Holocausto: dos miradas sin novedad

Holocausto: dos miradas sin novedad

Por: Oswaldo Osorio


Por estos días coinciden en la cartelera dos películas sobre el holocausto, Mis recuerdos de Ana y La redada. Ambas tienen en común el tratamiento sensiblero del tema y los forzados giros argumentales. La primera es italiana (con un artificial doblaje en inglés) y la segunda francesa, y son también dos ejemplos de ese cine que no es capaz de decir nada nuevo sobre un tema que ya ha sido muy trasegado.

Mis recuerdos de Ana (Memories of Anne Frank), de Alberto Negrin, retoma el personaje de Ana Frank, tantas veces recreado por el cine y la televisión, pero no se centra en lo importante del personaje, esto es, los más de dos años que estuvo oculta en un ático y que son relatados en su célebre diario, sino que esta historia se aventura a especular sobre su destino y el de su familia en los campos de concentración.

Por eso toda la película es una sucesión de lugares comunes vistos en incontables películas: la crueldad de los nazis, pero aquí dibujados con burdas muecas de maldad; la separación de las familias entre gritos, con una excesiva banda sonora de Ennio Morricone puesta al servicio de la redundancia dramática; el hambre, la convivencia con la muerte, etc. Y cuando se propone ser reflexiva, lo hace torpemente con artificiales episodios, como el examen que le hace el rabino al estudiante de la SS.

De otro lado, La redada (La rafle), de Rose Bosch, parece querer decir algo distinto porque presenta dos variaciones importantes: la primera, es que se trata de los judíos en París, y la segunda, que el relato se centra en los niños. Sin embargo, el protagonismo de los niños solo es el vehículo para forzar las situaciones dramáticas y sentimentales, así como para repetir el disco rayado de la crueldad de los nazis y el miedo cómplice del resto de la sociedad.

También está la reiterada idea del médico y la enfermera que se convierten en el sustento físico y moral del grupo de judíos. Pero en definitiva es una cinta que no ofrece ninguna vuelta de turca sobre el tema, ningún personaje significativo ni una idea que no suene repetida. Concesiones al público sí hay muchas, algo que es muy fácil de conseguir con el ternurismo explotado de una historia con niños.

Hay a quienes los exaspera la insistida referencia a ciertos temas en el cine, como la dictadura argentina, el conflicto en Colombia, la guerra civil en España o el holocausto mismo. No se dan cuenta de que son tópicos que, por su importancia histórica y el fuerte drama humano que conllevan, le permite al cine seguir reflexionando con grandes palabras sobre la condición humana en el contexto de un importante momento histórico.

No obstante, para contar lo ya contado y no repetirse, es necesario proponer una perspectiva distinta o proporcionar elementos diferentes, así lo demuestra, a propósito de estas dos películas, una corta lista de buenos títulos sobre el holocausto: La lista de Schindler (Steven Spielberg), La vida es bella (Roberto Begnini), Adam resucitado (Paul Schader), La decisión de Sophie (Alan J. Pakula), El triunfo del espíritu (Robert M. Young) o Juicio a Dios (Andy De Emmony).

Por eso, en estos casos, tal vez es mejor quedarse en casa viendo una buena película en video que morirse de tedio en una sala de cine.


Cuando el amor es para siempre, de Gus Van Sant

Diferente puede ser bueno

Por: Oswaldo Osorio

Amor, muerte y cáncer. Una conocida ecuación que el cine ha ensayado con diferentes resultados. Generalmente ello depende de quien se encuentre tras la cámara, y en este caso es un señor director a quien se le dan bien los dramas juveniles. Con solo una joven pareja, conversando, deambulando y esperando lo inevitable, Van Sant ofrece aquí una bella, melancólica y delicada película, como ya antes lo había hecho.

Desde la renegada Drugstore cowboy (1988), pasando por la cruda poesía de Los dueños de la noche (1992), hasta la descarnada y opresiva Elephant (2003), este director ha demostrado su sensibilidad para retratar y reflexionar sobre el universo juvenil urbano, poblado generalmente por muchachos díscolos, al borde del abismo o al menos diferentes al grueso de su especie.

