“Se murió su papá, ahora me voy a morir yo”. Reunió a sus hijos, firmó sus últimos documentos, y menos de 24 horas después de sus palabras, María Teresa Uribe fue internada en una clínica de Medellín.
Dice Javier Marías, escritor español, que lo frustrante y triste de la muerte es que se impone al resto de la vida. La forma y modo en que morimos, casualidad igual que el mero hecho de nacer, suele definir el obituario de nuestra vida: murió electrocutada; murió envenenado; murió borracha.
Murió porque así lo decidió. Porque a sus casi 79 años, golpeada emocionalmente por la muerte de su esposo, Guillermo Hincapié Orozco, y fatigada físicamente por el paso de los años, la maestra María Teresa Uribe decidió, dueña de su cuerpo y de su mente, que ya era hora de partir. Su obituario, aquel al que María guardaba desdén, reflejó, en este caso, una historia escrita con rebeldía y determinación.
Nunca dejó de cuestionar
El último año de vida de María Teresa Uribe fue de silencio y lectura. “Se resguardó en su cuarto, entre sus libros y su cigarrillo. No recibía a mucha gente, solo unos pocos accedieron a ella”, recuerda Marta Hincapié, una de sus hijas.
Hablaba poco, pero con la perspicacia e inteligencia de siempre. “Su mente seguía clara y crítica. Nunca se cansó de hacer preguntas, de cuestionarlo todo”, afirmó Marta Villa, directora de la Corporación Región, colega y amiga de la profesora Uribe.
Su camino, cimentado en la duda, comenzó a temprana edad cuando cuestionó la posibilidad de que su padre, Eduardo Uribe, médico dedicado a la sanación de los más humildes, tuviera alguna oportunidad de llegar al infierno: “pensaba que una persona como él no podía estar destinada a quemarse en el infierno, porque si eso fuese así, todos iríamos a parar allí”, afirmó en el documental “Los demonios sueltos”, de su hija Marta.
Esa, su primera gran pregunta, la graduó de rebelde. Título que ostentó y reafirmó con los años.
“Decidió, casada con un conservador y con tres hijos, empezar a estudiar Sociología en la Pontificia Bolivariana de Medellín. Nunca dimensionó que esas decisiones la hicieron diferente al resto”, dijo Ana Luz Hincapié, otra de sus hijas.
Su niñez, con una madre universitaria, fue diferente al resto. Ella, en plena era hippie, vistiendo vestidos floreados, con el pelo suelto, hablando de guerra y de paz. “No fue una madre restrictiva, nunca tuvimos la necesidad de ocultarle algo”, concuerdan sus dos hijas.
Su único gran temor, ese que la atormentó y persiguió cada año de su vida, fue que sus hijas o su esposo fueran objeto de algún atentado. Su labor investigativa se desarrolló siempre en los contextos más difíciles. Mientras ella intentaba entender a Medellín desde sus condiciones sociales, explicar la violencia de los 80 y 90 desde la exclusión y la falta de oportunidades, las bombas estallaban en las esquinas y la opulencia y el dinero “fácil” se robaban a miles de jóvenes.
“Que estudiara, que tuviera sus ideas y trabajara por ellas, nunca la hizo una madre ausente. Siempre estuvo. Cuando llegábamos del colegio, con alguna tarea por hacer, se sentaba y discutía son nosotras y con la profesora. Si creía que la docente se equivocaba, nos hacía cambiar las notas. Si algo le molestó fue la estupidez, el comentario tonto y la comodidad de no cuestionarlo”, recuerda Marta Hincapié.
Su camino académico siguió en la Universidad Nacional, con una maestría en Planeación Urbana, sin embargo, fue en la Universidad de Antioquia donde encontró su lugar en el mundo.
Su Alma Máter
El Teatro Camilo Torres de la Universidad de Antioquia es una leyenda para quienes estudiaron allí. Siendo epicentro del movimiento estudiantil de la Alma Mater, erigiéndose como el punto de encuentro, diálogo y debate del movimiento social de la Universidad, su figura y sombra solo pueden compararse con la Biblioteca Carlos Gaviria Díaz, separados ambos recintos por pocos metros.
No podía ser otro el lugar escogido para el reencuentro de María Teresa Uribe con su gran amor, eso que representó lo único en la vida en lo que siempre creyó y defendió: después de 10 largos años, la profesora volvía a la Universidad de Antioquia.
“De todos los reconocimientos que ganó, - Antioqueña de Oro en el campo de la Investigación en 1999; Premio Juan del Corral en el 2010; Distinción Orden al Mérito Universitario Francisco Antonio Zea, de la Universidad de Antioquia en 2004; Premio a la Investigación de la Universidad de Antioquia en 1999; - solo ese logró remover algo en mamá”, señalan sus hijas.
La profesora María Teresa Uribe fue galardonada en 2015 con el Honoris Causa de Doctora en Ciencias Sociales, un reconocimiento para el que la Universidad tuvo que cambiar sus estatutos, pues en ellos decía que dicho título solo podía dársele a alguien externo a la Universidad.
“Nadie podía hablar mal de la U.de.A. Delante de ella, eso no se podía hacer. Una mujer como ella, cuya gran virtud fue que no dejó de dudar nunca, que no tomó ninguna bandera como propia, solo tuvo una cosa en la vida que hizo suya: su universidad”, cuenta Marta Hincapié.
Allí, en los pasillos, su sombra y voz no se fueron nunca. La leyenda de la profesora que terminaba sus clases en cafeterías, tomando tinto con sus estudiantes, pasea llenando de orgullo a los que lo vivieron, y siendo envidia para los que nunca tuvieron el placer. “Si algo puedo decir de ella, fue su gran generosidad con el conocimiento. Nunca se guardo nada. Fue una intelectual cercana a todos, como pocos de los de su clase”, cuenta Manuel Alberto Alonso, uno de sus estudiantes.
Retaba y acompañaba. Solo una cosa le pidió siempre a sus estudiantes: ver el mundo desde el ángulo que nadie consideraba. Buscar explicaciones que nadie tuviera en el radar. Y después de encontrarlas, dudar siempre de ellas. Y así, envuelta en el humo del cigarrillo que nunca dejó, con una montaña de libros que ocultaba su figura baja y sus ojos vivaces, la maestra Uribe dejó más que una carrera académica. Su legado, como lo explicó bellamente Clara Inés Aramburgo Siegert en su discurso de entrega del Honoris Causa, es similar a la historia de Sísifo:
“Los dioses habían condenado a Sísifo a hacer rodar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, donde la piedra volvía a caer por su propio peso... Veo cómo ese hombre vuelve a bajar con paso lento, pero igual, hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desgracia: es la hora de la conciencia”.
“Esta imagen (...) ahora me socorre para caracterizar su vida académica: el incansable empeño de descender la montaña las veces necesarias para recoger nuevas interpretaciones de los viejos problemas, recursos originales para transformar realidades casi que inquebrantables y remontar con ellos a la cima, como quien carga un pesado fardo” (Revista Debates - 70 - Universidad de Antioquia)
María Teresa Uribe.
Pereira, Colombia, 1940 - Medellín, Colombia. 2018.
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