, es fondo. Aquí el reguetón no es fiesta hueca, sino código emocional. Aquí el folclor no es adorno, sino raíz. Y en ese cruce de caminos, se dibuja una nueva forma de entender lo urbano, una que se aleja de los estereotipos gastados y se atreve a soñar con un sonido más amplio, más complejo, más nuestro.
Me tomé el tiempo de escucharlo con atención, varias veces, como se escucha una novela en voz alta. Y El Barbero me pareció eso: una obra literaria, una crónica musical. Con apenas diez canciones y unos veinte minutos de duración, el disco consigue lo que muchos álbumes de una hora no logran: dejar huella. Cada track es una pequeña verdad, una escena de vida que habla de identidad, lucha, sueños, pérdida y futuro.
Las canciones se deslizan casi sin transición entre el rap callejero y el funk carioca, entre el dembow del reguetón y la elegancia de los arreglos sinfónicos, cortesía de la Filarmónica de Medellín. Esa combinación redefine por completo lo que entendemos como “música urbana”. Esto no es solo música hecha desde lo urbano, sino música que representa ese territorio en toda su complejidad: su violencia y su ternura, su caos y su belleza. Hay calle, pero también hay academia. Hay barrio, pero también hay mundo. ElNiko Arias lo logra porque no está solo. Lo acompaña Juancho Valencia, líder de Puerto Candelaria, uno de los productores más arriesgados y visionarios de la música colombiana actual.
Juancho no solo aporta su conocimiento técnico, sino su espíritu libre, su rebeldía creativa. Juntos construyen un universo sonoro que podría sonar en una esquina de Medellín o en una sala de conciertos en Berlín. El Barbero es la muestra de que lo nuevo no siempre es ruido, que la fusión bien hecha emociona y que los sueños, cuando se cuentan con verdad, se sienten reales. Si en España celebran a C. Tangana por mezclar lo culto y lo popular, Colombia tiene en ElNiko Arias una voz igual de poderosa, igual de moderna y mucho más íntima.
Este disco no es el final de un proceso: es apenas el comienzo de una carrera que merece ser escuchada con atención. Porque cuando la calle se viste de gala, hay que estar ahí para aplaudir. Y El Barbero se merece todos los aplausos.
Y bueno, ya todos conocemos bien a Juancho Valencia, el ñoño de la música colombiana, él no necesita presentación, solo genera orgullos. Pero por favor, recuerden este nombre: ElNiko Arias, será grande entre los grandes, siendo un gigante ya a sus 26 años.