Tal vez eso es lo único que molesta un poco de esta película: la marcada singularidad de la pareja protagónica, que es lo que permite ese mundo un tanto bizarro que construye la historia, lo cual, al menos en un principio, resulta de cierta forma artificial, lleno de una estilización que solo es posible en la ficción. Pero aunque esto sea así, como ocurre casi siempre con el arte, es posible que el artificio y la estilización hablen de cosas reales y concretas.

En esta cinta lo real es el imperativo de la muerte y lo que se concreta es el amor, nada menos que los dos elementos más determinantes de la vida. A estos dos personajes, que son demasiado poco ordinarios, en principio los une esa personalidad poco común y el contacto que tienen con la muerte. Pero cada uno de ellos asume una posición diferente. Ella se muestra serena y madura ante lo tristemente inevitable, mientras él aparece infantil y colérico.

Ambos parecen atribulados héroes del romanticismo, incluso la película enfatiza esa diferencia y esa actitud existencial –aumentando de paso la carga de estilización- con la indumentaria de los protagonistas, ataviándolos con pintas decimonónicas que no reparan en anacronismos. Aunque si bien en este tipo de elementos hay estilización, en general se trata de un relato tremendamente sencillo, que hace de la sutileza y la funcionalidad el mejor vehículo para hablar de esos temas tan solemnes y esenciales.

Así mismo, esa sencillez está presente en el tono en que está planteado el relato, un tono cruzado por el romanticismo y la melancolía, que no por la tristeza, porque a pesar de la ominosa amenaza de la muerte que lo determina todo en esta historia, su visión es de una sosegada felicidad, casi rebajándose al optimismo.

Entonces, el amor y la muerte, que deberían ser contrarios, pero que tantas veces se presentan como uno solo, le dan vida a esta sutil y bella película, dirigida por un cineasta que sabe hablar de estos temas y recreada con unas imágenes igualmente sencillas pero cargadas de poesía.


Silencio en el Paraíso, de Colbert García

Las oscuras sendas del país

Por: Oswaldo Osorio


Por más que se haya hablado de un tema, abordarlo desde una nueva perspectiva podrá decir algo inédito o ahondar más en él. Esta cinta es sobre el más grande escándalo del gobierno de Colombia de los últimos años. Pero en lugar de encarar de entrada y explícitamente el crimen de estado en cuestión, el relato prefiere sugerir sus horribles consecuencias por vía de la construcción de una historia y unos personajes que le dan un rostro más humano a tal injusticia y crueldad.

Es por eso que esta película, inicialmente, está planteada como una historia sobre la marginalidad: Un barrio periférico de Bogotá, un pobre joven pobre que perifonea publicidad para sostener a su familia y la delincuencia que asfixia a todos con sus extorciones. Entre los truhanes y la falta de oportunidades, todo está servido para que tanto el protagonista como otros jóvenes del barrio sucumban ante la voracidad de un país tan corrupto.

Bueno, pero también está el amor. Un amor concebido en las fronteras opuestas a la guerra sucia que se ejerce a diario en Colombia. Es un amor ingenuo, tímido y romántico. Además, parece ser la única razón que alegra el día, el único motivo para vivir y soñar, hasta para cambiar súbitamente el semblante. Pero esta promesa de amor solo sirve para hacer más dolorosos los acontecimientos que se avecinan.

Con estos elementos, el relato construye un personaje y un universo ricos en detalles, sólidos y que logran que el espectador se identifique fácilmente con ellos. Y justamente es en el conocimiento orgánico y cercano de esta realidad donde se encuentra la novedad en el punto de vista.  El trágico destino final de estos jóvenes y sus familias se mencionó y denunció infinidad de veces, en los medios principalmente. Pero conocerlos de cerca, saber de sus sueños y afectos, eso solo lo consigue el cine con películas como esta.

