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Convites, la suma que ha movido obras en Antioquia

  • Convites, la suma que ha movido obras en Antioquia
  • Habitantes de Dabeiba conformaron convites en el año 2000 para instalar adoquines en las calles del municipio. FOTO Archivo Róbinson Sáenz
    Habitantes de Dabeiba conformaron convites en el año 2000 para instalar adoquines en las calles del municipio. FOTO Archivo Róbinson Sáenz
29 de junio de 2020
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Construir comunidad es casi siempre un propósito muy vago. La elección de ese verbo, tan dado a usarse para realidades tan palpables como la pega de adobes de una casa o la pavimentación de una vía, parece decir poco cuando se une a algo tan “imaginario” como lo es una “comunidad”.

Hágase una idea de su reacción si alguien un día toca a su puerta proponiéndole participar de la construcción de una comunidad. ¿Cómo se hace parte de la “obra” de un concepto en el que vivimos, o en cuya ausencia sobrevivimos? Invertir la lectura, de “abajo” hacia “arriba”, facilita su comprensión.

“Construir comunidad” se tradujo en la vereda El Machete, en el municipio de Guadalupe, Norte antioqueño, en “levantar” una caseta comunitaria. No fue una obra cualquiera. Fue un convite. La soñaron colectivamente, reuniéndose para elegir entre esa y otras necesidades. Yenny Astrid Jaramillo, líder de la Junta de Acción Comunal, recuerda asambleas de entre 90 y 100 personas, casi la totalidad de habitantes de esa vereda, debatiendo sobre qué debía ser construido: si una cancha o un espacio de encuentro comunal. “Elegimos lo segundo. Era un sueño que teníamos y no se había podido cumplir por falta de gestión. Lo escogimos y lo construimos”.

Así, en plural. Las asambleas se trasladaron al terreno, donde unos elegidos, mano de obra no calificada, fueron dirigidos en la acción de ese sueño colectivo. El proceso, desarrollado entre agosto y octubre de 2019, finalizó con un espacio común para todos los habitantes de esa vereda y de otras cercanas. “Durante esos meses hablamos, nos juntamos, nos conocimos. Creo que además de la caseta, el convite nos logró unir mucho”, dice Jaramillo. La construcción superó su ámbito más material y permitió la formación de otras estructuras, menos visibles, pero más fundamentales: vínculos y lazos sociales.

Habitantes de Dabeiba conformaron convites en el año 2000 para instalar adoquines en las calles del municipio. FOTO Archivo Róbinson Sáenz
Habitantes de Dabeiba conformaron convites en el año 2000 para instalar adoquines en las calles del municipio. FOTO Archivo Róbinson Sáenz

“Ese, más allá de la obra física, es el gran objetivo de los convites. No son más que un esfuerzo mancomunado, aglutinador de fuerzas, para mejorar condiciones identificadas o percibidas como problemáticas o negativas”, refuerza Sebastián Mira Alzate, líder de la estrategia de la Gobernación de Antioquia que pretende apoyar esos procesos, una vía, además, en la que el Estado puede hacer presencia en zonas donde no suele llegar.

“A través de los convites las poblaciones, muchas afectadas por experiencias violentas que las han separado, refuerzan o crean lazos sociales y comunitarios alrededor de un objetivo común”. De unas necesidades básicas que en condiciones de carencia solo pueden ser solucionadas con acciones y estrategias de cooperación común, opina.

Ante los panoramas más oscuros, la individualidad no es una opción real de supervivencia. La experiencia institucional, decidida a apoyar estas iniciativas en los últimos años, se sonroja cuando queda patente cómo se han reunido históricamente comunidades rurales e indígenas ante su ausencia para la satisfacción de servicios esenciales como el acceso al agua, luz, o a una vía que las salve de la condena del aislamiento. Estas prácticas no son nuevas y la Gobernación, consciente de ello, asume el papel de un aliado más.

La estrategia institucional

Entre 2016 y 2019, la Gobernación de Antioquia apoyó 88 convites en diferentes municipios, según las necesidades elegidas por los habitantes, por un valor cercano a los 2.600 millones de pesos. El proceso, en su base solidario y atravesado por la confianza en la palabra pronunciada, debe cumplir a nivel administrativo unas obligaciones que se firman en un convenio entre la Gobernación y la Alcaldía del municipio donde se va a realizar el convite. La cláusula clave, además de las pólizas de cumplimiento y de seguro que protegen a los obreros calificados y no calificados ante cualquier accidente, se refiere a quién pagará el costo de los materiales.

El porcentaje se reparte 70%, aportado por la Gobernación, y el restante 30% por la Alcaldía. Cada convite, según revelan las cifras, ha costado alrededor de 25 y 30 millones de pesos.

Esos números, claves en la viabilidad del proyecto, se pretenden mantener para la meta de convites que se planteó la administración actual. Para los próximos 4 años se propone el apoyo a 90 de este tipo de iniciativas, siguiendo el mismo método que funcionó en El Machete, de Guadalupe: que la gente elija la prioridad a satisfacer y participe activamente de su planeación y construcción.

“Muchas de nuestras infraestructuras rurales se han venido construyendo a través de convites o mingas”, señala Juan Correa Mejía, secretario de Participación Ciudadana y Desarrollo Social de Antioquia. Se refiere a las casetas como la de El Machete, pero también a placas polideportivas, pequeñas escuelas, escenarios de cultura y, tal vez una de las más importantes, a vías de acceso. Esa imagen, evocadora de la colonización antioqueña del campo, abriéndose paso entre trochas a través de machete y mula, tiene su símil en lo urbano, en la apropiación que hicieron los campesinos desplazados que llegaron a las laderas de Medellín.

“El barrio era puro monte, pantano, vivíamos con los zapatos llenos de lodo o amarillos de polvo. Cargábamos un trapito para limpiarlos, pero la suela quedaba untada y cuando salíamos del metro en la estación Hospital, quedaban marcadas nuestras huellas en el piso; era el sendero de los pati-amarillos en la ciudad”.

El retrato de esas pisadas y otras decenas de relatos que se pueden leer en el artículo de investigación de la U. de A., “Las periferias en disputa. Procesos de poblamiento urbano popular en Medellín”, de Andrea Lissett Pérez, doctora en Antropología Social, construyen la imagen de la Medellín de las laderas.

No fue fácil la colonización de esas montañas que hoy parecen domadas bajo la urbanidad. Allí llegaron miles de campesinos desplazados que no tenían más que su historia vital para volver a empezar. La apropiación que hicieron, cita Pérez, “contó con un ideario cultural forjado en una mentalidad de autoconstructores, con prácticas de ayuda mutua y solidaridad”.

Un ideario que hizo de los convites el método para superar la indiferencia. A través de ellos forjaron amistades que en algunos barrios aún perviven, representando la memoria viva de los primeros pobladores. Una técnica campesina que construyó a Medellín y que hoy, cuando la pandemia impone distancia y pone a prueba los lazos sociales de confianza, parece mandar lecciones de cómo se construye comunidad, de “abajo” hacia “arriba”.

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