En 1992, 20 estudiantes de varios grados de bachillerato del colegio Fontán estaban cansados de usar ropa para ir a clases. “Entre todos decidimos ponernos una camiseta polo (ver glosario) azul oscura unos días, blanca otros. También un jean y unos tenis blancos. Todo con la autorización de las directivas”, cuenta Nathalie Álvarez, una exalumna que vivió ese proceso mientras estaba en el grado décimo.
El Fontán es una institución que no tiene uniforme básico y permite a los alumnos acciones como esa. Explican en su página web que no lo usan, pero que “a veces hay iniciativas que salen de las aulas para portarlo, aduciendo a que es más cómodo, no se gasta la ropa ‘del diario’, las diferencias sociales se notan menos, etcétera. Dejamos que estas iniciativas prosperen, siempre y cuando no sea un tema obligatorio”.
El psicólogo educador Luis Eduardo Cuervo explica que los uniformes han sido una distinción en la historia de los colegios en el mundo desde hace siglos (ver recuadro), “y nacieron como una manera de identificar a los estudiantes de una institución”.
La costumbre se ha perpetuado, con debates sobre su uso por economía y practicidad o por su eliminación por quienes los sienten represivos y limitantes. Bastante tela se ha cortado.
Tenerlo: orden y economía
El psicólogo Cuervo precisa que este vestuario en los colegios genera que los alumnos se sientan parte de la institución en la que están, “es portar una camisa con un logo, te hace tener identidad y a la institución le aporta orden y disciplina”.
Juan Camilo Gutiérrez Galeano, docente y coordinador formativo de octavo y noveno en el colegio de la UPB, cuenta que los alumnos, en general, sienten a su lugar de estudio simbólicamente en una prenda de vestir . “Inclusive muchos de ellos, lo llevan con orgullo también cuando lo lucen afuera y se reconocen entre ellos”.
El historiador Alexander Davidson le dijo a la BBC de Londres en un informe de 2014 sobre la tradición inglesa, pionera en la vestimenta estudiantil (ver recuadro), que dichos atuendos pueden ser tanto de rebelión como de conformidad, “si los niños quieren rebelarse, pueden hacerlo de la manera en que usan su uniforme escolar” y cuenta como tantos gorros de los atuendos británicos iban a parar a lagos.
En cuanto a lo económico implican ahorro.
Detalla Cuervo que algo tan básico como que los jóvenes no deben usar su propia ropa para ir a clase es una gran ayuda para el bolsillo de la familia y el tema de clases sociales. “Los jóvenes dejan de competir con lo que llevan puesto, al final tu blusa es igual a la mía y no hay rivalidad de marcas”.
Y aunque en el Ministerio de Educación de Colombia no existe obligatoriedad a la hora de exigirlo si hay claridad en la Circular 01 del 7 de enero de 2016, en la que indica que las instituciones educativas que lo usen no pueden exigir más de uno de uso diario y de educación física y “la falta de uniforme por razones económicas no podrá privar al estudiante de participar en las actividades académicas”.
En otras posiciones, la psicóloga Sara Zapata está de acuerdo en que portar este tipo de vestuario da un sentido de pertenencia: “es importante generarlo, pero de manera más libre, que no sea tan coercitiva, como la recordamos quienes tuvimos que usarlo en décadas pasadas, con tantas reglas y prohibiciones”.
No tenerlo: libertad
La elección del Fontán de no exigir vestuario es alejarse del significado de uniformar, “hacer de la misma forma es contradictorio con un sistema que busca respetar la diferencia, la individualidad”.
Para Gutiérrez es cierto que este tipo de traje busca unificar, “pero la visión ha evolucionado en que no es uniformar en el pensamiento, en las actitudes ni en la forma de ver la vida sino una sola forma de vestir con una intención práctica, que no genera distinción económica y que permite otras formas de compartir mas allá de lo que la apariencia física expresa”.
La psicóloga Zapata cuenta que en su etapa de educación básica pasó por varias instituciones y en unas le tocaba usar uniforme y en otras no. Finalmente se sintió muy bien al no usarlo y lo que notó fue una mayor independencia y autonomía. “Muchas veces en los espacios en los que se exige hay normas muy estrictas y esto no permite que se dé el libre desarrollo de la personalidad”.
