El último viaje a Las Vegas, de Jon Turteltaub

O del cine crepuscular

Por. Oswaldo Osorio


No puede ser casualidad. Sin duda alguna estamos siendo testigos en los últimos años de una cierta tendencia en el cine de Hollywood conformada por películas en las que, como negándose a caducar a causa de la edad, grandes estrellas que ya pasan los sesenta años protagonizan comedias o cintas de acción que les permite un “último aire” de vida, mostrar sus reservas de vitalidad y, necesariamente, reflexionar (y burlarse) de las adversidades propias de la vejez.

Ambrose Bierce en su Diccionario del Diablo dice que un viejo es un hombre “desacreditado por el paso del tiempo y ofensivo para el gusto popular”, lo cual es prácticamente la muerte para una estrella de Hollywood (que no necesariamente para un gran actor) que ha vivido, justamente, de mantenerse actual ante la luz de los reflectores y buscando la anuencia del gran público.

El último viaje a Las Vegas (Last Vegas, 2013), viene a sumarse a otras películas recientes que harían parte de esta tendencia: el regreso al ring de boxeo de Stallone y De Niro con La gran revancha (2013); la divertida Tipos legales (2012), con Al Pacino, Crhistopher Walken y Alan Arkin; Los indestructibles 1 y 2 (2010, 2012), esa soñada colección de héroes del cine de acción dirigida por Stallone; RED 1 y 2 (2010, 2013), una doble entrega que mezcla acción, humor y espionaje; Antes de partir (2007) con Morgan Freeman y Jack Nocholson desahuciados y tachando locuras de una lista; entre muchas otras.

Aunque parece estar de moda el asunto, tampoco es que sea algo nuevo, pues hay algunos ejemplos esparcidos en el tiempo, como la popular Cocoon (1985, 1988), en la que un grupo de viejos revitalizan su cuerpo por vía de un elixir alienígena; o la última película del gran Billy Wilder: Buddy Buddy (1981), con los ya achacosos pero aún geniales Jack Lemmon y Walter Matthau.

Pero claro, los únicos que parecen tener derecho a estas últimas oportunidades son los hombres, porque como reza aquella idea que dice que Hollywood mastica y escupe a la gente, con las actrices esta ley es mucho más implacable. Exceptuando los papeles de carácter o casos únicos como el de Meryl Streep, las mujeres son desechadas con mayor facilidad y más rápidamente por la industria. De hecho, existe un documental titulado Buscando a Debra Winger (2002), en el que la también actriz Rosanna Arquette reflexiona y cuestiona la situación de las actrices que en Hollywood sobrepasan los cuarenta años, quienes dejan de ser requeridas para grandes o importantes proyectos y terminan en trabajos menores o en un retiro forzoso.

El último viaje a Las Vegas reúne a Michael Douglas (69), Robert De Niro (70), Morgan Freeman (74) y Kevin Kline (67), cuatro amigos de toda la vida que van a Las Vegas a la despedida de soltero de uno de ellos. En este cuarteto están algunas de las posibles versiones de la vejez: el viudo cascarrabias, el amenazado por las dolencias de salud, el eterno casado y el eterno soltero. A partir de estas situaciones el guion construye la personalidad de cada uno y las relaciones entre sí, pero sobre todo, las usa para comentar ese momento de la vida en que casi todo está condicionado por la edad.

Pero si bien es una cinta que dice unas cuantas cosas lúcidas -que no necesariamente profundas- sobre la vejez, lo que más se destaca en ella es su capacidad para burlarse de ella (y de ellos). Porque ni la historia ni estos cuatro actores le tienen miedo a la vejez, todo lo contrario, hacen de ella un motivo de reflexión, pero principalmente, la fuente de un humor, si bien a veces predecible, la más de las veces ingenioso y entretenido.

