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El amor viudo. “Viuda de Clicquot”, de Thomas Napper

19 de agosto de 2024
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A veces pasa. Te acercás a una película de la que sabés muy poco, con los prejuicios a mano porque el título te anuncia que estás ante una de esas historias de origen de una empresa o de un producto, que se han multiplicado en los últimos años en el cine, y te enganchás porque la película comienza en un tono que no hubieras imaginado, intimista y sugerente antes que informativo y simple. Y continuás sin perderte detalle, porque la fotografía refleja el interior de los personajes y la protagonista es asombrosa en su capacidad de mostrar fragilidad y fortaleza al mismo tiempo. Y terminás con ganas de recomendársela a todos tus amigas románticas y a tus amigos sensibles, advirtiéndoles que el título es lo de menos, que es una feliz casualidad que esa historia ejecutada con precisión y gracia sea también la de una de las principales champañas que se toman en el mundo.

Es lo que pasa si te animás a ver “Viuda de Clicquot”, estrenada el jueves pasado en Colombia y dirigida con mucha propiedad por Thomas Napper, al que se le nota haber sido director de segunda unidad de Joe Wright en muchos proyectos, pues entiende tan bien como aquel las formas y los ángulos en que puede transmitir intimidad o la forma de encuadrar un par de rostros que se miran con deseo.

A la viuda de Clicquot la encarna Haley Bennett, una actriz estadounidense cuyo reconocimiento popular no está todavía a la altura de su enorme talento. Bennett consigue que las frases que pronuncia en off y que son más poéticas que narrativas, pues van haciendo comparaciones entre su alma y las condiciones de las uvas en el terreno, sean las puntadas que unen los dos tiempos en los que se narra la película. Ese pasado en que tuvo que resignarse a un matrimonio arreglado, con la suerte de que terminó enamorándose de su marido, François Clicquot, propietario de unos viñedos en la región de Champagne, y el presente de la narración, en el que ya viuda debe lidiar contra todo tipo de condicionamientos que le ponen su suegro, sus competidores en el negocio del vino y hasta un empleado que no soporta que una mujer lleve las riendas de la propiedad. Ambos tiempos son atados también por el trabajo admirable de Richard Marizy, el editor.

El admirable trabajo de Bennett permite que el guion de Erin Dignam, que intenta no centrarse en una sola faceta de Barbe-Nicole Ponsardin (su nombre de soltera) sea creíble en su diversidad. Le creemos siendo esa enamorada de su marido que lo adoró con pasión; ejerciendo después como la madre que debía proteger a su hija de los arrebatos histéricos de él; como la mandamás del viñedo, con la autoridad necesaria para ganarse la lealtad de sus empleados y como la sensual mujer que le hacía caso a sus deseos en esa búsqueda de la felicidad que ejerció con abnegación. Tal y como dice en una frase al final, Bennet nos recuerda que tenemos más dimensiones de las que suelen contar las películas.

No siempre quedan bien hechas esas películas que pretenden contar la historia detrás de una marca. Pero qué bueno es que ese hecho excepcional a veces pase

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