El municipio de Buriticá, uno de los más viejos de Antioquia y con más historia, inicia hoy lunes la celebración de sus 400 años, con actividades para el gusto de todos sus habitantes que se extenderán hasta el próximo lunes.
Las fiestas estaban programadas para noviembre, pero debido a las remodelaciones del parque se aplazó el jolgorio, que cayó de perlas, pues esta semana también inicia la Navidad, con vacaciones y plena disposición y ánimos para gozar.
“La remodelación del parque es un regalo que le hizo la Continental Gold (la empresa canadiense que tiene el título minero principal de la localidad) a Buriticá en su aniversario. Se hizo con participación de la comunidad, que expresó opiniones de lo que quería y así se plasmó en las obras”, señaló la secretaria de Gobierno local, Adriana Correa.
Historia bañada en oro
Como la de muchos pueblos antioqueños, la de Buriticá es una historia marcada por el oro y la sangre.
Así lo repite María Lucelly Higuita Santa, una mujer que lleva años investigando la historia de su pueblo natal, pues no ha estado conforme con lo que se dice en los libros y tratados sino que ha querido atar cabos, combinar y cruzar informaciones y por su cuenta sacar conclusiones de lo que ha sido la vida de Buriticá.
“No soy historiadora. Estoy recopilando la historia, hay muchas historias en libros que no conocemos, nuestra historia es tan antigua como el descubrimiento y la conquista. Puede haber pueblos más antiguos, pero Buriticá, respecto al descubrimiento, puede ser de los primeros”, afirma María Lucelly, que tiene en su casa un pequeño museo con piezas de cerámica y cestería halladas en excavaciones en Buriticá y que por diversas vías han llegado a sus manos. Dice que los primeros españoles entraron a Antioquia por Urabá, que llegaron a Frontino por el Valle del Nore, donde enfrentaron al cacique Nutibara.
“Estando en Frontino les dijeron que había dos caciques: uno, el Dabaibe (en Dabeiba) y el Buriticá, que ambos eran muy ricos, pero les advirtieron que al territorio de Dabaibe era más difícil llegar por lo escarpado, entonces se vinieron a Buriticá”.
El español que colonizó a sangre y fuego el territorio fue Juan Badillo, que en su afán por apoderarse del tesoro del cacique terminó quemándolo vivo en la hoguera en pleno parque del poblado, donde hoy se levanta una estatua en honor al valiente indígena, que incluso intentó suicidarse arrojándose por un precipicio y arrastrando con él a varios españoles, con tan mala suerte que falló y todos sobrevivieron.
Dilemas del presente
Buriticá tuvo pasado minero, pero también cestería, cerámica y tabaco, de lo que ya casi nada queda. Su presente es complejo por el apogeo minero informal e ilegal que revivió hace 3 años y que aunque se ha ido erradicando, dejó secuelas.
Según la bibliotecaria e integrante del Consejo Municipal de Cultura, Lucelly Graciano, Buriticá vive dinámicas sociales, culturales y ambientales muy diferentes a las de hace unos 3 años.
“Aunque la situación se viene normalizando, el municipio quedó marcado por una cultura diferente”, expresa.
De ser conocido como “el laberinto pacífico del Occidente”, se volvió bullicioso, con casinos, discotecas y centros de diversión. Pero a la par con esa tranquilidad perdida llegó el dinamismo: “La construcción tiene auge, 60 % de las casas ya son de segundo y tercer piso”.
Tradiciones como la cerámica, en la vereda Untí, se mantienen, pero están a punto de desaparecer. Sólo Severiana Higuita, su hija Liliana Pimiento, María Higuita y Marina Jaramillo las siguen tallando a mano. “Tengo 80 años y cuando me muera nadie seguirá con esto porque soy sola”, pronostica María. Severiana dice que hace cayanas para sobrevivir y por encargo, pero sin mayor motivación, “porque nadie nos apoya”.
Untí está a casi una hora del pueblo. Es un caserío de pobreza pero de gran valor histórico, “una de las cosas que deberíamos conservar”, sostiene María Lucelly. Ella está en la tarea de rescatar cada valor ancestral. Es una soñadora. Lo aprendió de los indígenas catíos, cuando Buriticá era un poblado tranquilo, sin rumba hasta el amanecer, sin violencia intrafamiliar y sin la ambición del oro por el oro, como es ahora. Pero sigue siendo “una montaña de oro, eso sí”, recalca María Lucelly.