Las películas recomendadas del año

Un escaso panorama

Por: Oswaldo Osorio

Tal vez son los tiempos más oscuros de la cartelera de cine, la cual está dominada por las mega producciones de súper héroes y adaptaciones de best sellers que, además, son sagas compuestas por varias entregas, lo cual significa que es más de los mismo que se ha visto desde hace varios años. El mejor cine del año aún no llega o nunca llegará, cuando no es que traen repetidas y complacientes películas del tipo El sueño de Wadjda. El buen cine, los filmes más estimulantes y el cine verdaderamente alternativo está en los circuitos del DVD y el Blu-Ray piratas. Tan desolada estuvo la cartelera de Medellín este año que solo me alcanzó para hacer una lista de nueve películas.

1. Antes de la media noche, de Richard Linklater

No es una saga al estilo del cine comercial, sino que es un tríptico cultivado con paciente inteligencia a los largo de casi dos décadas. Esta tercera parte es tan certera y honda como las dos anteriores, con la gran diferencia de que el romance ya no es el principal protagonista.

2. The Master, de Paul Thomas Anderson

Una sugerente y nada sencilla pieza de un director siempre estimulante, en la que enfrenta a dos hombres, con dos formas distintas de concebir el mundo y afrontar la vida, que no necesariamente son incompatibles, porque de hecho, también se trata de la entrañable historia de una amistad.

3. Vidas al límite, de Harmony Korine

Una película que podría verse como una propuesta banal e inconsecuente o, por el contrario, profunda y trasgresora, pues en ella se cuestiona todo lo que tiene que ver con los valores de la juventud en relación con la cultura estadounidense.

4. Una cuestión de tiempo, de Richard Curtis

Comedia romántica con componente fantástico y viajes en el tiempo parece ser una combinación muy forzada, sin embargo, resultó ser una inteligente y encantadora película que, más allá del delicioso jugueteo con la historia de amor y de los ingeniosos giros propios de los viajes del tiempo, también es una historia que reflexiona sobre asuntos esenciales de la vida.

5. Blue Jasmine, de Woody Allen

Una historia de reveses y desesperación contada con el estilo inconfundible de este director en la construcción de personajes y la creación de diálogos, pero esta vez jugando con la estructura narrativa para depararnos algunas sorpresas.

6. Lazos perversos, de Park Chan-Wook

Un thriller nada convencional contado con una estimulante concepción visual y ese toque oscuro y perverso característico de este cineasta coreano.

7. Cloud Atlas, de Tom Tykwer, Andy Wachowski y Lana Wachowski

En esta ambiciosa apuesta visual y narrativa los creadores de Matrix hablan de la naturaleza humana frente al poder a través del tiempo, buscando un equilibrio entre un cine reflexivo y de entretenimiento.

8. Searching for Sugar Man, de  Malik Bendjelloul

Un documental sólidamente construido que nos devela una historia que difícilmente se hubiera podido concebir desde la ficción. Una pieza de realidad épica y emotiva.

9. Crónica del fin del mundo, de Mauricio Cuervo

La cuota colombiana es una cinta que no vieron siquiera dos mil personas, a pesar de ser una propuesta inteligente y significativa que habla con sutileza e intimismo de hondos sentimientos cruzados por la realidad del país. Además, un cine hecho con pocos recursos, pero sin que se le vea la pobreza, un cine posible, del que tanto se necesita aquí.

Jane Campion

Una mujer que habla de mujeres

Por: Oswaldo Osorio


El cine sigue siendo, primordialmente, un asunto de hombres y sobre hombres. Por eso una cineasta como Jane Campion es una excepción a la regla sobre otra excepción a la regla. Y más lo es siendo de Nueva Zelanda, que aún es un país exótico para  casi todo el mundo. Pero falta más: tiene talento, reconocimiento y un cine bello, sensible y estimulante, tanto en su concepción visual como en la forma en que mira a sus personajes y universos.

A los treinta y nueve años ya había triunfado en el mundo del cine. Eso si se tienen en cuenta los dos principales referentes de lo que institucionalmente es triunfar en el cine: Para la crítica y la cinefilia, ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes; y para la industria, ganar el Oscar. Ambos los obtuvo con El piano (The piano, 1993), siendo la única mujer con este mérito en el evento galo y la segunda en aquel “concurso” hecho en Hollywood, donde se le otorgó estatuilla a mejor película, guion (escrito por ella) y actriz de reparto, para la joven y desperdiciada promesa de Anna Paquin.