El componente político y de denuncia en esta cinta solo puede sospecharse hacia el final, cuando estalla dolorosamente ante la cara del espectador, cuando se revela la ignominia de una práctica asesina y corrupta amparada por el Estado. Por lo demás, vemos una emotiva y casi pintoresca historia de amor y sobrevivencia, todo guiado de la mano de un personaje que se antoja tan real como entrañable.

A pesar de algunas inconsistencias (como la forzada relación entre el protagonista y la mujer que contrataba jóvenes), esta cinta tiene la virtud de saber armar un relato que, a partir de situaciones más o menos cotidianas en la vida de un joven que habita un barrio marginal, consigue crear un relato fluido y con una tensión solo insinuada, pero que nunca decae. Porque no hay en esta película furibundos discursos ideológicos, muy a pesar de que termina siendo una devastadora denuncia política.

Con un tratamiento realista en la puesta en escena y la fotografía, y con una cámara que sabe cuándo estar en la soltura del hombro y dónde ubicarse para conseguir un buen encuadre, esta película sigue de principio a fin a un joven que bien puede representar todo lo bueno y lo malo de este país. Lo bueno estuvo siempre en él y lo malo en una de esas oscuras sendas por las que se ha encaminado Colombia.

La extraña, de Feo Aladag

Ciudadanas de segunda

Por: Oswaldo Osorio


La mujer en la cultura islámica es una ciudadana de segunda. Esa tesis ya se conocía bien con películas como El círculo, Kandahar, Caramel o La manzana. Pero no por eso esta cinta resulta menos reveladora y contundente al respecto, pues aunque todas las historias estén contadas y todas las tesis hayan sido planteadas, una nueva película sobre lo mismo puede llegar a tener igual o mayor fuerza que la primera, como sucede en este caso.

Todo el relato está evidentemente en función de la denuncia al maltrato y marginación de las mujeres en el contexto islámico, aún cuando estén en occidente. Las férreas reglas de sumisión ante los hombres y los castigos físicos y sociales son iguales en Turquía o en una ciudad europea. Por eso la joven Umay, junto con su hijo, se viven yendo, porque ni con las leyes de protección occidentales ni al amparo del amor familiar están a salvo.

Un atávico asunto de honor es la razón para descargar implacables repudios por conductas que son consideradas naturales en occidente. El absurdo “qué dirán” es el castigo al que toda una comunidad teme, porque nunca se habla aquí de moral religiosa. Se debe suponer que de ahí viene todo ese condicionamiento a la mujer y la configuración de la moral social, pero nadie aquí golpea o desprecia en el nombre de Alá, porque es a la deshonra, basada en un primitivo código de los hombres, a lo que se le tiene miedo.

Pero se podría pensar ¿Quiénes somos nosotros o esta directora austriaca para juzgar la moral de una de las culturas más sabias y milenarias de la humanidad? Eso sería considerar que hay una superioridad moral de nuestra cultura sobre aquella. El problema es cuando, luego, vemos que los motivos del repudio social pueden ser pasados por alto después de “lavar” el deshonor con una transacción monetaria.

Como ya se dijo, muchas otras (y hasta mejores) películas hacen esta denuncia. Pero lo que hay que destacar en esta es que no se limita a poner en entredicho el proceder de una comunidad según sus leyes morales, sino que va más allá y ubica su lupa sobre entidades morales más pequeñas e importantes, como la familia y las personas mismas. Porque Umay no quiere huir de su comunidad, sino que desea que su familia la acepte a pesar de aquella.

De manera que el propósito de la protagonista, más que hacer una lucha de liberación (con lo cual solo bastaría alejarse de ese entorno social), es buscar que sea aceptada con su manera de pensar, y más aún, insiste decididamente en que, al menos su familia, cambie esa mentalidad que los obliga a tornar el amor en odio.

