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Lo ingobernable. As bestas, de Rodrigo Sorogoyen

17 de octubre de 2023
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“Son ingobernables”, dice Olga, ya acostados ella y Antoine, su marido, en la habitación de la pequeña granja que habitan, hablando de sus vecinos, un par de hermanos que parecen encontrar cierto placer en molestarlos: dejan botellas a medio llenar sobre la mesa que el matrimonio tiene en el exterior de la cabaña, orinan en las sillas donde les gusta recostarse en las tardes a ver su huerta. La rabia de los hermanos es una suma de rencores, por ser Olga y Antoine extranjeros y franceses; por haberse ganado el aprecio de algunos de los vecinos, a pesar de su precario español; por su proyecto de volver habitables de nuevo las casas abandonadas de la zona, para intentar repoblar aquel paraje gallego y por negarse a un negocio que les permitiría a todos venderle los terrenos a una productora de energía eólica.

Nuestra visión de las películas también depende de las circunstancias en que las conocemos, y eso incluye, por supuesto, el momento en que podemos verlas. Tal vez si no hubieran estrenado “As bestas” esta semana, estaríamos hablando solamente del contexto rural en que se desarrolla esta película magnífica, premiada tanto en los Goya como en los César, elogiando el ritmo y el buen hacer de Rodrigo Sorogoyen en la dirección, o admirando las fabulosas actuaciones de Marina Foïs, Denis Ménochet y Luis Zahera, que añaden tanta complejidad y verdad a sus personajes, que aunque “As bestas” no estuviera inspirada en un hecho real, pensaríamos que así como lo vemos tuvo que haber pasado.

Pero como sí la estrenaron en Colombia esta semana, entonces esas dos escenas claves de la cinta, una conversación en un bar de pueblo y una discusión en una cocina, adquieren resonancias trascendentales. La primera nos recuerda que no existe algo así como un “conflicto sencillo”. Porque al poner a Antoine y a Xan, uno de los vecinos hostiles, a intercambiar puntos de vista mientras se toman una botella de licor de orujo, Isabel Peña y el mismo Sorogoyen, los guionistas, nos ponen frente al verdadero problema: hay confrontaciones en que las dos partes tienen motivos comprensibles. No es sólo que las dos tengan razón, sino que la razón se necesita para encontrar un acuerdo, la única manera de que la pelea, cuando es válida desde ambas orillas, no escale a una derrota mayor, a un pecado sin perdón, a una matanza.

La segunda escena la tendrán Olga y su hija, Marie, y hace parte de un gran tercer acto que es el que hace a “As bestas” tan única. En Marie reconocemos la lógica incomprensión de quien vive el conflicto desde lejos (piensen en todos los trinos que han leído esta semana sobre Gaza), y que pretende solucionarlo a su sorda manera, desconociendo la realidad de los que se han untado, de los que han llevado la carga de la batalla sobre sus hombros. Olga y la anciana madre de sus vecinos parecieran representar al final a todas las mujeres que sufren unas guerras que no hacen ellas y que se quedan para recoger los destrozos que dejan los impulsos ingobernables de los hombres.

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