Todas sus películas tienen como protagonistas a mujeres y no necesariamente al universo femenino, mucho menos escenarios dominados por mujeres. Al contrario, la principal característica de estas siete mujeres (si solo contamos a cada uno de los personajes centrales de sus largometrajes de ficción) es que son seres liberados de la condición femenina que les impone su tiempo y lugar.

De manera que su condición de liberadas (aunque no necesariamente libertarias) parece ser lo primero que requiere un personaje de Campion para hacerlo suyo, para interesarse por su historia. Sin embargo, es una libertad generalmente más de actitud y de mentalidad que real y plena. Pero justamente la falta de esa plenitud es lo que muchas veces mueve al personaje y se impone como uno de sus principales conflictos. Esto se puede ver sobre todo en sus personajes de época, cuando era más común que las mujeres tuvieran mayores límites, impuestos tanto por parte de la sociedad y la moral como de los hombres.

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10 personajes inolvidables del cine colombiano

Por: Oswaldo Osorio

1. Leovigildo Galarza / Jesús Carvajal (El Drama del 15 de octubre, Vicente y Francisco Di Doménico, 1915)

No se puede separar al uno del otro, porque juntos mataron a hachazos al general Rafael Uribe Uribe, líder liberal y uno de los promotores de la Guerra de los mil días (así lo citan los libros de historia, como si fuera proeza). También juntos, y estando en la cárcel, fueron contratados por los pioneros del cine colombiano, los hermanos Di Doménico, para protagonizar el primer largometraje del cine nacional. De manera que fueron personajes pero también actores, de lo cual se desprenden varios aspectos muy significativos: el interés desde sus inicios del cine colombiano por la realidad violenta del país, el comienzo de esa larga tradición de utilizar actores naturales, el oportunismo del cine al realizar una película sobre un gran suceso apenas un año después de ocurrido y, lo más comentado siempre de este episodio, el escándalo e indignación causado por la contratación de los asesinos y el pago de cincuenta dólares para que accedieran. Así que Galarza y Carvajal asesinaron dos veces al general, como personajes y luego como actores. Lo más probable es que haya sido por este escándalo, y sus espinosas implicaciones políticas, que la película no pudo sobrevivir en el tiempo y ni siquiera un fotograma se conserva de ella.

2. Augusto, el ascensorista (Pasado el meridiano, José María Arzuaga, 1967)

El personaje más patético del cine colombiano es interpretado aquí por Henry Martínez. La violación de la “gordita” por cuatro hombres y la cobarde huída de Augusto, luego de haberla cortejado en una larga secuencia, es uno de los momentos más duros y conmovedores del cine nacional. También lo es la indolencia y menosprecio de la gente de la agencia de publicidad donde trabaja cuando se desentienden de sus ruegos para que lo dejen ir al sepelio de su madre. La poquedad de Augusto va por doble vía, de un lado, por lo insignificante que es considerada su existencia en medio de ese crítico cuadro de diferencias sociales que plantea de fondo con su historia el siempre lúcido Arzuaga, y de otro lado, la pusilanimidad de un hombre marginal y sin autoestima que habla quedo y siempre con miedo. El personaje de Augusto aparece en una época en que el cine nacional, por primera vez en cuatro décadas, asume una posición ante los temas sociopolíticos del país y que tiene como protagonista al colombiano de verdad y sacado de la realidad, al obrero, al campesino o al empleado. Y al final, solo desolación: sin novia, sin madre, sin dinero, engañado por unos jóvenes burgueses y caminando en medio de la nada.

