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Si algo ha demostrado esta crisis, es que ante los intentos de desborde institucional, el país aún sabe cerrar filas en defensa de la legalidad.
Cada día es más elocuente la soledad del presidente Gustavo Petro. Y esa suerte de desamparo se hizo más evidente tras la publicación del ‘decretazo’ de la consulta popular con el que el mandatario quiere propinarle un golpe bajo a la Constitución.
Se hizo público un chat en el que Petro le recrimina al senador Iván Cepeda que la bancada no se ha pellizcado para apoyarlo en la campaña que ha lanzado contra el presidente del Congreso, Efraín Cepeda, por el hundimiento de la consulta popular. “Siento rajado al Pacto Histórico cuando debió pasar a la ofensiva”, se lee en el pantallazo del chat que captó un fotógrafo. Y le insiste: “Ni debate, ni nada. No demanda contra Cepeda, ni nada”.
Es un reclamo que no solo evidencia su frustración, sino que retrata el desconcierto de un líder que espera lealtades sin condiciones frente a decisiones que tal vez ni sus aliados logran justificar.
Se ha visto tan solo a Petro que apenas unos cuantos ministros le han dado su respaldo con vehemencia: Armando Benedetti, Edwin Palma y el recién nombrado Eduardo Montealegre. Trascendió que algunos ministros ni siquiera estaban dispuestos a firmar el llamado ‘decretazo’.
Por eso, intentando darle algo de oxígeno a su propuesta de llamar a una “consulta popular”, Gustavo Petro echó mano de una carta de intelectuales extranjeros que, con toda seguridad, no comprenden las especificidades jurídicas ni políticas del contexto colombiano. Y lo que es aún más paradójico desempolvó un viejo video de Carlos Gaviria, en el que el exmagistrado habla de la importancia de la consulta popular.
El solo hecho de que Petro invoque el espíritu de Gaviria, a sabiendas de que el exmagistrado solía mostrarse mortificado por su manera de actuar, revela cierto oportunismo de parte del mandatario.
“Yo he sido gallardo con Petro, he sido decente con él y él no me ha pagado con la misma moneda”, decía en 2010 Carlos Gaviria. Y años después, el escritor Héctor Abad, mencionó: “Recuerdo cuando mi amigo Carlos Gaviria me contaba, con ira, de cómo Petro cambiaba las actas del Polo, en la noche, para poner lo que no se había resuelto. Un tramposo”.
Razón tenía el respetado magistrado al ver hoy como Petro utiliza sus palabras precisamente para intentar con ellas burlar la Constitución. Carlos Gaviria se debe estar revolcando en su tumba.
Incluso, personajes como Roy Barreras, salieron a apoyar al presidente a medias. Como sin querer queriendo. Roy escribió que se debe esperar lo que diga la instancia judicial sobre el cuestionado decreto. Le puso “una vela a dios y otra al diablo”.
Hay que decir también que la soledad de Petro se notó porque buena parte del país cerró filas en contra del ‘decretazo’. Lo cual podría ser interpretado como una potente señal de que ante cualquier aventura autocrática, Petro podría no tener mayor respaldo.
En un acto de desesperación, el presidente Gustavo Petro ha optado por un atajo institucional que lo retrata con una imagen cada vez más clara: la de un gobernante desconectado. La opinión pública ha cerrado filas en defensa de la Constitución.
Porque en el fondo está claro que no estamos discutiendo sobre el derecho –legítimo— a consultar al pueblo, sino sobre el modo en que se pretende hacerlo: saltándose los controles y mecanismos que la Constitución establece para proteger la democracia de los caprichos del poder.
No es descabellado pensar que esta soledad de Petro está directamente relacionada con la preocupante dependencia del Presidente y su gobierno a las redes sociales. Petro gobierna desde la plataforma X, como si los trinos pudieran reemplazar el diálogo político real. Cree que un ejército de influencers pagos, bodegas digitales y propaganda oficial bastan para doblegar a la opinión pública. La política, por fortuna, aún se rige por reglas más exigentes que los algoritmos.
La embriaguez de las redes le ha hecho olvidar la política. O, quizá, ha terminado por revelar lo que siempre fue: un llanero solitario, convencido de que puede gobernar sin Congreso, sin partidos, sin instituciones. Pero la democracia colombiana —con todos sus defectos— no está hecha para los solitarios mesiánicos. Y si algo ha demostrado esta crisis, es que ante los intentos de desborde institucional, el país aún sabe cerrar filas en defensa de la legalidad.