Kobe Bryant había pactado con su esposa no volar nunca juntos en un helicóptero. El basquetbolista hacía uso del aparato de forma periódica, como una opción para evadir el tráfico de Los Ángeles. La decisión, según la revista People, se debía al deseo del deportista de tener más tiempo con su familia. En un viaje de esos periódicos que hacía, el helicóptero en el que viajaba con su segunda hija de 13 años y siete personas más, se fue al suelo. No hubo sobrevivientes.
La trágica muerte conmocionó al mundo el pasado domingo 26 de enero. Las condolencias llegaron de todos los lugares y personalidades posibles. El basquetbol, deporte en el que Bryant era ídolo, se paralizó; el mundo de la música, que tenía ese mismo día su ceremonia más importante (Los Grammy), dedicó sendos honores; y grandes personalidades políticas, culturales y de otros deportes lamentaron la prematura partida del jugador. Su nombre se volvió tendencia en todas las redes sociales.
En Colombia, Bryant se trepó rápidamente al primer lugar de búsquedas en Google. La aplicación Trends, que permite visualizar el porcentaje de búsqueda de un término en especifico, señala que durante el 26 de enero el deportista tuvo el nivel más alto (100) que registra el buscador. El día anterior al accidente, dicha cifra era apenas de 1. Aunque el reconocimiento global del basquetbolista es indudable, la empatía que despertó su muerte es una tendencia cada vez más común en un mundo interconectado a través de las redes sociales.
¿Qué impulsa a una persona a enviar un mensaje de condolencia por la muerte de alguien a quien nunca vio y conoció?
Una cuestión de ideales
El caso de Bryant no es el primero y no será el último. Padre de 4 hijos, jugador estrella y aparentemente una persona modelo (pese a que cargaba con acusaciones de agresiones sexuales denunciadas en 2003), se volvió un ídolo dentro y fuera de la cancha, la encarnación de unos ideales que queremos compartir todos. Dice el magister y docente en psicología, Juan Carlos Jaramillo, que “hasta hace algunos decenios esos ideales estaban circunscritos a la familia y a ámbitos muy cercanos”. Con las redes sociales, sin embargo, el radio se expandió mucho más.
Los ideales comenzaron a surgir de diferentes y variadas fuentes, provocando una supuesta cercanía con personas y vidas lejanas no solo en espacio, también en afecto. “Esto generó modelos identitarios que comenzaron a ocupar o a compartir el lugar que antes tenía solo la familia o los amigos más cercanos. Y en esa lógica, el logro del ideal se alcanza cuando uno ve al otro convertido en tal, pero también cuando es visto por los otros haciendo parte, validándolo”, explica Jaramillo.
Es una nueva forma de permanecer. Ya sea a través de grupos en Facebook, de seguidores en Instagram o de mensajes de condolencia. Para Jaramillo, “es una lógica de espectáculo (sin que esto necesariamente sea peyorativo). Cuando la muerte, además, es imprevista, accidental, impacta mucho más. Inmediatamente por todos lados te hablan de eso, y de alguna manera se activa ese espíritu gregario que antes se activaba con la familia. Los medios nos recuerdan que queríamos pertenecer al ideal que encarnaba esa persona, y por tanto tenemos que demostrar que vamos de la mano con el dolor”.
Aparecen entonces muestras de dolor colectivo como llenar de flores lugares representativos de la persona fallecida. “Es un duelo volcado hacia afuera. Si yo me quedo callado, no me ven, y si no me ven, no existo. ¿Cómo hago para que me vean? Pongo un tuit. No estoy diciendo que no les importe la muerte, pero lo que hay detrás del tuit va más allá de que les importa o duela, en el sentido tradicional en el que nosotros entendemos la muerte. Es la activación de un sentido gregario que se esta activando de una manera muy distinta hoy. En las redes sociales”, señala el experto.