La Tierra no es tan grande como se cree. De hecho, vista desde el espacio tiene el tamaño de una pupila. Se ve frágil, con una atmósfera apenas perceptible que mantiene la vida en ella. Así la describe Christer Fuglesang, el primer y único astronauta sueco en volar al espacio. Tiene más de 33 horas de caminata espacial que ha realizado cinco veces y es uno de los pocos que puede decir que ha estado afuera de una nave espacial, flotando en el espacio.
Ahora es profesor en el KTH Royal Institute of Technology en Suecia y hace parte del Grupo de Estrategia en la empresa sueca de soluciones espaciales Saab y visitó Colombia, en Rionegro, la semana pasada para asistir a la graduación de los 26 jóvenes integrantes del Semillero Aeroespacial de la Corporación Cipsela.
¿Cómo terminó siendo astronauta?
“Por casualidad. En ese entonces, con 33 años, estaba trabajando como científico en un laboratorio y vi un día en los periódicos que la Agencia Espacial estaba buscando astronautas. Yo ya me había dicho que si alguna vez se daba esa remota oportunidad, yo la tomaría. Así que eso hice. Trabajé duro, me preparé por dos años para poder tener una buena aplicación y finalmente fui seleccionado”.
¿Cuáles son esos requerimientos para ser uno?
“Se necesita un pregrado en un área científica o médica, varios años de trabajo y experiencia, un doctorado, estar sano y con buen estado físico y estable psicológica y socialmente, pues requiere uno ser capaz de trabajar en equipo. Y además se necesita suerte, ser la persona indicada en el momento indicado”.
Y debe ser ciudadano del país en el que está la agenda...
“En mi caso debía ser miembro de los países europeos, o para la Nasa debe ser ciudadano estadounidense, pero las cosas están cambiando pues antes eran solo las agencias espaciales las que construían naves, pero ya las hay privadas y envían a sus astronautas sin pensar en ciudadanías”.
¿Cómo fue su primera vez en el espacio?
“Estuve muy emocionado esperando en la nave a que nos lanzaran. Sabía que era riesgoso y podría morir, pero al mismo tiempo confiaba en el sistema. No fue un viaje largo, 10 minutos y medio. Recuerdo que tembló fuerte, íbamos rápido, pero luego todo se detuvo y ya estábamos en el espacio, sin peso, en ingravidez. Nos alegramos y vimos lo hermosa que es la Tierra”.
¿Cómo se siente esa ingravidez?
“Es muy difícil de explicar. Algo así como una caída libre, solo que en esta solo tienes unos segundos así que no tienes tiempo para experimentarlo bien. O es también como estar en el agua, libre, pero es aún más libre en el espacio. Es muy fácil hacer las cosas, moverse, pero debes ser cuidadoso con los objetos porque algo no se te cae al piso sino que no se sabe a dónde irá a parar. Nada se queda donde se dejó”.
¿Y es difícil dormir sin saber dónde está, arriba o abajo?
“Sí. Toma tiempo acostumbrarse a quedarse dormido cuando no sientes la cama y no hay peso, nos toca hacerlo en una bolsa de dormir que se amarra a la pared para no flotar”.
¿Qué fue lo más difícil de esa experiencia de ingravidez?
“Sobre todo la higiene, porque no se puede tomar una ducha completa, tienes que hacerlo con toallas. Ir al baño es complicado, se hace con un sistema de succión. No se puede comer de forma normal sino que lo hacemos directamente desde bolsas y al manipular cualquier objeto se debe ser cuidadoso sobre dónde se ubica”.
Ha hecho varias caminatas. ¿Cómo se siente?
“He hecho cinco y es lo más emocionante que puedes hacer en el espacio. Es dejar la nave, usar un traje especial que funciona como otra pequeña nave individual que controla humedad, presión y que te mantiene vivo en ambientes extremos. Es difícil y retador y requiere mucho entrenamiento. Debo admitir que mi primera caminata fue cuando más nervioso he estado porque yo dependía solo de mí, de no cometer ningún error”.
¿Cuál fue el objetivo de esas caminadas?
“Allá afuera está la enorme Estación Espacial que ha sido construida poco a poco y por años. Para esto, nosotros llevamos cosas desde acá en otras naves y las vamos instalando, moviendo, arreglando, reparando y demás”.