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Por Samuel Castro
La cámara se va a quedar observando en ciertas escenas y durante varios minutos el rostro de cada uno de los tres personajes principales, sin cortes, en un ejercicio que es excitante e incómodo por partes iguales. Con Anne, la abogada de familia que vive contenta y sin grandes preocupaciones con su casa grande, su marido ejecutivo y sus dos hijas pequeñas adoptadas, lo hará dos veces, el doble que con los otros dos, teniendo sexo. El mensaje es claro: la historia está contada desde sus emociones, no sólo desde lo narrativo sino también desde la posición moral que defiende la directora Catherine Breillat, cuya obra siempre se ha destacado por recordarnos esas pulsiones del cuerpo que a veces son incontenibles.
Es casi lógico que Breillat, que también fue actriz y es una escritora con varias polémicas sobre sus espaldas, haya decidido filmar un remake de la película danesa “Reina de corazones” (la pueden ver en Prime Video, para que comparen los enfoques de las dos directoras sobre los mismos hechos) que le permitía explorar ciertos terrenos del drama que no se han recorrido tanto. Porque todos hemos visto alguna película que presenta la historia del hombre que se “acuesta” con una mujer menor poniendo en riesgo su matrimonio, mientras que la de una mujer madura que hace lo mismo —y que tiene plena conciencia de lo que está haciendo pues en su trabajo defiende a jovencitas de padres que se aprovechan de ellas—y que además trasgrede otro tabú porque el muchacho en cuestión es el hijo de su marido y es menor de edad, está mucho menos contada.
Los tres actores principales están muy convincentes en sus papeles, lo que hace que la película se vea sin cuestionar mucho su lógica. Vemos los gestos de Léa Drucker y creemos en el deseo de Anne por ese cuerpo hermoso y lleno de energía de Théo (en uno de sus encuentros sexuales ella admira en voz alta que él sea tan delgado). Vemos a Samuel Kircher, con su cara casi infantil, y creemos tanto en su primera y calculada suficiencia, cuando llega a la casa castigado por su mal comportamiento en la escuela, como en su posterior fragilidad ante las circunstancias, que refleja la inmadurez propia de la edad y la experiencia que en verdad tiene. Vemos a Olivier Rabourdin, y creeremos en esa ceguera intencional de Pierre, el marido engañado, con la que prefiere conservar su segundo matrimonio que intentar ayudar al hijo que lo necesita y que ha llevado la peor parte.
Breillat no intentará en lo más mínimo que la historia se guíe por la corrección política. Incluso la posición de Anne es tan fría que nos alcanzamos a preguntar cómo calificaríamos a ese personaje si fuera hombre. Porque lo que parece decirnos la directora, que también adapta el guion original danés, es que el verdadero privilegio de esta sociedad no es la juventud, la belleza, o la posibilidad del placer. Es que puedas cometer una falta y salirte con la tuya. Que no nos guste verlo, es otra cosa; pero que el acceso a ese privilegio sea también posible para las mujeres, es un avance. O eso cree ella. Si la ven, ya podrán ustedes juzgar.