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Entre todos. El eternauta de Bruno Stagnaro

hace 9 horas
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  • Entre todos. El eternauta de Bruno Stagnaro

Hay algo que se nos mueve por dentro cuando escuchamos la voz planetaria de Mercedes Sosa cantando Todo cambia en uno de los capítulos de El eternauta, la serie adaptada y dirigida por Bruno Stagnaro para Netflix, que cuenta en seis episodios una parte importante de los hechos narrados en la historieta que escribió Héctor Germán Oesterheld y dibujó Francisco Solano López en la Argentina de los años cincuenta.

Esa precisión temporal es importante porque Stagnaro, entre todas las lecturas posibles, se ha decidido por el camino de la adaptación a tiempos actuales, lo que implica para este columnista preferir que sean otros colegas, especialmente argentinos, los que digan lo que la serie pierde o gana frente a su forma original y hablar un poco más acerca de lo que nos dice esta versión, desarrollada hasta ahora en una primera temporada de seis episodios, a públicos menos familiarizados con el material de origen.

Decía que la voz de Mercedes nos perfora el pecho con esa tristeza honda que transmite. Nos angustia porque ese cambio del que ella habla, que en la serie toma la forma de una tormenta de nieve repentina que cubre a Buenos Aires y mata a quien toca, es la cotidianidad más común en Latinoamérica, donde un día se llama golpe de estado, al otro corralito y al siguiente autoritarismo o consulta popular. Pero El eternauta pretende decirnos —o eso creo yo, desde otro lugar del continente— que es allí, enfrentados al cambio, donde en verdad sabremos quién sabe jugar al truco: quién es recursivo para armar con lo que tenemos a mano máscaras que nos permitan respirar; quién es tan convincente como para lograr que los vecinos nos organicemos y peleemos por lo que es nuestro; quién se pondrá del lado de los débiles cuando los “cascarudos”, llámense como se llamen en la vida real (ejército, guerrilla, paramilitares, narcos), intenten acabar con ellos.

Y si llamar a la acción común, a la solidaridad, es de una pertinencia fascinante, reconocer el valor de lo antiguo, lo que “funcionaba antes”, es casi valiente en los tiempos que corren. No importa si es un recurso narrativo que se utilizó para justificar la presencia de Ricardo Darín como protagonista; lo que interesa es que una serie sea capaz de ir contra la corriente y decirnos a todos que los que saben son los viejos, sean diablos o no. Que los demás, aprendemos viendo. Viéndolos.

Habría que decir que Ricardo Darin encaja como casi siempre, pero que no todos están a la altura de su ejecución. Los que sí, César Troncoso, Marcelo Subiotto y Carla Peterson, hacen la magia de convencernos, junto a un diseño de producción y unos efectos visuales de primer nivel, de que podemos contar estas historias a nuestra manera, sin que necesitemos a un protagonista musculado o a un adolescente ingenuo en cada plano. Stagnaro, que hace 28 años casi inauguraba una nueva forma de hacer cine argentino con Pizza, birra, faso, nos regala motivos para creer en un futuro que se resista a la manipulación, que es una nueva forma de pensarnos, donde “así como todo cambia, que yo cambie no es extraño”.

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