Hasta aquí todo muy bien en esta película. El problema es cuando nos detenemos en la construcción de su historia, la cual, si bien durante casi todo el metraje sostiene una lograda tensión dramática, tiene un par de trucos burdos como si se tratara de un masticado thriller: Empezar con la última escena y el impactante giro del final, fueron recursos como sacados de otra película, porque el tono cuestionador y de fuertes argumentos dramáticos de esta historia, no necesitaban nada de eso. Es algo que en la visión general del filme se puede pasar por alto, pero no deja de ser molesto.


El precio del mañana, de Andrew Niccol

El tiempo como moneda de cambio

Por: Oswaldo Osorio


¿Quién quiere vivir para siempre? Esta es una pregunta que a muchos, sin pensarlo demasiado, les perece necia. ¿Qué pasaría si se pudiera detener el proceso de envejecimiento? Es otra cuestión en la que la mayoría de personas ven más ventajas que desventajas. Con esta película es posible pensar sobre estos asuntos, sin embargo, la forma como está desarrollada privilegia la trama de acción, dejando de lado esas interesantes reflexiones que solo un relato de ciencia ficción puede propiciar.

Ya Andrew Niccol, en su inspiradora filmografía como guionista y director, ha hecho posible conciliar una buena trama de ciencia ficción o fantasía con serios planteamiento acerca de la condición humana. Con Gattaca habló de las consideraciones existenciales y éticas de la manipulación genética y con El Show de Truman de la imposibilidad de planificar y controlar el inquieto espíritu humano.

Con esta cinta tenía las mismas posibilidades, pues su planteamiento resulta tremendamente atractivo y lleno de sugestivas variantes. Se trata de un futuro en el que los seres humanos dejan de envejecer a los 25 años y en adelante su vida se rige por el tiempo como moneda de cambio, donde los ricos pueden llegar a tener hasta siglos y los pobres viven el día a día con unas cuantas horas, incluso minutos, hasta que puedan “ganar tiempo”.

Con este planteamiento argumental, (plagiado del relato ¡Arrepiéntete, Arlequín!, dijo el señor Tic-tac, de 1965, escrito por el célebre novelista de ciencia ficción Harlan Ellison), se sugieren importantes reflexiones de fondo de tipo existencial en las relaciones del hombre con el tiempo, así como de tipo ideológico al evidenciar que, sin importar la época, siempre habrá una clase oprimida y otra opresora que regula el sistema para que nunca nada cambie.

Y aunque algunos personajes hacen notar lo tediosa y -a la larga- inútil que es la vida eterna, y la trama tiene un tufillo de espíritu revolucionario en la lucha contra el sistema, el peso de estos aspectos, en el sentido general de la historia, no es suficiente como para sacarla del montón de cintas de ciencia ficción que están más interesadas en unas dinámicas que enganchan fácilmente al gran público, como la obvia historia de amor, las persecuciones como el principal recurso de la acción y los héroes anti-sistema más cercanos a Bonnie and Clyde que al Che Guevara.

De otro lado, no puede haber película distópica sin una buena propuesta visual que construya un universo verosímil. En este sentido Niccol recurre de nuevo a la lógica aplicada en Gattaca, esto es, una estética entre sofisticada y minimalista, con una visión retro del futuro. Una decisión que seguramente les ahorró presupuesto, nada demasiado llamativo, pero que en general funciona para validar la historia que se cuenta.

Se trata de una película entretenida, sin duda, y que parte de un original planteamiento del que podría desprenderse más de lo que se dijo. Por eso es evidente que fue una película más pensada para complacer a un público muy amplio (elegir a la súper estrella del pop Justin Timberlake en el protagónico ya era una señal) y no tanto para sacarle provecho a una de las principales virtudes del cine de ciencia ficción: la posibilidad de cuestionar seriamente la condición humana en su relación con el la tecnología y el futuro.