3. León María Lozano, el “Cóndor” (Cóndores no entierran todos los días, Francisco Norden, 1983)

Todo para él era cuestión de principios: ordenar una masacre, no dejar que su mujer andara desnuda por la habitación o ser un perro fiel del partido conservador. Empezó como un asmático y desempleado que agachaba la cabeza cuando un liberal denigraba de él o su partido. Pero tenían que matar a Gaitán, un trágico suceso con el que este país estalló (llevaba conteniéndose medio siglo) y con él también estalló la naturaleza aparentemente tranquila y humilde de León María. Los pájaros, milicia del Partido Conservador, comenzaron a aterrorizar a la gente en el campo, y el líder de ellos fue llamado el “Cóndor”, ahora un hombre frío y sanguinario. Pero hay que aclarar que esta transformación del personaje no es, como se podría suponer, consecuencia de la corrupción del poder. Las que se transformaron fueron las circunstancias, porque León María, en realidad, nunca cambió éticamente, pues mantuvo siempre sus férreos principios, el problema es que su principio rector era serle fiel a su partido (léase los políticos en Bogotá) y este era el que ordenaba ese régimen de terror en los campos y ciudades de provincia. Pero ese es el problema de esta película, que descarga toda la culpa de la Violencia en este hombre y no en los verdaderos responsables: la dirigencia de los dos partidos. Frank Ramírez, en un trabajo sobresaliente, le dio vida a este hombrecito insignificante que devino en asesino y pequeño tirano.

4. Juan Sáyago (Tiempo de morir, Jorge Alí Triana, 1985)

Un personaje garciamarquiano era lo menos que podía haber en esta lista, eso a despecho de la leyenda negra que hay sobre esa mala relación del nobel con el cine. Nadie mejor que Gustavo Angarita para personificar a un hombre definido por su aplomo y por una amarga sabiduría. Luego de dieciocho años de purgar por la muerte de un hombre, Sáyago vuelve a su pueblo, donde lo esperan los hijos del muerto para cobrar venganza, pero él está convencido de que ya pagó por su crimen y, además, ya no está para violencias, prefiere tejer plácida y sosegadamente como una ancianita, en compañía de su viejo amor. Pero su paciencia y temple también son puestos a prueba con el acoso de los Moscote. Está viejo y cansado, pero aún puede responder como es obligación de todo hombre en esas tierras, que son el equivalente al Lejano Oeste del cine colombiano, y así queda refrendado en el duelo final: Juan Sáyago se planta frente a su adversario, se pone las gafas y dispara, igual que en los westerns, salvo por el vallenato que suena de fondo.

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11 Festival de cine Colombiano de Medellín

Un cine en busca de su público

Por: Oswaldo Osorio


El gran enemigo del cine colombiano es su propio público. Luego de haber superado la mala factura, con películas que no se oían y poco se veían, y la escasa producción (ahora se realizan más de veinte películas al año), el gran problema a resolver es acercar al público a estas producciones, desmontarle sus necios prejuicios y darle a conocer toda esa variedad y calidad que hay en un cine que hoy por hoy se ha enriquecido y dinamizado.

Esa es una difícil tarea que requiere de paciencia y constancia, así como de una serie de medidas e iniciativas que contribuyan a eso que ahora se llama formación de públicos, una labor que desde hace décadas han hecho los cineclubes, pero que actualmente la llevan a cabo las muestras y festivales de cine con una mayor cobertura y visibilidad.

Por eso fue creado el Festival de cine Colombiano, dirigido por Víctor Gaviria y organizado por la Corporación Festival de Cine de Santa Fe de Antioquia, para contribuir a esta formación de públicos, pero específicamente en beneficio del cine colombiano que tanto lo necesita, y también para realizar esa fiesta de cine que es todo festival, en la que, además de las películas, se promueven espacios de encuentro tanto social y académicos como industrial y cinéfilos.

El plato fuerte de este festival es su muestra central, constituida por películas nacionales estrenadas durante el último año, algunas que tuvieron cierto eco entre el público y los medios (Sofía y el terco, Roa, La lectora, La sirga) y otras que pasaron prácticamente desapercibidas o que ni siquiera se estrenaron en Medellín (Estrella del sur, La Playa D.C, Pescador, Pequeños Vagos). Esta muestra será complementada con una actividad académica que girará en torno al tema de la edición y el montaje, así como a una retrospectiva de cortometrajes conocidos como del “sobreprecio” y conformada por cincuenta de estos trabajos realizados durante la década del setenta.

