Va a jugar parqués por primera vez, se sienta frente al tablero dispuesto y le explican las reglas. Probablemente no le vaya muy bien, especialmente si está con otros más experimentados, pero cuando termine, habrá entendido en dónde se equivocó o qué hizo bien. Entre más juegue, lo hará mejor y ya será capaz de planear estrategias elaboradas. Aprendió en un ambiente controlado y podrá aplicar las habilidades adquiridas en el futuro, como esperar su turno con paciencia e, incluso, recuperarse del fracaso, no solo cuando juegue parqués. Por eso durante años los pedagogos han señalado la cercanía entre el juego y el aprendizaje y la utilidad del primero para facilitar el segundo, en todas las etapas de la vida.
El filósofo Bernard Suits, en su artículo de 1977 Words on Play, define el acto de jugar como superar voluntariamente obstáculos innecesarios. Se trata de una actividad que el ser humano realiza desde su nacimiento y con ella se relaciona con el mundo.
En el conversatorio virtual Jugando en casa: construyamos aprendizaje y recuerdos, de Red PaPaz, la psicóloga y coordinadora de la Fundación El Caracolí, María Fernanda Rodríguez, afirmó que los niños nacen con el juego y descubren su cuerpo y sus capacidades: “En la primera infancia (el juego) no está vinculado a resultados, es flexible, no tiene restricciones, es libre y permite la interacción”. Es un juego desestructurado, pero que aún así activa el desarrollo cognitivo y socioemocional.
Aunque los niños hasta los seis años no tienen inconveniente en divertirse solos, el juego también es un espacio para relacionarse con otros.
En estos tiempos de aislamiento preventivo, Maricela Moreno Oviedo, directora de la Licenciatura en Pedagogía de la Primera Infancia de la Corporación Universitaria Americana aconseja apelar a la creatividad para imaginar todas las situaciones que sean posibles en casa: “La imaginación de los niños permite crear estos escenarios y ellos asumen esa realidad. No se deben limitar los juegos porque no se tengan elementos específico”.