Que la cosa funcione, de Woody Allen

Desprecia a tu prójimo y ama la vida

Por: Oswaldo Osorio


El mejor humor del cine de Estados Unidos ha sido hecho por judíos: Chaplin, los hermanos Marx, Jerry Lewis, Mel Brooks y los hermanos Zucker, por solo mencionar a los más importantes de sus respectivas épocas. El último gran cómico judío del cine, Woody Allen, y el último gran cómico judío de la televisión, David Larry, se unen aquí para presentar una comedia ingeniosa y aguda, con una rara mezcla de odio por la humanidad y gusto por la vida.

No es la gran comedia del director de Annie Hall, ni tiene el atrevimiento propio del creador de Seinfeld o de su popularísmo programa Curb your enthusiasm, pero sí es una juguetona cinta llena de guiños y de planteamientos inteligentes, más parecida a lo que hace décadas se le veía al director neoyorkino y un poco distante de esas salidas en falso, dramas maduros y “humor serio” que se le ha visto en los últimos años.

La razón de este cambio de tono tiene que ver con que, efectivamente, la base del filme es un guion que Woody Allen escribiera a mediados de los setenta. Tal vez ahí radica la explicación de ese juego contradictorio que define a su protagonista: un hombre mayor que se bate cada día contra la especie humana (algo más afín con el Woody setentón que la dirigió y con el cinismo de Larry que la protagoniza), pero que se mantiene bien dispuesto para aceptar y –a regañadientes- disfrutar lo que sea que le depare la vida.

La relación entre un hombre mayor y una joven vuelve a ser el planteamiento que mueve un relato de este director. No obstante, en esta cinta la diferencia de edad (acentuada por la enorme diferencia de sus personalidades), no es motivo de conflicto como en otras de sus películas, sino que, justamente, es lo que da lugar a situaciones cómicas y a esas agrias y deliciosas diatribas de este hombre que “estuvo a punto de  ganarse el Premio Nobel” y que le habla a la cámara para mayor desconcierto del espectador.

Y cuando parece que se está agotando esa dinámica del contrapunto entre el genio y la bruta (enfrentamiento planteado en clave de inofensiva pero graciosa caricatura), entran un par de inusitados personajes que refrescan ese juego de contrastes en torno a la sofisticación de los habituales habitantes de Manhattan y los palurdos de la llamada “América profunda”. Además, con esto nuevamente Woody Allen arremete contra esos coterráneos suyos que alcanzan la imbecilidad por sus prejuicios.

Sin ser una de sus obras maestras, de todas formas esta película tiene todo eso por lo que muchos abrazamos complacidos y fascinados el cine de Woody Allen hace ya décadas (!): un personaje neurótico con el que no nos identificamos totalmente pero que comprendemos y nos divierte, una lúcida y sardónica visión del mundo, la ingeniosa crítica a la condición humana y el humor estimulante que hace reír con la boca y con el intelecto.


La versión de mi vida, de Richard J. Lewis

Triunfos y derrotas de un hombre común

Por: Oswaldo Osorio


El cine de autor ha sido uno de los cánones con los que se han juzgado las películas en el último medio siglo. Pero normalmente cuando se habla de cine de autor, se piensa y tiene que ver con unas cualidades y características por las que se reconoce a un director que tiene un estilo y un universo propios. No obstante, en esta película hay una variación significativa, y es que ese universo reconocible es el de un actor, Paul Giamatti, a quien se le ve en un rol que parece importado de otros filmes, como Entre copas, Esplendor americano o La dama en el agua.

Es cierto que, por efectos del Star system (cuando el público va a ver una película por la mera presencia de una estrella en el rol protagónico), un Tom Cruise siempre hace de Tom Cruise en las películas. Pero cuando se trata de un actor que suele participar de cintas que no están obligadas por las reglas de la industria, como es el caso de Giamatti, parece contradictorio que se le vea a menudo –en  especial si es protagonista- haciendo el mismo papel, lo cual nos lleva a pensar que también existe un Star system del cine independiente, cine arte, o de ese cine con mayores pretensiones artísticas, como se le quiera llamar.

