Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
La historia tiene el mismo año: 1985. Los caminos parecen ir en direcciones opuestas: uno hacia el centro del espectáculo global, bajo los reflectores de Wembley; el otro, sumido en la crudeza de una ciudad en guerra interna, donde la música era resistencia más que entretenimiento. Y sin embargo, ambos caminos compartieron algo esencial: el grito de una generación que usó la música para no rendirse.
Ese año, Medellín y Londres fueron escenarios de dos hitos que, desde extremos opuestos del mapa, contaron la historia del mundo a través del sonido. Por un lado, La Batalla de las Bandas, el concierto más importante de la escena metalera en la Medellín de los ochenta. Por el otro, Live Aid, el evento musical más grande del planeta desde Woodstock, organizado para combatir la hambruna en África. Dos eventos, dos contextos, un mismo espíritu: hacer de la música una forma de acción.
En Medellín, 1985 era una ciudad marcada por la violencia. El narcotráfico había comenzado a moldear la cotidianidad con sangre y miedo. Las oportunidades para los jóvenes eran escasas, y muchos encontraron en la música la única forma posible de expresión. La Batalla de las Bandas fue mucho más que un concierto: fue una declaración de existencia de una escena subterránea que estaba tomando forma a pulso, entre precariedad, guitarras distorsionadas y una profunda rabia contra el entorno.
Ese encuentro marcó el nacimiento del metal medallo como movimiento organizado, dando espacio a bandas que hoy son leyenda en el circuito underground: Parabellum, Danger, Mierda, Gloster Gladiattor. También participaron grupos como Kraken, Spol y Excalibur, en una mezcla de heavy, ultra metal y rock duro que generó un punto de quiebre. No solo se consolidó un sonido, sino también un público. La Batalla fue el espejo donde una ciudad fragmentada pudo reconocerse a través de su juventud inconforme.
A miles de kilómetros de distancia, cruzando océanos e historias, el mundo entero enfocaba su mirada en el Live Aid, una iniciativa que lograron Bob Geldolf y Mudge Ure. Ellos lograron reunir a los músicos más grandes del rock en dos conciertos que se hicieron de manera simultánea, uno en el JFK de Filadelfia y otro en el estadio de Wembley en Londres. Con esto querían reunir fondos para atacar la hambruna en Etiopía. Y bandas como Queen, Led Zeppelin, U2, The Who, David Bowie y Paul McCartney lograron congregar más de 140 millones de personas.
Aunque separados por distancias abismales y realidades distintas, ambos eventos comparten un momento clave: el reconocimiento del poder transformador de la música. Mientras en Londres el rock se unía en una cruzada humanitaria, en Medellín la distorsión del metal se convertía en grito de resistencia. Una ciudad destruida encontraba en sus bandas una forma de narrar el caos. Un planeta hambriento recibía, desde los escenarios, un mensaje de solidaridad.
1985 fue, entonces, el año en que el mundo gritó. Gritó desde la tarima de Wembley y desde La Macarena en Medellín. Gritó contra la indiferencia, contra el hambre, contra la muerte. Gritó con guitarras, con bajos estridentes, con voces que no pedían permiso. Y aunque los ecos de esos eventos se sintieron de formas distintas, ambos dejaron claro que la música, más que arte, puede ser una trinchera.