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Mantener a los estudiantes en la U, reto de las universidades

En Colombia

la educación

lo aleja de morir violentamente. Aunque es

difícil evitar la deserción, las universidades tienen iniciativas para eliminarla.

  • ilustración Esteban parís
    ilustración Esteban parís
12 de diciembre de 2018
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La justificación de muchos es que el director ejecutivo de Facebook, Mark Zuckerberg, abandonó Harvard, una de las mejores universidades del mundo. También lo hizo Bill Gates, el cocreador de Microsoft. Igual le pasó a una decena de multimillonarios, que dejaron sus instituciones para crear empresas tecnológicas: el sueño milenial con algunas distorsiones.

En Brasil 170.000 estudiantes se fueron por la crisis económica a principios de este año. En la Universidad de Antofagasta, de Chile, cerca de 100 estudiantes abandonaron por el paro del pasado julio. En Colombia la problemática es tan delicada que el Ministerio de Educación montó un sistema de monitoreo semestral.

En las estadísticas del Spadies, el Sistema para la Prevención de la Deserción en la Educación Superior, que funciona desde 2002 en el país, se asegura que a 2016 –año desde el cual no se actualizan datos–, de cada dos estudiantes que ingresan a una carrera, solo uno se gradúa. Exactamente 46,1 % de los que ingresan no terminan el pregrado y el 9 % de la muestra abandona la carrera por más de un año.

Las cifras de deserción en Colombia, de acuerdo con Mauricio Sánchez Puerta, analista de planeación de la Universidad de Antioquia desde 2010, “fluctúan como el dólar”. Las razones por las que se deserta de la educación son multicausales. Económicas, principalmente, dice José Alberto Rúa, decano de la Facultad de ciencias básicas y coordinador del programa de permanencia de la Universidad de Medellín.

Por supuesto en los programas que buscan combatir el 46 % de deserciones que hay en promedio en las instituciones de educación superior en Colombia, según Spadies, se mencionan otras causas. Los factores son académicos, económicos, sociales y emocionales. Pero no hay números exactos que las midan o digan cuál es mayor que cuantifiquen cada una.

No obstante, la primera causa es la más atacada por las universidades. Cuatro instituciones consultadas, dos públicas, dos privadas, tienen fuertes programas para nivelar a sus estudiantes desde lo académico.

Para las otras hay que hacer revisiones individuales, a manera de ejemplo. De acuerdo con Lina María Grisales, vicerrectora de docencia de la Universidad de Antioquia, esta tiene una cifra de deserción por cohorte que llega a un 40,8 %, y en búsqueda de la permanencia de sus estudiantes su oficina implementa 11 iniciativas que contemplan la educación y equidad para estudiantes con discapacidad, las aulas virtuales de aprendizaje y hasta tutorías y mentorías.

Por su parte, la psicóloga Ana María Tamayo, del programa de permanencia de Pontificia Bolivariana, menciona programas de bienestar como el acompañamiento psicológico para aminorar la pérdida de estudiantes por razones personales y de adaptación a la vida universitaria, que inciden en que los estudiantes se escabullan.

La U como chaleco antibalas

Rúa dice que idear estrategias para entender y tratar el abandono escolar es un asunto de “responsabilidad social”. Partiendo de una institución privada algunos dirán que la razón principal será otra, pero con las públicas comparten cifras similares. Lo que estos programas buscan es mantener a la gente con vida.

No es exageración. En números del informe anual del Instituto Nacional de Medicina Legal Forensis (2017) se infiere que el 93 % de las personas que mataron el año pasado en Colombia eran adultos que no habían terminado el bachillerato. En cambio, si se miran los asesinatos a personas que tenían título universitario, maestría o doctorado, no suman ni siquiera el 1 % juntos. Y los técnicos profesionales (o tecnólogos) eran 2 % de los hombres y 6 % de las mujeres.

También educarse aleja a los locales de las cárceles. Cifras del Inpec, el Instituto Nacional Penitenciario, dejan ver que al sumar los datos de la población intramural (es decir la gente encarcelada en Colombia) que no estudió, más los que tenían solo la primaria, más los que terminaron el bachillerato, pero no continuaron, la cifra es 94,4 %.

Así que si un colombiano termina el colegio y estudia una técnica, una tecnología, una carrera universitaria, una especialización o lo que a eso le puede seguir, solo tiene el 3,6 % de probabilidades de terminar encerrado.

No obstante, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde) advierte que este país es el que menos invierte en educación y según un informe de noviembre del Banco Mundial, Colombia es el segundo país en América Latina con mayor tasa de deserción universitaria. En el país, la cobertura de educación superior ronda el 52 % de jóvenes entre 17 y 24 años.

Esa gente que se va

Algunas personas no se ajustan al sistema educativo. De ahí que muchos pidan un cambio y repensar la educación. Anant Agarwal, informático indoestadounidense y profesor en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) lo dijo a este diario en entrevista en 2017: “La educación es la misma hace 500 años”.