La cuestión es que un espectador más o menos asiduo al cine ve a este actor y, de inmediato, sabe que será un hombrecito cargado de defectos, con un cinismo y una falta de tacto que lo definen, con un cierto éxito profesional y una ética ambigua, la cual le granjea tanto amigos como enemigos, pero que, muy en el fondo, siempre será una persona noble y sentimental.

Cualquier película donde este actor es protagonista, tendrá estas características. La versión de mi vida, basada en la novela homónima de Mordecai Richler, naturalmente, no es la excepción. Y si toda la historia está en función de estas características del personaje, pues ya tenemos bien definida la película.

En otras palabras, es el mismo personaje que hemos visto antes, pero con unas variantes fundamentales, como sus tres matrimonios, la historia de amor que parece darle sentido a todo y esa terrible enfermedad que marca sus días finales, como si fuera un castigo por sus culpas.

En esa medida, no es una cinta especialmente atractiva o reveladora, porque su tesis parece ser que quiere dar cuenta de la vida de un hombre “común y corriente” que vive una vida llena de triunfos y derrotas. Sin embargo, lo que importa en ella son los detalles, algunos gestos y los pequeños momentos.

Es ahí donde se puede encontrar algo fascinante y revelador: un productor de televisión que parece odiar a su estrella, pero secretamente paga para que la prensa la elogie; una tumba con el nombre de una pareja como el sentido final de la vida; o una pelota de colores que es recogida por un hidroavión para revelarnos un misterio que se planteó desde el principio.

Nada del otro mundo, solo pedazos de vida retratados por medio de un actor que habituamente hace el mismo papel… y aún sí, puede funcionar y decirnos algo más esencial que ver a Tom Cruise haciendo siempre de Tom cruise.


El páramo, de Jaime Osorio Márquez

Con el miedo adentro

Por: Oswaldo Osorio


La industria de cine se soporta sobre los géneros cinematográficos. Esto porque es un cine de fácil identificación para el público y, por lo tanto, muy popular. Y entre los géneros que más gustan están el thriller y el horror. Esta película parece estar a mitad de camino entre ambos, que se diferencian por la naturaleza del conflicto o de la amenaza que se cierne sobre los protagonistas, pues mientras en el thriller esa amenaza es representada por el hombre mismo, en el horror se trata de fuerzas sobrenaturales.

Justamente la premisa de esta película está en crear la duda sobre si se trata de un thriller o de una película de horror. Es decir, si de lo que se tienen que defender esos nueve soldados es del mal que proviene de los hombres o de inexplicables y misteriosas fuerzas. El problema es que para hablar de esta cinta hay que despejar esa duda, y saber esto puede dañar la expectativa para quienes no la han visto.

El primer elemento que proporciona el relato se decanta por un cuento de horror: el espacio donde se desarrolla la historia, una base militar perdida entre la niebla de un páramo se convierte en el protagonista indispensable por vía de uno de los principales esquemas del género, el de la “casa –base- embrujada”. Son las características de este lugar y el misterio que rodea lo que ocurrió en él, lo que dispara los miedos de los protagonistas y la permanente aprensión del espectador.

La fotografía, naturalmente, sabe sacarle provecho a este espacio y a las circunstancias definidas por el miedo de estar sitiados. La blanca espesura de la niebla es registrada por planos amplios en los que se pierden y confunden las figuras, convirtiéndose así, al mismo tiempo, en angustia y amenaza; mientras que al interior de las instalaciones los planos se cierran, se juega permanentemente con el desenfoque y la luz escasea, todo esto para enfatizar la atmósfera claustrofóbica y la idea del “sin escape” que pesa sobre todos. Así mismo, una cámara siempre nerviosa y en movimiento lo registra todo en  tono documental, para darle más realismo, y con planos subjetivos, para hacer sentir las emociones de los personajes de forma más vívida.

