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Simple pero cierto. “Lazos de vida”, de James Hawes

08 de mayo de 2024
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Un signo de nuestros tiempos, cada vez más adolescentes, es que hemos ido convirtiendo de nuevo al cine en ese gabinete de las maravillas que fue en sus comienzos, exigiéndole constantemente que las películas sean extraordinarias ya sea en su presupuesto o en sus imágenes, o que relaten hechos asombrosos, o que nos presenten a personajes fantásticos, únicos, olvidando un poco que el cine también sirve para narrar la vida de todos los días o las historias de la gente común y corriente.

En uno de los mejores diálogos de “Lazos de vida”, (qué pena que la traducción al español del título arruinó la alusión a “Quien salva una vida, salva al mundo entero”, la frase del Talmud que pronunciaba Stern, el personaje de Ben Kingsley en “La lista de Schindler”) Nicky Winton, el personaje principal, habla de esa gente común y corriente a la que él siente que pertenece, que no hace nada distinto a lo correcto, a pesar de que lo narrado en la película por el equipo dirigido por James Hawes, con tino y con belleza aunque sin ambición de esplendor, es más glorioso que todas esas hazañas de héroes mutantes y espías que vemos en las películas que llenan las salas. No sólo porque salvar a cientos de niños de la muerte en los campos de concentración de Hitler era una empresa dificilísima sino porque ocurrió de verdad. Alguien lo hizo. Un puñado de personas normales, sin superpoderes, lideradas por Winton, permitió darles una oportunidad de vivir a esos muchachitos que esperaban lo peor en la Checoslovaquia ocupada por los nazis.

Nicky Winton es interpretado cuando joven por Johnny Flynn, con la austeridad y la ausencia de estridencias que Anthony Hopkins le brinda también al personaje cuando ya es un viejo. Hopkins, como ya es costumbre, realiza una labor extraordinaria, pues con unos pocos gestos (apoyarse en unas paredes, un llanto desbordado y conmovedor que nos quita el aliento, un breve secado de lágrimas en el momento preciso) es capaz de describir a un hombre en la fragilidad de su edad pero también en el complejo mundo de sus recuerdos, donde todavía sufre porque no logró hacer todo el bien que se planteó como un deber. El resto del reparto ejecuta perfectamente su labor, para que entendamos bien los hechos que llevaron a que este señor pasara de ser un héroe anónimo a un señor que podía rechazar reportajes sobre su vida porque no deseaba la fama, aunque el clímax de la película sea justamente un momento que muchos hemos visto a través de redes sociales: cuando Winton asiste a un programa popular y descubre que esos niños de su memoria son adultos y han asistido al estudio porque quieren conocerlo.

Hay otra idea poderosa en esta película conmovedora: no hay que arrepentirse del bien que no se logró cuando uno sabe que hizo lo humanamente posible. En estos tiempos oscuros de crueldades gratuitas, bastaría con que la gente normal hiciera todo el bien que pudiera para que el mundo fuera mejor. El ejemplo del viejo Nicky Walton, caballero de la Reina, contado con sencillez y sin adornos, debería bastar.

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