Gloria Garcés, que hizo bachillerato a finales de los 80 en Medellín, recuerda que no podía portar su uniforme con las uñas pintadas de rojo y aunque prefiere no mencionar su colegio cuenta: “nos revisaban las manos antes de entrar a clase”.
Detalla la psicóloga que conoce casos de niñas, específicamente, que muestran desagrado: “Dicen que deben llevar tenis sin manchas, las molestan por las medias, el alto de la falda, que si hay que usar un buso especial a la hora de la misa, eso genera malestar”.
Y a Cuervo también le llega a la memoria esa exigencia y control en décadas pasadas. “Si los zapatos no estaban embetunados, si las medias no estaban limpias a la perfección (blancas relucientes) no te dejaban, ni siquiera entrar”. Pero una cosa es cómo se lleva el uniforme y otra cómo luce un estudiante. El profesor Gutiérrez detalla que cada institución educativa regula su uso con el manual de convivencia, pero no se puede reglamentar lo que antes se prohibía como cortes de cabello poco convencionales , tinturas o tatuajes.
El Ministerio de Educación lo precisa en varios documentos explicativos para padres de familia en su página web: “Las regulaciones incorporadas en el reglamento o manual de convivencia no pueden ser lesivas de derechos fundamentales, tales como el libre desarrollo de la personalidad y la posibilidad de determinar la autoimagen”.
Para Gutiérrez, no es solo un manual que reglamente, “es un trabajo que tienen que hacer las escuelas con sus alumnos y padres de familia para que trascienda que no es una tela que se porta y nada más, sino que estamos cuidando la presentación personal de un ser humano que tiene relación con otros. Intención formativa mas allá de la prohibición o regulación”.
Elegancia en Medellín
Este tipo de indumentaria ha sido símbolo de distinción en la historia de los colegios en el mundo (ver recuadro) y Medellín no es la excepción. Cuenta el psicólogo Cuervo que históricamente en la ciudad se distinguen atuendos para los estudiantes desde los primeros años del siglo XX.
El libro Historia de Medellín II, editado por Jorge Orlando Melo para Suramericana, muestra imágenes del salón de estudio en el San Ignacio de Loyola en 1939 y un grupo de jóvenes leyendo, vestidos con traje y corbata. En otra fotografía de un grupo de La Presentación, de 1937, las niñas vestían igual, cada una con una bata de color claro hasta abajo de la rodilla, cuello plano, con mangas hasta el codo, una cruz gigante que adornaba la mitad de dicho vestido y un manto que le cubría la cabeza. Usaban zapatos negros de correa con medias blancas hasta la rodilla.
El psicólogo trae a la memoria, ya en los 70, la elegancia de este atuendo en instituciones como La Presentación, El Sagrado Corazón y María Auxiliadora. Se usaba el clásico de falda y camisa con lazos o moños en las niñas y pantalones y camisas con cuello en los niños y añadiendo accesorios, “tanto las boinas como los guantes de tela hacían parte del vestido de gala que se usaba y uno los veía cuando había grandes desfiles en la ciudad en el que participábamos las escuelas”.
Recuerdos para siempre
Hayan o no hayan usado uniforme, el paso por la primaria y el bachillerato genera memorias en cada alumno.
El profesor de la UPB, detalla que, desde hace 20 años aproximadamente, los estudiantes del último año, es decir, de once, diseñan o una chaqueta o buso que es como el símbolo de ese paso final por la institución, “necesitan representar su transición hacia la universidad y no basta con decirlo, tienen que vestirlo y es algo diferente a los de los muchachos de otros grados que hasta con el calor más horrible la portan, la guardan años y la hacen firmar de sus compañeros, ni siquiera son capaces de desprenderse de ella después de graduados. Hay una gran carga emocional en el tema”.
Cuervo concluye que el ser humano es muy amigo de la uniformidad porque le gusta sentir que pertenece a algo.
El profesor Gutiérrez añade que en el diario vivir siempre hay elementos simbólicos que marcan identidad. No solo es un tema educativo se denota con el carné de la empresa en la que se trabaja o la camiseta del equipo de fútbol al que se sigue, “habrá siempre elementos que impliquen pertenencia”.
Y de tantos uniformes o distintivos que ha usado en su vida, seguro, el del colegio, es uno que usted siempre recordará