Pero el relato avanza y, concretamente, solo se puede ver a un misterioso y turbador personaje que luego desaparece, dejando a esos hombres con la sugestión de una oscura amenaza que los acecha. Y ahí es cuando se desata el verdadero infierno, pero es el infierno que estos hombres llevan por dentro, el cual es en buena parte consecuencia de sus acciones y del remordimiento que estas les producen. Además, en este sentido el filme deja ver de fondo una acusación sobre los desmanes de la milicia en este país. Aunque es claro que su intención principal no es la de elaborar una historia con un trasfondo muy profundo ni complejo, sino apelar a la emoción directa del espectador por vía del cine de género.

La esperanza desaparece entre la niebla, la moral se va desmoronando y la paranoia se apodera de todos. Cuando ninguna amenaza exterior se manifiesta y la cordura de los soldados progresivamente se despedaza, nos damos cuenta de que el thriller sicológico se apoderó del relato, que aquí el hombre es un lobo para el hombre y que en adelante todo será una sola hecatombe.

La gran virtud de esta película es que en ningún momento la tensión que crea sobre el público desaparece. Primero, con su bien elaborado engaño para hacer creer que se trata de un cuento de horror, y luego, con la descarnada forma en que va transformando a sus personajes y se va deshaciendo de ellos uno a uno, algunos de forma angustiante y otros de manera cruel, incluso truculenta.

De manera que esta cinta cumple a cabalidad su cometido, que no es otro que producir en el espectador emociones fuertes por medio de los recursos del horror y el thriller. Y esto lo hace gracias a un guión simple pero bien elaborado, a unos actores de gran fuerza y contundencia en la encarnación de esos duros personajes y a la hábil construcción de un espacio dotado de un ambiente lleno de tensión y de zozobra, como la película misma.


Póker, de Juan Sebastián Valencia

Apostar toda la vida a una carta

Por: Oswaldo Osorio


Hay quienes se juegan la vida en una partida de póker. O al menos es lo que nos ha enseñado el cine. Aunque, por supuesto, sabemos que eso también ocurre en el mundo real. La diferencia, sobre todo con películas como esta, es que en el cine las vemos cargadas de estilización en su narración, sus imágenes y construcción de personajes.

Por eso, de acuerdo con el tema y el género al que apela (el thriller), los referentes de esta película están más en el cine mismo que en la vida, lo cual no es ningún problema, siempre y cuando se juegue acertadamente con las necesarias variaciones que exigen el tema y el género para que diga algo nuevo o de forma inédita. En tal sentido, esta cinta lo logra por momentos, pero en otros no. Aunque el balance tiende a ser más positivo que negativo.

La historia plantea el encuentro de cinco vidas (y una sexta tangencialmente) en una mesa de póker, cada una de las cuales está signada, ya por la adversidad, por la debilidad de sus vicios o por el peso de sus circunstancias. De ahí que lo que más se destaca en el filme es su estructura narrativa. Más allá de que los relatos fragmentados y discontinuos estén de moda, es un recurso que se justifica si la historia así lo exige, como efectivamente ocurre en este caso.

Porque tal vez no había otra forma de contar la historia de estas cinco almas, sino a partir de viajes al pasado, por medio de flashbacks, del uno y del otro. Con eficacia de recursos, esto es, escogiendo muy bien los momentos que debían dar cuenta de la vida y caracterizar a cada personaje, el relato construye un bosquejo preciso pero sin muchos detalles de cada uno de ellos.

Pero el primer gran problema de la película se deja ver, justamente, con la elección de algunos personajes y sus características, porque, como decía, uno está muy sensible a los referentes cinematográficos y en ese sentido molesta un poco la forma en que esta cinta recurre parcial o totalmente a lugares comunes.

El cura cínico y vicioso es el más grande de ellos, pues la caricatura que muchas películas hacen de este tipo de religioso (que sin duda los hay, pero de ninguna manera son la mayoría) es tan obvia como torpe. Tal vez también es un lugar común la presencia de un sicario y hasta del padre modelo viudo y con un hijo con una grave enfermedad. Es cierto que la fuerza dramática depende mucho de estas cosas, pero justo ahí es donde el guion debe apelar a la novedad y a las variaciones ingeniosas, como en cierta medida lo hizo con otro cliché: la madre soltera producto de una violación, pero cuya historia nos es contada con ingenio y fuerza visual.