Así mismo, como a un festival también lo hacen sus invitados, además de los directores y editores de casi todas las películas, este evento tendrá a dos personalidades como objeto central de sus atenciones: al director estadounidense Alexander Payne, uno de los más prestigiosos y estimulantes realizadores que tiene Hollywood en la actualidad, autor de cintas como Entre copas, A propósito de Schmidt y Los descendientes; y al cineasta colombiano Lisandro Duque, un sensible contador de historias a quien se le rinde homenaje por su obra, compuesta por una serie de cortometrajes y cinco largometrajes, entre los que se encuentran Visa USA, Milagro en Roma y Los niños Invisibles.

Son cinco días (26 al 30 de agosto) de películas y reflexión sobre el cine colombiano y la edición y el montaje, con eventos diseminados por toda la ciudad y siempre de forma gratuita. Es la oportunidad para acercarse al cine nacional y para darse cuenta de que hay valiosas obras en esta cinematografía, y tal vez así, muchos de los asistentes a este festival, la próxima vez que vayan a cine, se decidan con mayor facilidad a entrar a ver una película colombiana.

10 años de la Ley de Cine:

Las cifras y sus matices

Por: Oswaldo Osorio


El cine colombiano está en el mejor momento de su historia, y eso es gracias a la Ley de Cine. Nadie puede contradecir esta afirmación, no obstante, tampoco es suficiente como para dar un parte de victoria, porque hay variables y matices en torno a esta ley y a la situación del cine nacional que aun se deben discutir.

Como siempre, desde la institucionalidad el balance es muy positivo, las cifras del cine colombiano en estos diez años han ido en una progresión muy alentadora. La cifra más significativa es que se pasó de tres películas producidas al año en promedio, antes de la Ley, a veintitrés estrenadas en 2012. Consecuentemente, la participación de nuestro cine en la taquilla aumentó considerablemente, superando los tres millones de espectadores.

Sin embargo, los informes oficiales no tienen en cuenta otros números y especificidades que empiezan a transformar ese panorama, como por ejemplo, que más de la mitad de esos tres millones de espectadores fueron a ver El paseo (Harold Trompetero), o que varias de esas películas no alcanzaron siquiera los diez mil espectadores, o que lo exhibidores no les permitieron permanecer más de una semana en cartelera, o que por falta de recursos para su promoción más de la mitad de esas películas son desconocidas por el público, o que incluso muchas de ellas no se estrenaron en algunas ciudades.

Es necesario resaltar la importancia y beneficios de la Ley, sin la cual sería imposible tener el cine que hoy tenemos y, sobre todo, que ha sido manejada con la eficacia y transparencia que Focine (la anterior entidad de fomento al cine) nunca tuvo. Pero es indispensable cerrar la brecha que hay entre la mayoría de estas películas con el público, así como en ampliar y mejorar las estrategias de promoción y distribución.

Y aquí aparece el mayor problema de la industria del cine del país: el cuello de botella de la exhibición. En las reflexiones que se hacen sobre la Ley de Cine nadie le reclama a los exhibidores su ventajoso e indolente comportamiento ante las producciones nacionales: películas que esperan meses para ser proyectadas, que son sacadas de cartelera al primer fin de semana o a las que simplemente les cierran las puertas de sus salas. Y por el contrario, cuando Cine Colombia se refiere al asunto, hace alarde de todo el apoyo que le ha dado al cine nacional, solo con cifras miradas desde su perspectiva, por supuesto, sin las variables ni los matices.

En los balances que se están haciendo por estos días sobre los 10 años de la Ley de Cine hay más preguntas que respuestas, y eso es bueno, que la gente del cine piense la industria nacional y la cuestione. Hay voluntad para mejorar las cosas y ahí está esa Ley que lo puede permitir. Ahora lo que hace falta es más acciones que balances y diagnósticos, hace falta aprovechar el buen momento y afinar las tuercas para que el cine nacional funcione mejor.

