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Aún si pudiera hacer el milagro de reconstruir su templo en tres días, Pedro Pablo Agudelo, párroco de la derruida iglesia de San Pío X en Itagüí, no lo haría.
Convertida en escombros en octubre de 2018 por una falla estructural, el sacerdote cree que para levantar el nuevo templo es necesario que su comunidad se congregue y trabaje con fe.
De la vieja iglesia de 1.331 metros cuadrados, edificada hace más de 70 años a punta de autogestión, convites y empanadas, solo quedan –entre otros elementos– el piso, el altar y el atril.
Hoy en el terreno, a modo de templo, se alza una carpa que cuando le da el sol pleno pone a sudar a los feligreses, que tienen 300 sillas plásticas para seguir las liturgias. La mirada suplicante de la virgen de los Dolores se conserva desde el centro.
No obstante, brotando como las espigas de la parábola, se levantan los cimientos, columnas y vigas que van a soportar el nuevo templo, que será un poco más pequeño ya que contará con cinco locales, tres bodegas, un salón de esparcimiento, tres salones comunales, y la capilla de adoración perpetua, aunque conservará un aforo para 700 personas sentadas.
Al César lo que es del César
El párroco cuenta que para la misión de reconstruir el templo ha contado con la ayuda divina y de diferentes entidades, incluso de otras parroquias.
Antes de la caída de la iglesia, la Arquidiócesis de Medellín había comprado un seguro que ya pagó $1.500 millones en compensación.
Sin embargo, los gastos de reconstrucción van en $1.700 millones. De estos, $300 millones fueron destinados para terminar de demoler la estructura, la remoción de escombros, los diseños y permisos ante la Alcaldía de Itagüí para la construcción de la nueva obra, y la instalación de la carpa que hace las veces de iglesia. Los restantes $1.400 millones se invirtieron en las bases de la nueva estructura.
Agudelo indicó que $200 millones han sido autogestionados por buenos samaritanos de la comunidad a través de donaciones, bingos y bazares. De hecho, el sacerdote recuerda que en la Semana Santa pasada, aún con las dificultades económicas que trajo la pandemia, se recogieron $5 millones a punta de alcancías.
Pero más allá del resurgir de un edificio, vital en la historia de este barrio del sur del municipio, volver a levantar a San Pío X se volvió una prueba de fe para la comunidad.
Los encuentros religiosos en la carpa, como la misa de la mañana, siguen presentando una asistencia masiva que otros templos con mejores condiciones envidiarían.
Es más, durante las celebraciones religiosas, el bullicio del barrio parece atenuarse para permitir que los actos litúrgicos se desarrollen con silencio solemne.
Gloria Suaza, feligrés que por 40 años ha visitado San Pío X, dice que su fervor sigue intacto porque “la iglesia somos nosotros”.
Lo mismo piensa María Victoria Vasco, quien dice que otros parroquianos se fueron a iglesias vecinas como las de San Juan Eudes, Yarumito o Jesús Caído, pero que la mayoría se quedó porque “fue lo que nos inculcaron nuestros abuelos desde que estábamos pequeños”.
Inclusive, aún sin templo, no se han dejado de repartir cada mes los mercados para 48 familias necesitadas.
“Milagro” que tomará tiempo
Pese a los dardos que le lanzan al párroco algunos inconformes por la lentitud de las obras, que arrancaron en febrero pasado, o por la forma como se está llevando a cabo el proyecto, este reafirmó que prefiere que la reconstrucción de San Pío X tome el tiempo que su buen Dios considere necesario.
“Prefiero darle esta temporada a la construcción para que cuando terminemos el templo nos sintamos orgullosos de nuestro esfuerzo pero, sobre todo, para que entendamos que más que unos muros somos una iglesia y vamos a cuidar eso que tanto trabajo nos costó”, apunta.
Mientras se surte el “milagro” de la reconstrucción, la comunidad sigue buscando los recursos que garanticen el fin de la obra. La próxima actividad, a realizarse el domingo 26 de septiembre, es una rifa de un mercado. Participar cuesta $2.000. Anímese . n