De todas formas, la expectativa es la palabra clave en esta cinta. La forma como está planteada la narración confía en ella para crear la tensión y suspenso que, sin duda, son la principal intención del filme, lo cual consigue con eficacia muchas veces, pero no siempre. Aunque es una expectativa que empieza por otro lugar común narrativo: iniciar el relato por el clímax, que si bien funciona muy bien, no deja de ser un recurso que ya está muy gastado.

De todas formas, estamos ante un ejercicio cinematográfico de buen nivel en su propuesta narrativa, la cual, además, está sustentada en una concepción visual con estilo propio e intachable factura. Una película imperfecta en su construcción, pero que cuenta con las suficientes virtudes para ser tenida en cuenta y disfrutada por el espectador.

De dioses y hombres, de Xavier Beauvois

Del humanismo que se resiste a la sinrazón

Por: Oswaldo Osorio


Se puede hacer una película sobre religión pero sin hacer proselitismo sobre una en particular, se puede hablar de terroristas musulmanes pero sin satanizar al islam. También se puede contar una historia sobre lo peor y lo mejor de los hombres sin sucumbir a tratamientos maniqueos. Esta cinta da cuenta de ese poder del cine, hablando con lucidez en su visión de la naturaleza humana y de manera sosegada con su narración y sus imágenes.

El Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes en 2010 fue para esta cinta francesa, la cual está basada en hechos reales ocurridos a un grupo de monjes cistercienses del Monasterio del Atlas, en Argelia, a mediados de la década del noventa. El relato retoma el periodo en que este enclave religioso, en medio de una comunidad musulmana, es presionado por la violencia de extremistas y hasta de los militares corruptos.

Pero estas circunstancias no son aprovechadas por su director para hablar de política o para comparar el islamismo con el catolicismo. La película va más allá, porque se concentra en lo esencial del conflicto, esto es, la naturaleza humana, las pruebas de la fe, la fuerza de las convicciones y la posición de cada uno de los protagonistas ante esta situación extrema y ante la sinrazón y arbitrariedad de la violencia.

Y es que los difíciles momentos que viven estos ocho hombres los somete a dilemas que van más allá de su fe. Porque preservar la propia vida puede ser más importante que la misión que llevan a cabo en aquella comunidad. Pero al mismo tiempo, para qué la vida y el compromiso que hicieron con su fe si no se puede defender las convicciones, si se permite que los atropellos de la fuerza se impongan como la única lógica que domina la sociedad.

Con este imperativo dilema de fondo, cuya solución pasa por disquisiciones terrenales y religiosas, esta película reconstruye la vida cotidiana en este monasterio, así como la personalidad de cada uno de los monjes. Pero a pesar de la inminente amenaza, el director no se decide por un relato en clave de suspenso, donde se impondría la acción, sino que opta por una mirada contemplativa, a esa vida y a esos hombres, deteniéndose en la reflexión que hacen sobre los serios asuntos que los cuestiona.

De manera que en el relato y la concepción visual se impone un tono de calma y sosiego que propicia tal reflexión. Esa narración contenida, llena de momentos cotidianos y de silencios, logra transmitir la espiritualidad y sabiduría de estos monjes, en especial del abad y el médico. Así mismo, el manejo de la luz juega un importante papel en la creación de unas atmósferas que refuerzan el misticismo de aquel lugar y sus moradores.

Sostenida en gran medida por la convincente interpretación de sus actores, esta película es un alegato contra la intolerancia y la sinrazón de los hombres, sin echar discursos ni con filiaciones ideológicas. Su única ideología es el humanismo y la razón asistida por la fe. Por eso es una película que habla con calma y claridad, como lo haría un hombre sabio.