Le sucedió a Vanessa López, quien abandonó cuatro carreras, sabiendo desde que empezó la primera en 2001 que quería tener su agencia de publicidad. La primera la dejó por dificultades económicas, la segunda porque “ya tenía más criterio, lo que me ayudó a ver que esa carrera (Comunicaciones de la Universidad de Antioquia) no era lo que me ayudaría a lograr lo que quería. No sé si fue por mi personalidad –porque a mí me encanta estudiar–, pero aunque no terminé ninguna, de cada una sí tomé lo que me servía. Yo no estudio para obtener un diploma”.

No a todos les pasa eso de querer aprender porque sí, sin embargo. Así que las locales tienen programas para combatir cada razón que un estudiante manifiesta a la hora de argumentar su abandono. Sus propuestas, en gran parte basadas en los datos que les provee Spadies, crean una gran cantidad de estrategias para explorar las habilidades, motivaciones y generar oportunidades para sus estudiantes.

En el caso de la UPB, que tiene una deserción por cohorte de 42,5 %, cuenta Tamayo, su modelo busca la permanencia y no la retención. “Acompañamos a los estudiantes para que exploren y potencien su proyecto de vida y respetamos, e incluso incentivamos, que busquen otras opciones si es que sienten que estudiar una carrera profesional no se ajusta a lo que buscan”, apunta la psicóloga.

Entre sus estrategias más fuertes, precisa ella, está la conexión entre la educación básica y la universidad: “Tenemos currículos integrados y pasantías para ayudar a descubrir su vocación profesional, porque desde ahí se empieza a fortalecer la permanencia”, puntualiza.

Programas que se destacan pueden encontrarse en el ITM, que tiene una deserción del 20,05 % según sus cifras oficiales. No obstante, aunque parece baja, no lo es porque solo está midiendo deserción temprana (los dos primeros semestres), no toda la cohorte. Eso sí, dos de sus estrategias de permanencia hacen parte del banco de experiencias exitosas del país, relata María Victoria Mejía Orozco, su rectora.

Estos son el Sistema de Intervención y Gestión Académica (SIGA), que dispone de espacios extracurriculares con diferentes metodologías para fortalecer las competencias en ciencias básicas y el Aula pedagógica, creada para acompañar a los estudiantes que quedan embarazados mientras cursan sus estudios profesionales.

Una novedosa respuesta a otra razón de abandono del campus. “Tenemos dos, una en Boston y otra en Robledo, y cuando se abren cupos incluso la compartimos con las instituciones hermanas Pascual Bravo y Colegio Mayor de Antioquia”.

En el caso de la Universidad de Medellín, cuenta Rúa, su deserción es del 45 % y sus enfoques van dirigidos a explorar grandes apoyos económicos a través del Fondo EPM, auxilios económicos como el del Icetex, así como con cursos paralelos, tutores académicos y hasta acompañamiento a los padres de familias.

Renovar la mirada

La psicóloga clínica Laura Restrepo Vélez, graduada de la UPB y ajena a proyectos de permanencia estudiantil, asegura que algunas instituciones educativas básicas fallan en ayudar a los jóvenes a explorar sus personalidades, sus deseos, sus valores, su esencia. “No hablo de los valores de los padres, hablo de los de ellos, así como de saber quién eres, pues no es tan fácil como suena”.

Restrepo hace hincapié en que es preciso abordar sus motivaciones intrínsecas, lo que de verdad les importa de la vida independientemente de su familia, sin preocuparse si tienen dificultades en ciertas áreas del conocimiento. La habilidad en matemáticas, arte o geografía no debería encasillarlos en ingenieros, artistas o geógrafos. Esa es una mirada basada en la pragmática.

Las pasiones son fundamentales, dice la psicóloga. “Conocer qué disfruta un joven, independientemente de los logros académicos, ayudará a reconocer qué tuvo que aprender para jugar dominó o póker”, agrega. Se refiere a que el amor por juegos como estos, por ejemplo, puede estimular el desarrollo de habilidades estratégicas, memoria y reconocimiento de expresiones humanas.

Más allá de las aptitudes en idiomas, tecnologías y ciencias, el informe de la Nueva Comisión sobre las Capacidades de la Fuerza Laboral Americana (Centro Nacional de Educación y Economía, 2007), titulado Tiempos difíciles para tomar decisiones, recomienda incentivar otras habilidades: “Las personas inmersas en un mundo interconectado y en veloz cambio tendrán que sentirse cómodos con ideas y abstracciones; es propio estimular sus capacidades de análisis al igual que en síntesis; estimular la creatividad e innovación, la disciplina y la habilidad de aprender rápido, así como de flexibilizarse”.

Cuanto mejor conozca su personalidad, más consciente estará de los costos y beneficios en muchas áreas, incluida la decisión de a qué dedicará muchas horas de su vida. Una de las maneras de conocerlo es acompañarse de un terapeuta.

Hasta cierto punto se podrá cambiar quién es y cuáles son sus motivaciones profundas, pero sería mejor que reconociera que para casi cualquier perfil de personalidad, existe un entorno óptimo. Eso sí, no olvide que mantenerse en la universidad, al menos en este país, no hacerlo mata.

46,1%
de los estudiantes colombianos no terminan la carrera que empezaron: Spadies
9%
de los estudiantes desertaron de sus carreras por dos semestres: Spadies
Helena Cortés Gómez

Periodista, científica frustrada, errante y enamorada de los perros. Eterna aprendiz.

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