Roa, de Andrés Baiz

Las deudas con la historia

Por: Oswaldo Osorio


Si el cine colombiano tiene una gran deuda, esa es con la historia, tanto con la de los acontecimientos menudos que le dan contexto a una época como con la historia con mayúscula, la de los grandes sucesos. Las películas sobre tantas guerras y conflictos del siglo XIX, por ejemplo, que explicarían mucho de este país, están por hacerse, también la película sobre el principal acontecimiento del siglo pasado: el bogotazo.

Porque si bien esta cinta de Andrés Baiz es de época, poco habla de historia. Termina, precisamente, cuando empieza el bogotazo, pero nada dice acerca de la situación social o política del país que pueda explicar –como es obligación de la historia, incluso del cine histórico- la hecatombe de aquel 9 de abril de 1948 y la oscura época que le sucedió. Lo que hace este filme es tomar una vida individual, la del asesino de Gaitán,  y desarrollarla, igual con documentación que con especulación.

Es cierto que su intención no era ser un retrato o reflexión histórica, por eso no se le puede juzgar a partir de este parámetro, pero lo comento porque con esta decisión se pierde la posibilidad de saldar la deuda, al menos, de este significativo momento histórico. En otras palabras, se hizo una película en relación con el 9 de abril, con buen presupuesto y un director con talento, pero no fue sobre el 9 de abril(!).

Basada en la novela El crimen del siglo, de Miguel Torres, y bajo es eslogan “los perdedores también escriben la historia”, el relato se pierde en una sucesión de episodios que pretenden dar su versión sobre este personaje, sus motivaciones y los posibles agentes externos que intervinieron en el significativo hecho. Y es en esta retahíla de episodios, con su dudosa verosimilitud y falta de unidad en los distintos tonos en que se presentan, donde más flaquea esta historia y menos podemos conectarnos con ella. Además, ese eslogan no tiene en cuenta que la historia -con mayúscula- no es el asesinato de un hombre, sino las causas, consecuencias y contexto de ese hecho.

Las dudas comienzan por las decisiones en el casting y la dirección artística. Que la pulida belleza de una Catalina Sandino no cuadra con la esposa de un albañil o las muecas de un cómico de televisión no parecen apropiadas para encarnar al célebre líder popular, son el indicio de lo que luego se verá como una pulcra y casi preciosista reconstrucción de una Bogotá y un entorno cotidiano de Roa que repelen el realismo y la verosimilitud que el peso de la historia le exigiría a este personaje y a los momentos que protagonizó. Si la intención del director era concentrarse en este oscuro personaje, su inadecuado acicalamiento y el de su entorno familiar poco convencen de esta oscuridad, incluso de su procedencia social y su oficio.

Así mismo, en su comportamiento, vemos a un Roa ni frió ni caliente, definido por una ambigüedad que no tanto parece ser de su personalidad, sino más bien de la construcción del personaje. El relato nunca define con argumentos y solidez si es un loco, un fanático o un pobre mequetrefe, por eso casi nunca hay empatía alguna con él. Y esa misma ambigüedad está en el tono del relato, que puede pasar, sin aviso ni rubor, de la comedia bufa, al cuadro de costumbres y al ambiente de thriller. Así que el relato no le permite al espectador mantener una coherencia emocional frente a la historia.

No es tampoco una película desastrosa o indignante, porque la habilidad de este director con la puesta en escena y el relato cinematográfico la mantienen a flote, el problema es tal vez que el personaje, la época y el contexto histórico la hacían más exigente, pero las decisiones que se tomaron no fueron las más afortunadas para las expectativas que estos tópicos, y la misma carrera de Andrés Baiz, suscitaban en el público.

La cara oculta, de Andrés Baiz

O del entretenimiento momentáneo

Por: Oswaldo Osorio


Entre todas las tipologías de cine que se podrían crear, existe el cine bien hecho y el buen cine, que tal vez son parecidos, pero nunca la misma cosa. Algunas afortunadas películas pertenecen a ambos tipos, pero esta cinta de Andrés Baiz es solo cine bien hecho, porque se trata de un thriller que en general cumple su objetivo y evidencia su metódica concepción, pero que termina siendo apenas eso, un buen ejemplar de cine de género que se olvida cuando empiezan los créditos finales.

Fue inevitable experimentar cierta desilusión al ver que este filme no tenía ese tono visceral y oscuro de su cortometraje La Hoguera (2007) y su película Satanás (2007). En este nuevo proyecto solo se mantiene el buen pulso narrativo de este director y su eficacia con las imágenes, porque por lo demás, estamos ante un thriller ciertamente original en su historia y bien contado, pero que emociona y sorprende apenas en la justa medida (eso sí, no vea el tráiler porque le cuentan la mitad de las sorpresas).

El material promocional de la película habla de una historia que “explora los límites del amor, los celos y la traición”, no obstante, estos elementos solo son una excusa argumental que están en la superficie del relato, el cual se concentra en lo mismo que la mayoría de los thrillers: el enigma por resolver. En este caso, se trata de la misteriosa desaparición de Belén, la novia del protagonista.

Solo hasta que se revela la razón de esta desaparición, la trama toma la fuerza y el interés de los que carecía en casi toda la mitad de la película. Es cierto que toda esa primera parte es para preparar los eventos finales, que ciertamente crean una verdadera tensión y sorprenden genuinamente, pero de todas formas es mucho tiempo de espera y diálogos de trámite y falsas pistas prescindibles,  todo lo cual se pudo haber reducido para mayor eficacia del relato.

Esto mismo ocurre con los tres protagonistas, que pasan demasiado tiempo siendo tan sosos y comunes y corrientes que no es posible identificarse con ninguno de ellos. Solo al final las dos mujeres consiguen un giro en su comportamiento que le cambia un poco el registro a sus personajes, pero no hay mucho tiempo para apreciar de qué más son capaces, porque poco después termina la película.

Andrés Baiz logró hacer una película que, en términos de producción, supera mucho del cine colombiano, ya por sus coproductores españoles, por su distribuidora internacional, por el gran nivel que consigue en su factura y por tratarse de cine de género, pero no nos dice mucho con su película, no hay nada significativo en ella como para recordarla, solo es una cinta óptima para quienes gustan de las películas que entretienen y sorprenden momentáneamente.