Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
diego agudelo gómez
Crítico de series
Existe en línea una calculadora que dice cuántos días y horas y minutos se necesitan para ver las series más populares. Nada más se necesita escribir el nombre de la serie y esta calculadora opera instantáneamente, rastrea el número de temporadas, cuenta los capítulos y traduce todo esto en unidades de tiempo. No sé cuál es la serie más larga que he visto y no quisiera averiguar cuánta porción de mi vida se me ha fugado frente a la pantalla, por lo tanto hice el experimento con series que no he visto ni pienso ver.
Por ejemplo, para ver las 26 temporadas de Doctor Who se necesitan exactamente 12 días, 4 horas y 30 minutos. Nótese que la calculadora no tiene consideración por las horas de sueño ni estima los ratos que cualquier ser humano necesita para ir al baño, alimentarse o trabajar. De modo que el tiempo invertido en esas temporadas interminables puede duplicar el cálculo de este tenebroso algoritmo.
Se precisan 10 días, 19 horas y 26 minutos para ver las 16 temporadas de Grey’s Anatomy. Y el récord podría llevárselo una soap opera que los norteamericanos aman con devoción, Days of our lives, que desde 1965 acumula 12.241 episodios, los cuales, pasados por esta calculadora del fin del mundo -el nombre me parece apropiado para los días extraños que vivimos-, se convierten en 47 días y 3 horas exactas.
En el fondo, el problema no es invertir tiempo en ver series sino perder la noción de cuándo se debe renunciar a una historia que se extiende sin justificación, dando patadas de ahogado a partir de giros inverosímiles, episodios insípidos y subtramas sacadas del sombrero. El antídoto para el aburrimiento amargo que producen estas producciones eternas bien puede estar en las miniseries.
Desde el estreno, cada miniserie tiene los días contados, aunque más apropiado es decir que tiene las horas contadas, fecha de expiración, irrevocable final. Una producción deslumbrante como Chernobyl (2019) solo necesitó cinco episodios para contar un fino entramado de historias que invitaban a la perplejidad. Una miniserie deja ver de un personaje lo suficiente para cautivar a las audiencias, rodearlo de encanto y misterio, sin convertirlo en un icono manoseado que se desgasta. Si ya vieron la miniserie Oliver Kitteridge (2014) saben de lo que hablo: Frances McDormand conquista con su amargura desternillante y en apenas cuatro episodios se cuela sin esfuerzo en el olimpo de lo inolvidable.
Una miniserie puede ser toda una apología del vértigo. Compruébenlo viendo los ocho episodios de Sharp Objects (2018). Amy Adams está insuperable en su papel de reportera. Es un trama de crimen, hay de por medio un violento asesinato y el pueblo al que regresa la periodista para buscar los indicios de una historia parece poblado por espectros listos para darse un festín de carne inocente.
Una miniserie tiene la talla de la literatura. Las adaptaciones de algunas obras literarias a veces no caben en la extensión de una película, sin embargo, los capítulos limitados de una miniserie son un terreno en el que se les puede hacer justicia a los grandes autores. Lo demuestra Patrick Melrose (2018) la adaptación de las novelas que el extraño Edward ST Aubyn escribió sobre su monstruoso padre. Además, Benedict Cumberbatch es prodigioso, ofrece la interpretación dantesca de un heroinómano dispuesto a probar los gozos y martirios de cada maldito círculo del infierno.
Las miniseries te dan licencia para sumergirte en una historia, gozar con sus grados de intensidad, recibir la brisa refrescante de un clímax desde el que puedes deslizarte con gracia hacia desenlaces rotundos o asombrosos o tristes o enigmáticos o jodidamente preciosos. Frente a una miniserie uno no siente que se fuga la vida entre las manos sino que se suman valiosas horas a la imaginación y el entendimiento.