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Los abismos de un amor: “La memoria infinita”, de Maite Aberdi

11 de diciembre de 2023
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¿Qué somos si no la suma de nuestros recuerdos? ¿Y qué queda de nosotros cuando esos recuerdos se van desvaneciendo? Esa pregunta recorre las imágenes de “La memoria infinita”, el documental estrenado en Netflix hace unos días, dirigido por Maite Alberdi, que sigue construyendo una filmografía coherente, capaz de hablarnos de los grandes temas de la vida (el amor, la muerte, los amigos) mientras nos presenta historias particulares con protagonistas excepcionales. Si quieren conocer su cine, en Netflix también encuentran “La once”, “Los niños” y “El agente topo”.

En este caso los protagonistas son dos personas que se aman y se han amado desde hace más de 20 años: Augusto Góngora, un reconocido periodista chileno que, como lo muestra la película usando material de archivo en que lo vemos joven, con el bigote y el pelo negros, se dedicó durante los años de la dictadura de Augusto Pinochet, a contar los crímenes y la dolorosa realidad (“el espanto”, como lo llama) que vivía su país, en la que varios de sus amigos fueron víctimas, y que con la llegada de la democracia se dedicó al periodismo cultural. La otra mitad de esta pareja es Paulina Urrutia, una prestigiosa actriz que también fue dirigente sindical y ministra del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes durante el primer gobierno de Michelle Bachelet.

Entendemos casi desde la primera escena, que la memoria y la mente de Góngora se están deteriorando a causa de la enfermedad de Alzheimer, pero nos conmoveremos todavía más cuando veamos todas las técnicas y las formas amorosas que encuentra Paulina de ofrecerle un cable a tierra, intentando que reconozca a ese hombre canoso y flaco que lo mira desde el reflejo en una puerta vidriera, casi suplicándole en los momentos más duros de una vigilia que le impone la paranoia causada por la enfermedad, que recuerde que ahí está su Pauli, la mujer con la que “pololeó” durante veinte años y con la que se casó hace tres; que sus hijos no pueden acompañarlo porque están dormidos en sus propias casas; que la biblioteca que lo rodea está llena con sus libros, esos libros que él ama y que lentamente dejan de decirle algo; que esa casa en la deben pasar juntos la pandemia, es la misma casa que construyeron hace dos décadas.

Mientras presenciamos sus conversaciones, llenas de un amor y una candidez infinitas, en un registro íntimo que refleja esa sensibilidad particular y única de Alberdi, vamos accediendo a una revelación tristísima: Augusto sabe lo que le está pasando. Lucha por oponerse al olvido, por iluminar la niebla que lo va cubriendo, pero ambos, Paulina (la gran heroína de esta historia) y él, son conscientes de que el colapso es inevitable. Y eso es lo más aterrador: que sabremos que con la pérdida de nuestra memoria desaparecerán también los recuerdos de los amores y los amigos, de las palabras que alguien escogió para contarnos un secreto. Que, tomando prestado el título de un libro admirable, ya somos el olvido que seremos.

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