Amor sin escalas, de Jason Reitman

La vida sentimental de un viajante

Por: Oswaldo Osorio

A despecho del mal título que, como casi siempre ocurre, le pusieron en español, esta película poco tiene que ver con el amor. Más bien el desamor y sus sustitutos son los asuntos que jalonan esta historia, la cual en el fondo está hablando de las relaciones personales en la sociedad moderna y, específicamente, con referencia al mundo laboral. Estos asuntos complicados y profundos, sin embargo, son abordados sin ostentación ni estruendosos dramas, todo lo contrario, el desenfado y la sutileza son las armas usadas por este joven director que, gracias a esto, ya se ha forjado una buena reputación.

Lo primero que se puede decir de Jason Reitman (aparte de que seguramente le fue más fácil entrar al negocio gracias a su padre, Iván Reitman, director y productor de una veintena de taquillazos de Hollywood) es que gusta de historias y personajes poco convencionales. Eso se pudo ver en sus tres primeros filmes: Gracias por fumar (2005), Juno (2007) y Bonzai Shadowhands (2008). Podría decirse que son historias políticamente incorrectas que tienen a antihéroes como personajes, pero eso sería llevarlas a un extremo que no es exacto, porque al abogado que defiende las tabacaleras, a la adolescente que quiere abortar, al maestro ninja en decadencia y a las respectivas historias que protagonizan, les falta la carga de “veneno” y trasgresión que exigen estos conceptos.

Igual ocurre con su última película. Está revestida con el tufillo de simpleza e irreverencia que caracteriza al cine independiente (su protagonista también es una suerte de antihéroe no romántico), pero nunca excede lo límites de velocidad y maledicencia impuestos por el cine de Hollywood. Pero aún así, no se puede tampoco acusar a este director de hacer los productos típicos de la más grande industria de cine. Sus películas realmente quieren hacer la diferencia y con esta última esa intención se evidencia todavía más.

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Sherlock Holmes, de Guy Ritchie

Una película nada elemental

Por: Oswaldo Osorio

El cine de Guy Ritchie siempre ha sido chicle mental y narrativo. Sólo se disfruta mientras se saborea, mientras está en la pantalla. Pero su falta de profundidad y seriedad la compensa con un gran talento narrativo, una ingeniosa concepción visual y una cínica y divertida manera de crear personajes e historias. En otras palabras, se trata de un cine que ofrece entretenimiento de calidad, con un refinado manejo del lenguaje del cine –muy efectista, eso sí- y con un estilo propio e inconfundible.

Del personaje creado por Sir Arthur Conan Doyle se han realizado un centenar de versiones, entre seriales y películas, tanto para cine como para televisión. Pero ciertamente Sherlock Holmes es un personaje sólo para fanáticos fieles, porque ya él por sí solo es una fórmula repetida hasta el cansancio y gastada desde hace décadas. Por eso una nueva versión necesitaba ser una puesta al día y con un enfoque diferente. Y efectivamente, Guy Ritchie hizo lo necesario para conseguirlo.

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Avatar, de James Cameron

Una aventura corriente en un ambiente poco corriente

Por: Oswaldo Osorio

No ha pasado un mes desde que escribí sobre la relación cine-tecnología a propósito de Los fantasmas de Scrooge (Zemeckis). Con esta nueva película de James Cameron, igualmente, es imposible no anteponer el aspecto tecnológico al momento de referirse a ella. Y no es un buen augurio cuando se tiene que hablar primero de “aparatos” antes que de cualquier otra consideración cinematográfica. Y por lo visto, eso está sucediendo con mucha frecuencia en estos tiempos. Si bien el cine, por ser un arte nacido de una invención técnica, tiene como parte de su esencia el componente tecnológico, éste ha sido siempre un medio y no un fin en sí mismo. El fin debe ser el lenguaje cinematográfico y lo que con él se pueda decir.

Es cierto que las innovaciones tecnológicas pueden hacer avanzar al cine como lenguaje y también es cierto que el entretenimiento hace parte de la industria del cine, pero tampoco son aspectos suficientes, por sí solos, para hacer una definición completa del séptimo arte. El hecho de haber esperado más de una década para hacer esta película -porque, según Cameron, antes no existía la tecnología adecuada- evidencia la forma en que este director privilegió el aspecto formal y de efectos especiales a la hora de concebir el proyecto. Esto salta a la vista (literalmente, pero siempre y cuando se vea en el sistema de tercera dimensión) y realmente resulta una exuberante experiencia para los sentidos.

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La decisión más difícil, de Nick Cassavetes

Amor filial y muerte

Por: Oswaldo Osorio

Las películas con enfermos de cáncer en su argumento inevitablemente despiertan sospechas. No se puede negar que el tema casi siempre se ha prestado para sensiblerías, cargados melodramas y golpes de efecto argumentales.  Pero ocurre que el director de esta película tiene un apellido con abolengo, que si bien esto no siempre es garantía de calidad, con frecuencia tiene algún significado, sobre todo si se trata del hijo de la principal figura de la historia del cine independiente norteamericano: John Cassavetes.

