Después de haber hecho ese diccionario de 17 mil biografías de autores del mundo, Jorge Alberto Jaramillo Uribe decidió elaborar un índice analítico de concordancias de la Biblia.
Dicho así, a la ligera, este asunto parece menor. Pero se trata de la extracción de todas las palabras —leyó bien, todas las palabras— del libro sagrado y establecer en qué partes aparecen: en cuáles libros, cuáles capítulos, cuáles versículos...
Todo empezó cuando terminó aquel diccionario de autores, en el que gastó 125 lápices, cuyos restos todavía conserva como recuerdo de esa obra. Caminaba de un extremo a otro del corredor de su casa, como león enjaulado, preguntándose qué demonios haría ahora con su tiempo. Un tiempo dividido en anchos trozos de eternidad en la prendería donde ha trabajado de noche, horario en el que los urgidos de dinero no son tantos y es poca la actividad para un hombre hiperactivo como él.
De pronto, sus ojos se detuvieron en la Biblia que había sobre un atril al final del pasillo. Se dijo: “¡Eso es! La Biblia. Pero, ¿qué hago con ella?”.
En esas, un primo suyo, Fernando, entró en la casa y tras escucharle el dilema, le dijo:
—Hágale tabla de contenido. Las Biblias no tienen...
La hizo. Tardó un mes y medio. Al terminar, a su mente llegaron las preguntas: “¿Y eso es todo? ¿Ahora qué hago”.
Después de darle vueltas y hojear el voluminoso ejemplar de la Sagrada Biblia, traducida de la Vulgata al Español por el Ilustrísimo Félix Torres Amat, decidió extractar los personajes. Todos. Uno por uno. Y al frente escribirle quién fue, qué hacía. Por ejemplo: Lamec: descendiente de Caín, quien tendría que ser vengado por un asesinato “setenta veces siete”. Y que no se confundiera con el otro Lamec, hijo de Set, el tercer hijo de Adán y Eva.
Lo hizo. Le tomó cuatro meses. Al terminar, volvieron las preguntas: “¿Y eso es todo?” “¿Ahora qué hago”.
Esos ejercicios, sí, le parecían valiosos. Los había realizado con tal juicio que bien podrían convertirse en herramientas para estudios bíblicos, pero quería una empresa mayor. Una que le demandara la concentración de sus sentidos por más tiempo. El uso de su capacidad para realizar pesquisas.
Volvió a mirar las Escrituras y creyó que podría clasificar las palabras. “¿Qué tal si, por ejemplo, tomo el versículo inicial: «En el principio creó Dios los Cielos y la Tierra» y procedo a explicar qué quiere decir «creó», «Tierra», «Cielos»... Luego, el siguiente y después el otro y el que le sigue?”.
Este amigo de la desmesura recuerda que era un domingo de 2013 cuando pensó en emprender esta labor. Llamó por teléfono a un cuñado suyo, el historiador Giovanni Restrepo Orrego, y le pidió un consejo sobre su empresa.
—Dígame primero: ¿usted está cuerdo? —le preguntó el historiador—. Si lo está, le contesto, porque, ¿sabe a quién se le ocurre lo que piensa hacer?
—Estoy bien. Estoy bien.
—Claro, se puede hacer. Saque las palabras, termine el trabajo y cite: siempre diga: “esto lo tomé de aquí, esto de allá...”.
Cuando colgó el teléfono eran las 11 de la mañana. Comenzó a trabajar. A las cuatro de la tarde había terminado la primera columna de la primera página del Génesis. Sopesó el volumen, miró con inquietud el grueso del ejemplar y pensó: “¡En lo que me metí!”. Cerró la Biblia, la dejó en la mesa y se dijo: “Pero lo termino”.
Por dos años, dedicó a su empresa las horas que pudo. Duerme poco, así que empeñó gran parte de los días, en la casa o en la finca de un pariente en Amagá, y las noches largas de la prendería.
Se dio cuenta de que no pocas palabras tenían significado conocido. Estando en Amagá, una mañana decidió preguntarle a un muchacho campesino, un vecino que le ayudaba a darle alimento a las aves, el significado de palabras comunes:
—¿Qué quiere decir cargo?
—No sé.
—¿Expensas?
—No sé.
—¿Abandonar?
—No sé.
—¿Beber?
—Coca-Cola.
Fue cuando decidió que buscaría sinónimos a todas las expresiones; no a unas («Ab aeterno, Abeterno: Desde la eternidad. Dios lo dispone todo ab eterno»). Más de 88 mil sinónimos que integró al tomo del índice de concordancias («Amor, perseverad en mi. Jn 15.9»).
Indagando, “me di cuenta de que no había índice de concordancias comparativas en español. Lo que existen son índices temáticos. Las primeras concordancias bíblicas las hizo San Antonio de Padua, quien murió en una fecha como en la que nací, 13 de junio”. Sentado a una mesa del jardín de su casa, Jorge se ve orgulloso de su labor.