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La realidad es que aunque Israel y Rusia se conviertan en vencedores, no van a conseguir la paz. Porque no habrá paz donde la vida humana se desprecia, ni reconciliación donde el odio se multiplica.
La humanidad asiste, impotente, a un espectáculo devastador: guerras que no buscan la paz, sino la aniquilación del otro. Los dos conflictos que hoy concentran la atención del mundo —Ucrania y Gaza— avanzan con una crueldad que convierte cualquier intento de negociación en un espejismo. Israel y Rusia han optado por la vía del exterminio y del sometimiento, y en ese camino arrastran a pueblos enteros hacia la desesperanza.
Ucrania lleva ya más de tres años en guerra a escala abierta luego de la invasión de Rusia. Y Gaza lleva cerca de dos años desde el estallido del conflicto actual en 2023, luego del ataque de Hamás el 7 de octubre que desató la desproporcionada respuesta de Israel.
La sensación de fracaso de quienes han intentado mediar es total. Ninguno de los actores principales contempla un cese del fuego y mucho menos un acuerdo de paz. El mismísimo Donald Trump, que sueña con alcanzar el Nobel y hasta hace poco afirmaba, sin pruebas, haber puesto fin a siete guerras, reconoció esta semana que el asunto es mucho más complicado de lo que pensaba. Incluso confesó haberse equivocado “al pensar que sería fácil resolver el conflicto de Ucrania”. Eso sí, a pesar de la decepción con Putin, no se compromete a imponer sanciones adicionales a Rusia. Y en cuanto a Netanyahu, no piensa presionarlo para que ponga fin al horror que se está viviendo en la franja.
La relación de Trump con estos dos líderes es bastante diferente. Uno es un rival histórico al que le guarda un gran respeto, mientras que el otro es un socio cercano, al que recibe con frecuencia y de manera efusiva en Washington. Sin importar estas diferencias en el trato, tanto el primer ministro israelí como el presidente ruso están logrando lo que quieren y no se van a detener hasta conseguir cumplir con su visión.
Mientras Putin intensifica los bombardeos sobre Ucrania —con un ataque sin precedentes de más de 800 drones y 13 misiles contra la sede del Gobierno en Kiev—, Netanyahu extiende su aplanadora y continúa la destrucción de lo poco que queda en pie en Gaza.
Israel decidió atacar directamente a la cúpula de Hamás que negociaba un alto al fuego en Qatar y la lógica reacción de este país fue la de acabar con el proceso de paz. Para los cataríes, que siempre han buscado convertirse en la Suiza del Medio Oriente, la sensación de fracaso es total. La reacción de la Casa Blanca fue regañar a Israel porque Qatar es un aliado valioso que alberga una enorme base militar gringa y es un importante inversor en Estados Unidos. Pero Netanyahu simplemente agacha la cabeza y continúa imponiendo su voluntad.
Mientras en la otra guerra Putin juega a la diplomacia con Trump y este lo rehabilita en la cumbre de Alaska. El presidente estadounidense ha dicho estar muy decepcionado con Putin, pero lentamente, el ejército ruso parece ir ganando la guerra.
Los ciudadanos en distintos lugares del mundo, abrumados por las noticias que llegan, han levantado la voz. continúan saliendo a las calles para manifestar su rechazo en vista de lo poco que hacen sus gobiernos y los distintos organismos internacionales para poner fin a estos conflictos. Una oleada de indignación moral y ética recorre el orbe y se rebela contra la irrelevante presión política y diplomática. Sólo en los últimos días ha habido más de 150 manifestaciones en los cinco continentes.
La Unión Europea, principal socio comercial de Israel, no ha adoptado ninguna sanción en su contra, mientras que ha puesto en acción 19 paquetes de medidas contra Rusia. En este punto de la guerra o del exterminio resulta difícil diferenciar una de otra.
El panorama no puede ser más desolador: las vías negociadas parecen un imposible, y cada día que pasa la paz se aleja más. Sin embargo, conviene recordar que las victorias militares rara vez traen consigo la reconciliación. La historia enseña que quienes se imponen por la fuerza ganan territorios y destruyen ciudades, pero al mismo tiempo siembran resentimientos que pueden durar generaciones.
La solución pacífica se ve ahora mucho más inalcanzable que cuando llegó Trump a la Casa Blanca. Durante la campaña el hoy Presidente dijo una y otra vez que él podría poner fin al conflicto “en 24 horas” si regresaba al poder, aunque nunca explicó cómo. En su mandato no sólo no se han detenido las guerras, sino que van a peor.
Tremendamente parecido a lo que ha ocurrido con Gustavo Petro en Colombia. Durante la campaña se jactaba de que si llegaba a ser presidente en tres meses se acababa el ELN y ha pasado todo lo contrario, se ha fortalecido.
Y la triste realidad es que aunque Israel y Rusia se conviertan en vencedores, no van a conseguir la paz. Porque no habrá paz donde la vida humana se desprecia, ni reconciliación donde el odio se multiplica..