La comedia en Hollywood

Casi siempre más asco que risa

Por: Oswaldo Osorio


La mejor comedia de Hollywood históricamente ha sido cosa de judíos: Todo empezó con Chaplin, quien luego de dos décadas cedió su reinado cuando el cine habló, y fueron los hermanos Marx los que dominaron las pantallas durante los años treinta. La década siguiente no tuvo un reinado tan definido, si acaso príncipes disputándose el trono, como Los Tres Chiflados o Abott & Costello. Los cincuenta y parte de la década siguiente son del genio de Jerry Lewis y luego le recibe la corona Mel Brooks. Y el final de los setenta y todo el decenio siguiente son del trío de directores Zucker-Abrahams-Zucker (¿Dónde está el piloto?, Súper secreto, ¿Dónde está el policía?)

Desde mediados de los noventa han sido los hermanos Farrelly, con su humor la más de las veces de mal gusto y escatológico, el que más éxito ha tenido, lo cual se puede ver en películas como Loco por Mary (1998), Irene y yo y mi otro yo (2000) o Pase libre (2011). Aunque este tipo humor no es exclusivo de ellos, todo lo contrario, es el que está presente en la mayoría de comedias de Hollywood, como si su gran tradición definida por los nombres citados en el párrafo anterior se hubiera perdido.

Una de las tantas razones para que se haya impuesto este tipo de humor que aborda frontal y explícitamente asuntos en especial relacionados con el sexo y la escatología es, paradójicamente, que ya no existe censura, la cual hasta muy avanzada la década del sesenta estimulaba a guionistas y directores a ser cada vez más originales e ingeniosos. El cine de Billy Wilder (La comezón del séptimo año, Una Eva y dos Adanes, El apartamento) es el mejor ejemplo de esa sutil y brillante burla a la censura.

Ese humor más bien vulgar y con mentalidad pueril se puede ver en las incontables comedias que apelan a dos esquemas que se imponen: el de las películas adolescentes, que tiene en la colección de American pie (1999 – 2012) a su más representativo modelo; y el de parodias sobre cine, en las que es condición haber visto ciertos taquillazos de Hollywood para que su humor funcione, como ocurre con la saga de Scary movie (2000 – 2013) o con Una loca película épica (2007). El ingenio y la originalidad no están presentes en esta clase de cine, porque son como una seguidilla de sketechs del tipo Saturday Night Live, que es, guardando las proporciones, como el Sábados Felices gringo.

En contraste a este humor siempre se podrá anteponer, no solo el de su cine clásico, sino el del cine inglés (como, por ejemplo, el de los Monty Phyton –La vida de Brian, El sentido de la vida– por mencionar solo lo mejor y más conocido), un tipo de humor que difícilmente se podrá ver en Hollywood, definido por la fina ironía, los referentes culturales como parte de su materia prima, el refinamiento en el lenguaje en contraste con los exabruptos del mensaje y, entre otros tantos recursos, el deadpan, ese tipo de humor que es presentado sin cambiar las emociones, el tono de la voz o la expresión corporal.

Y tal vez no es que no haya quién lo haga, sino que más bien no hay quién lo consuma, al menos no en masa, que es lo que más importa de acuerdo con las leyes de mercado que necesariamente se imponen en la Meca del cine. No obstante, sería equivocado afirmar que esta transformación del humor en Hollywood es un asunto de mercado, porque las comedias que hacían los citados en el primer párrafo, más otros tantos como Billy Wilder, Preston Sturges, Howard Hawks o Ernst Lubitsch, fueron películas con éxito comercial y, al mismo tiempo, con un humor inteligente y sugestivo, incluso abordaban temáticas significativas.

Entre ese humor ramplón tan común en Hollywood y el más sofisticado que casi nunca se ve, hay un grueso de películas que se encuentran en un tibio nivel que no alcanza a ser ni el del cine de mal gusto pero tampoco el de comedias memorables, aunque están mucho más cerca del primer tipo. Allí se encuentra casi todo el cine hecho por los actuales astros de la comedia de Hollywood: Jim Carrey, Ben Stiller, Adam Sandler, Steve Carell, Jack Black y Will Farrell.

Ese es puro cine de consumo, apenas con escasos destellos y casi siempre olvidable. Es más un humor de chistes o situaciones muy puntuales que comedia física y de tramas bien elaboradas en su comicidad. Así mismo, hay muy poco humor verbal a la manera de aquel chispeante e ingenioso que se hacía en la época de las screwball comedies en los treinta y parte de los cuarenta: It Happened One Night (Frank Capra, 1934), His Girl Friday (Howard Hawks, 1940), To Be or Not to Be (Ernst Lubitsch, 1942).

