Cuarenta, de Carlos Fernández de Soto

Tribulaciones de tres promesas incumplidas

Por: Oswaldo Osorio


Los cuarenta años son los nuevos veinte, decían por ahí en alguna película. Al menos para los hombres parece funcionar más esta juguetona sentencia, seguramente diseñada para reconfortarlos en ese momento crítico de sus vidas. Aunque para muchos, la verdad sea dicha, realmente se aplica. Pero éste no es el caso de los protagonistas de esta cinta, quienes se encuentran no tanto experimentando un nuevo impulso en sus vidas, sino más bien en una encrucijada existencial.

Carlos Fernández de Soto al parecer se propuso con esta película reflexionar sobre ese momento en la vida de los hombres, cuando sus cuarenta años de existencia parece obligarlos a hacer balances. Y esta reflexión no es desde la perspectiva de aquellos que satisfactoria y felizmente le sacan provecho a sus “nuevos veinte”, sino desde la mirada de tres hombrecitos más bien grises y atribulados que le dan vueltas al asunto y a sus vidas, que se quejan y maldicen, que parecieran querer volver a tener veinte, más que para vivirlos de nuevo, para corregir el rumbo.

Que esta reflexión haya sido eficaz cinematográficamente, eso en realidad se puede poner en duda como se verá más adelante, pero ciertamente planteó y desarrolló su tema con sus posibles variables. Lo que habría que entrar a discutir es que si no funciona bien como expresión audiovisual, ¿entonces sus premisas, aunque estén manifiestas en la historia y sus diálogos, son menos significativas? En otras palabras, se puede decir que se entendió lo que quería decir, ¿pero lo dijo de manera que, como lo ambiciona  toda manifestación artística, implicara una experiencia estética y emocional plena?

Pero antes de tratar de responder esas preguntas, es necesario decir que, sin duda, el director planteó las mencionadas premisas, y para ello apeló a tres personajes que ilustran distintas posiciones ante la vida en relación con la edad que tienen. El primero es un periodista decepcionado y hasta furioso con lo insostenible de la situación del país, quien ha perdido casi toda esperanza de que él o su oficio puedan hacer algo; el segundo es un hombre casado y con hijos que descubre que es homosexual (sin duda el personaje más forzado en la naturaleza de su drama); y el tercero un hombre que, aparentemente, está satisfecho con su vida, pero que sus dos amigos y la película lo presentan como un ser inmaduro que se ha negado a crecer y que tiene una vida desprovista de toda seriedad y compromiso.

A este recurso de tres miradas a los cuarenta años masculinos se suma un paralelo que atraviesa toda la trama, y es el que se hace con la vida de ellos mismos, pero en su juventud, cuando están llenos de sueños y propósitos. Es este contraste entre los jóvenes y los viejos el que más mal parados deja a los personajes, el que evidencia su estado de frustración y ese vacío de lo irrecuperable, porque un hombre promedio a esa edad ya ha vivido más de la mitad de su vida, al menos de su vida activa. El contraste entre estos dos momentos vitales es la constatación de las incongruencias entre lo que pensaban y negaban ser con lo que resultaron siendo.

Este sentimiento de frustración cruza todo el relato y es sólo interrumpido por fugaces momentos de charla, complicidad  y camaradería. Porque tienen ante sí el balance de más de la mitad de sus vidas y parece que no tienen nada: únicamente algunas comodidades materiales, ilusiones rotas, la maldita nostalgia, promesas incumplidas y, cual adolescentes con calva y panza, desorientación existencial. De todas formas, ante este panorama hay algo esencial que sobrevive y por lo que vale la pena continuar: la amistad. Aunque no tengan nada, se tienen a ellos mismos, esa complicidad y camaradería que queda bien clara en la película a pesar de todas sus inconsistencias. Y la escena final así lo constata, pues allá van los tres, a pesar de sus pesares, riendo y bromeando con paso desenfadado camino a un día de campo.

De lo dicho al hecho

Hasta aquí este texto parece complacerse con lo visto en la película, sin embargo, como ya se había adelantado, todo eso está enunciado sólo a partir de sus componentes, del guión y la puesta en escena. Porque una cosa es lo que se vio en la pantalla y otra la forma en que se vio. Decirlo es muy distinto que hacerlo y es en ese trance donde se decide la buena o mala afortuna de una historia de cine. En este caso, se trata más bien de la mala fortuna, pues la materialización de esas ideas enunciadas no es más que un retroceso de lo que el cine colombiano, en general, había conseguido en términos narrativos y de factura en los últimos años.

Para empezar desde lo más básico, en esta cinta vuelven a aparecer algunos de los fantasmas del pasado de nuestro cine: el mal sonido y las imágenes defectuosas, estas últimas se dan ya sea por mala iluminación o por falta de foco. No ocurre esto en todo el metraje, pero sí en más escenas de las que un espectador paciente aceptaría. Y no puede ser una excusa que haya sido filmada en video y en sólo dos semanas, porque la calidad del video de alta definición que usaron y el debido plan de rodaje, bien pueden superar lo que muchos creerían que son limitaciones.

La historia que cuenta este filme es el encuentro de tres amigos en una casa de campo durante un día. Salvo por esos flashbacks que le echan una mirada a su ensoñadora juventud, la necesaria dinámica del relato es construida a partir de los diálogos, lo cual puede ser una desventaja si no están bien escritos, si no encuentran el tono propio o si los actores no consiguen defenderlos.

En este caso sucede un poco de todo, es decir, buena parte de esos diálogos funcionan muy bien porque alcanzan a ser divertidos y hasta lúcidos, por momentos logran transmitir lo que quieren y dejar en claro lo que sienten estos hombres y la lógica de ese proceso que están viviendo, la cual pretende ser representativa de las vivencias de muchos otros hombres. El diálogo imaginario del “nuevo homosexual” con su amante y su esposa es un buen ejemplo de esto o también algunos de esos episodios en que se confabulan para reírse de algo.

Pero por otro lado, también hay momentos en que esos diálogos se antojan forzados, pues fueron diseñados para echar discursos furibundos o provocadores, para hacer explícitas las tesis que la película y su director quisieron plantear. Es por eso que la película nunca deja que el espectador esté cómodo con esta historia y sus personajes. Hay muchos elementos que distraen, porque el relato constantemente está obstaculizado por deficiencias de factura, por diálogos amarrados a la necesidades discursivas o saltos bruscos entre escenas, pues se hace muy evidente que están pensadas para, una a una, ir cubriendo una lista de tópicos que den cuenta del tema general: familia, sexualidad, ideología, amistad, nostalgia, vocación profesional, situación política del país, el paso del tiempo, etc.

Como colofón necesario para contextualizar este texto, paso a hablar en primera persona, pues justamente tengo la edad del título y, sin duda, esto tiene sus repercusiones en la forma en que recibí esta película. Porque si bien es cierto que en los últimos párrafos me vi avocado a señalar lo que me perecen inconsistencias con el lenguaje cinematográfico, en los primeros identifiqué unos planteamientos que algo me transmitieron y con los que me identifiqué. Pero la cuestión es que dudo que quienes no coincidan aproximadamente con esta edad, puedan leer lo mismo a partir de los recursos visuales, narrativos y dramatúrgicos utilizados por sus realizadores.


1 comment

  1. jairo   •  

    que pelicula tan mala y asquerosa…no provoca ni quedarse dormido…sali estresado del cine…ni siquiera es cine arte…por dios…que falta de creatividad, por que no saca n una pelicula de las chuzadas del das o del escandalo de saludcoop???.

    En donde devuelven el dinero de la pelicula?..

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