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Pintan un nuevo mural para plasmar la vida de la calle Barbacoas de Medellín

Niños y jóvenes residentes de este sector del Centro pintaron sus vivencias y visiones.

  • Para crear el mural, se hicieron varios talleres y encuentros con la comunidad. Todavía faltan otros productor. FOTO camilo suárez
    Para crear el mural, se hicieron varios talleres y encuentros con la comunidad. Todavía faltan otros productor. FOTO camilo suárez
  • Para pintar el mural, se hicieron talleres en los que se recogieron ideas de los habitantes del sector. FOTO Camilo Suárez
    Para pintar el mural, se hicieron talleres en los que se recogieron ideas de los habitantes del sector. FOTO Camilo Suárez
19 de diciembre de 2021
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Sentado en una banca sobre la acera, recostado contra un poste de luz a la salida del inquilinato La Perla, Jorge Alberto Restrepo, conocido como “El Gallero”, escribió durante muchos años, en pedazos de cartón de empaques de cigarrillos, lo que veía pasar en la calle Barbacoas.

Quiso plasmar la cotidianidad de esta calle, ubicada en el Centro de Medellín, en las “postrimerías” de la Catedral Metropolitana, en lo que según la Iglesia Católica son las cuatro últimas etapas por las que ha de pasar un ser humano: muerte, juicio, infierno o gloria.

Una calle que más que todo ha sido un destino, una condena, una salvación. Barbacoas, la calle de las locas, que sigue el curso sinuoso de la quebrada La Loca –desviada, canalizada y cubierta por el asfalto desde 1944–; la que en uno de sus tramos que da la avenida Oriental tiene forma de calzoncillo, y que en el otro extremo, cruzando Palacé, se convierte en una diagonal estrecha llena de jolgorio y vida popular; también podría ser el desagüe atormentado de muchas almas que buscan redención.

Barbacoas se mueve “entre lo sagrado y lo profano”, dice Teresita Rivera Ceballos, gestora cultural y directora de la Corporación Ítaca, que se metió en sus entrañas para convocar a un fresco colectivo y comunitario, con el fin de plasmar las memorias espesas y coloridas de los habitantes de la cuadra.

Entonando una calle

Ya entrada la primera década del nuevo milenio, el Gallero tenía el esbozo de las escenas del sector:

Parche, pola, candela, bocanada profunda. Motor, moto, parca, tombos. Requisa, papeles, ellos nos miran, nosotros a ellos. Ritual callejero. San Alejo lejos. Se van. Se fueron. Candela, pola, bareto. Ahora sí... trabémonos con calma.

Adentro de La Perla, un inquilinato y refugio de adictos al bazuco, al perico, al sacol, corazón del antiguo Bronx de Medellín, un pintor desconocido y bien vestido pintaba las paredes del inquilinato con escenas de lo que veía pasar en Barbacoas: travestis y transexuales en la intimidad de sus habitaciones, atendiendo deseos clandestinos; malandrines embambados y malencarados, distribuyendo sus mercancías y sus calambres; carretilleros, chaceros y venteros ambulantes, que vivían en la cuadra y chupaban pavimento de sol a sol.

Nadie sabía quién era el pinto ni por qué se metía al peor antro de la ciudad a plasmar sus dibujos sin justificación. Le decían Peter y se acostumbraron a su oficio extraño, como lo habían hecho con todos los demás.

Luego se supo que se trataba de Jorge Alonso Zapata, JAZ, un exfotógrafo del CTI convertido en cronista de paleta fina. “Barbacoas acoge a todo el mundo”, dice JAZ, pincel en mano, ahora retocando el nuevo mural de la calle que niños y jóvenes, habitantes curtidos del barrio, han bautizado “La cuadra entonada”.

La vieja Barbacoas, la de las locas, fue intervenida por varias administraciones. La Perla, desalojada y desmantelada, con los murales de Jorge Alonso reducidos a escombros manchados de colores; los trans, con sus cuerpos grandes y carnosos, desplazados a nuevos parajes. En Medellín, la miseria no se destruye ni se transforma, se reubica.

El Gallero, después de ver la muerte, ser condenado y bajar al infierno, vio una luz que lo arrastraba afuera y se aferró a ella.

En la cuadra se quedaron las familias de los rebuscadores con sus hijos, que crecieron jugando en esa calle que era al mismo tiempo purgatorio y paraíso. Y comenzó el proceso de darle sentido a lo que habían vivido, a lo que significaba ese pedacito de ciudad, que en letras y pinturas buscaba ser entonado.

Para pintar el mural, se hicieron talleres en los que se recogieron ideas de los habitantes del sector. FOTO Camilo Suárez
Para pintar el mural, se hicieron talleres en los que se recogieron ideas de los habitantes del sector. FOTO Camilo Suárez

Durante más de una década, la Corporación Ítaca, de la que hacen parte Teresita y Jorge Alonso, se empeñó en darle a Barbacoas una voz propia, y hace un año, a partir de la convocatoria Investigarte 2.0 del Ministerio de Ciencias, se juntaron con la UPB, el Pascual Bravo y la Fundación Bellas Artes para ejecutar el proyecto “Prácticas de resistencia y valores identitarios en Barbacoas”.

Con el acompañamiento de uno de los docentes investigadores y artista plástico, Ómar Ruiz, realizaron talleres con los niños y jóvenes del sector para descubrir cómo veían y entendían el barrio.

Santiago Duque, de 25 años y con más de 15 de vivir en Barbacoas, propuso pintar a sus perros; Chary Torres, de 17 años y siete en Barbacoas, aportó los oficios de sus familiares, cerrajeros, vendedores de cerveza michelada; Luisa Aristizábal, de 13 años y 11 en Barbacoas, se le ocurrió un nombre: “La cuadra entonada”, porque en ella siempre ha habido música y movimiento.

Entre el Gallero, JAZ y Ómar les ayudaron a componer el mural tríptico que hoy refleja una nueva mirada de una calle torcida, por la historia y por la vida

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