Las excepciones a este nada halagüeño recorrido por la comedia de Hollywood se pueden encontrar –aunque también se encuentran en decadencia– en ciertas comedias románticas (Cómo perder a un hombre en diez días, La cruda verdad, 500 días con ella, Simplemente no te quiere) o en esporádicas cintas que apelan a la originalidad o a la fina incorrección política, como Zombiland, Superbad, Ted o ¿Qué pasó anoche? Esta última incluso consiguió hacer una segunda parte tan buena como la primera, aunque en la tercera, sin decepcionar por completo, se olvidó del esquema que le dio éxito –tratar de reconstruir y reponer lo hecho en una noche de juerga extrema–  y remató la saga con un opaco brillo, contribuyendo así a la crisis en que ahora, y desde hace mucho,  está sumido el humor inteligente en Hollywood.

Psicosis: La obra maestra de un mirón

Por: Estefanía Herrera Agudelo

Marion Crane, una joven secretaria, roba 40.000 dólares a un cliente de la oficina donde trabaja. Comienza la huída de la ciudad, maneja por horas y mantiene el temor de ser atrapada. Cansada, decide descansar en el Motel Bates, un lugar manejado por Norman, un aparente hombre indefenso…

Hitchcock en las películas, al igual que Dostoievski en los libros, sugería, gracias a  las experiencias estéticas que sufre el espectador al entrar en relación con el objeto mirado, los despeñaderos presentes –ocultos, pero latentes– de la psicología humana. Y es así precisamente como se muestra Psicosis (Psycho, 1960), como una obra maestra de las borrascas humanas; vista y recordada por miles, sólo comparable a Lo que el viento se llevó y Casablanca, como diría Albert Solá (2006, p.217).

Psicosis no fue un film ligero, tanto en su proceso de producción como en sus etapas de creación. Fue una película tremendamente cuidada desde su guión y puesta en escena, dirección, fotografía y banda sonora, cuidada con celo.

Sin duda alguna su guión (una adaptación de Joseph Stefano tomada de su homónima en novela Psycho de Robert Bloch) está cuidadosamente pensado. La adaptación de la idea (un hombre trastornado con complejo de Edipo, como se miraría escuetamente desde un psicoanálisis silvestre) hasta la elaboración del argumento y el guión literario, fueron pensados –incluidas las efectivas modificaciones en la apariencia de los personajes y en algunas formas estilísticas y narrativas que funcionan diferente para los medios visuales–  para ser un producto profundo pero con una amplia capacidad de inundar mercados.

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Video arte y experimental en Medellín

O la historia que está por escribirse

Por: Oswaldo Osorio


Aunque cada vez pasa menos, a esta ciudad todo ha llegado con retraso. Desde mediados de los años sesenta Nam June Paik y Wolf Vostell creaban las primeras obras de video arte, mientras aquí sus pioneros aparecieron veinte años después. No obstante, sin todavía contar con más de dos o tres videoartistas, a mediados de los años ochenta Medellín se convirtió en el centro de esta actividad a nivel nacional y comenzó lo que parecía ser un prometedor panorama.

Una muestra audiovisual organizada en 1984 y la presencia de obras en video en el IV Salón Arturo Rabinovich, sirvieron como precedente para la más importante muestra que hasta entonces se había hecho, no solo en la ciudad sino en todo el país, la I Bienal Internacional de Video Arte del Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM), realizada en 1986 y en la que participaron 132 obras de doce nacionalidades.

Si bien un puñado de artistas locales participó en este evento, como Marta Elena Vélez, Juan Guillermo Garcés o Luis Eduardo Maya, es la figura de Javier Cruz la que sobresale como el más activo y constante durante estos primeros años. Ya desde antes de la Bienal exploraba las posibilidades del video, incluso con la muy novedosa imagen creada por medio de un computador, o también llegó a realizar acciones (como enterrar un televisor) y video instalaciones.

El video arte y la video instalación, entonces, comienzan a tener una especial acogida por parte de la prensa y los artistas, quienes vieron en dicho evento un estímulo para incursionar en este medio, no solo por lo que pudieron hacer y mostrar sino, más importante aún, por los referentes que conocieron. Este estímulo se vio refrendado en 1988 con la segunda versión de la Bienal, la cual contó con una organización aún más ambiciosa, una muestra mayor y la realización de talleres a cargo de video artistas extranjeros.

Participaron en esta Bienal videoartistas  que serían habituales como Javier Cruz, Luis Eduardo Maya y Veronique Mondejar (artista francesa radicada en Medellín y gestora de algunas de las bienales), pero disminuyó su participación a favor de una apertura de la muestra hacia el documental y la ficción. Hay que tener en cuenta que en esta época el video era algo diferente al cine y por eso el formato era el que se imponía en esta comunión de categorías, sin importar que el lenguaje del documental y la ficción fueran más cercanos al del cine convencional que las exploraciones visuales y sonoras propias del video arte.

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Hitchcock: el Maestro del Suspense, el maestro de las audiencias

Por: Estefanía Herrera Agudelo

“Dales placer, el mismo que consiguen cuando despiertan de una pesadilla”.

Alfred Hitchcock

El Maestro del Suspense no convivió con tribus indígenas ni comunidades africanas, tampoco salió a los barrios marginados a interactuar con las personas para comprender mejor las realidades sociales que debía proyectar en la pantalla y que debían servir de conciencia colectiva. Sin embargo, fue un gran etnógrafo del cine, de los mejores que pudo haber existido, comprendía las audiencias mejor que cualquiera, sabía qué querían, cómo lo querían y a qué hora del día. Hitchcock fue un observador minucioso, un etnógrafo encubierto, un etnógrafo de la intuición.

Para contextualizar un poco, Hitchcock, que tuvo dos grandes épocas en su cine -la inglesa y la americana- demostró, a lo largo del desarrollo de éstas, ser un genio de la taquilla, un genio que vendía porque entendía qué pasaba con la gente allá afuera. Toda su visión de la realidad la utilizó para atraer a la gente a ver su celuloide, para hacer una carrera a cuenta de grandes clásicos cinéfilos y taquilleros.

Hitchcock era inteligente: observaba lo que la gente quería, se lo proyectaba en una historia y se lo vendía. La gente le pagaba a Hitchcock para que le contara de qué estaban hechos. Basta con ver el éxito comercial de clásicos como Blackmail, The 39 Steps y The Lady Vanishes (dentro de la inglesa, por mencionar algunas) y de Rebecca, North by Northwest y Strangers On a Train (dentro de la americana –con Selznick y la Warner, exceptuado el desastre de la Transatlantic– por mencionar algunas otras). En el estreno, sus películas venían acompañadas de inmensas filas de personas ansiosas por ser asustadas y que, muchas veces, lamentablemente, no alcanzaban a conseguir su butaca para el miedo.

Ahora, para agregar dramatismo, cabe decir que, cuando el argumento de la película lo requería, Mr. Hitchcock hacía unas pequeñas exigencias a sus exhibidores y a su público. Durante la exhibición de Psicosis, en cada una de las entradas de los teatros donde se proyectaba, se leía el siguiente anuncio: ‘Nadie, pero ABSOLUTAMENTE NADIE, será admitido al teatro después del comienzo de cada presentación de PSICOSIS’.

Ahora, la pregunta que se hace uno es ¿por qué hacer filas eternas en un teatro sin butaca segura y, además de todo, por qué aguantar las exigencias de un director que me dice la hora a la debo usar el tiquete por el que acabo de pagar? Todo es muy claro, el dueño de la exigencia era Alfred Hitchcock, y a Hitchcock se le cree y se le obedece. Porque él sabe desde dónde arma sus crímenes y patrañas. Lo sabe porque entiende al que le habla, y eso no lo hace todo el mundo. Eso lo hace Hitchcock y los etnógrafos. Etnógrafos que miran y participan y que después, sacan sus conclusiones y las aplican en algún producto o acción. Hitchcock entonces era un etnógrafo.

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