Sin embargo, Nick no sólo tiene apellido, si bien su obra está muy lejos del gran legado que su padre dejó al cine, ha sido realizada con entereza, aún bajo las reglas de Hollywood, y es dueño, al menos, de una pequeña joya de cine: She’s so lovely (1997). Esta nueva cinta parecía otra más de las que ha hecho adscritas a un género, en este caso al subgénero court room movie, o película de estrados judiciales: La niña que demanda a sus padres y todas las discusiones éticas y emocionales que este planteamiento y su esquema conllevan.

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Bastardos sin gloria, de Quentin Tarantino

5 en gramática y 0 en historia

Por: Oswaldo Osorio

Cada película de Quentin Tarantino es un acontecimiento. Toda la cinefilia mundial lo espera, aun para odiarlo o despreciarlo. Porque es un cineasta de excesos, genialidades, caprichos adolescentes y de un impecable dominio del oficio de contar historias con imágenes en movimiento. Esta nueva película puede que irrite a los historiadores, que mate del tedio con sus interminables diálogos al espectador común, que cause escozor hasta al último sádico del cine gore, que excite al cinéfilo que gusta de cazar citas o que maraville al estudioso del lenguaje del cine, el caso es que nunca podrá ser posible que sea vista como una cinta cualquiera.

Lo primero que hay siempre que tener en cuenta para ver ésta y casi todas las cintas de QT es que el referente del que parte para crear sus universos, historias y personajes no es la realidad sino el cine (y a veces la televisión), con toda su iconografía, historia y mitología. Los homenajes y variaciones al cine de explotación de los setenta son sus preferidos: las artes marciales en el díptico de Kill Bill, blackxplotation en Jackie Brown o películas de autos, carreras y choques en Death proof. Con su nuevo filme hace referencia al cine de explotación de guerra, tipo Los doce del patíbulo (Aldrich, 67), o incluso al llamado macaroni combat, que es la versión italiana de este cine, así como el espagueti western lo fuera a las películas del oeste.

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El extraño mundo de Jack (3D), de Henry Selick

Navidad Vs. Halloween

Por: Oswaldo Osorio

Lo primero que define a una película de culto como tal es que puede ser vista una y otra vez sin perder su fuerza y encanto. Además de todas las veces que los fanáticos habrán podido ver esta cinta, ahora tienen una excusa más para repetir la experiencia y hacerla aún más profunda, literalmente, pues su re-estreno en 3D es precisamente eso, la posibilidad de volver a visitar lo ya conocido pero como si fuera una nueva experiencia.

En estos tiempos del imperio y la moda del sintetismo de las imágenes, es necesario hacer unas aclaraciones de orden técnico con respecto a esta cinta. Lo primero es que se trata de la última gran película en stop motion (creación de movimiento fotografiando cuadro a cuadro las figuras en un escenario a escala) antes del éxito comercial de la animación en 3D con la película Toy Story dos años después (1995).

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El luchador, de Darren Aronofsky

Combate por la redención

Por Oswaldo Osorio

Como ositos cariñositos llenos de músculos y dieta de esteroides, ésa es una primera reveladora impresión que deja esta película sobre el mundo de los luchadores. Sin embargo, es una revelación que se queda sólo en el plano de lo anecdótico, porque la que resulta más contundente, y que en últimas es la razón de ser de este filme, es el dramático retrato que hace el director de estos “deportistas” al final de sus carreras. Es eso lo que se queda grabado y dando vueltas en la cabeza hasta mucho después de acabarse la cinta, y no ese insólito ambiente de afectos y camaradería de estos hombres que se hacen las bestias en el cuadrilátero.

Aunque sorprende más aún ver quién hizo este filme: Darren Aronofsky, un director conocido por películas visual y argumentalmente efectistas (Pi, Requiem por un sueño) o por fantasías con pretensiones de trascendentalidad (La fuente). Y sorprende porque lo que en esta nueva cinta presenta es una historia que le apuesta a todo lo contrario, esto es, al realismo, tanto en la concepción del personaje como en la mirada que hace a su cotidianidad desde la puesta en escena, y también a la forma casi documental como lo registra con su cámara (con luz natural, cámara al hombro y sin cuidados encuadres). Todo eso para hacer más cercanos y viscerales esos “últimos días” de un guerrero que devino en un hombre común y corriente (y hasta con menos ventajas).

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Julie & Julia, de Nora Ephron

Salvadas por la cocina

Por: Oswaldo Osorio

El cine siempre ha tenido un especial aprecio por la buena comida. Recetas, cocineros y emotivas historias con frecuencia son óptimos ingredientes para contar entrañables relatos de celuloide. Y todo eso siempre está bien marinado con amor. Aunque es cierto que en esta película el amor no está en primer plano, pero en cierta medida es el que hace posible el encuentro de dos mujeres separadas por el tiempo, pero unidas por el gusto por cocinar y una determinación que las definió como seres humanos.

A mediados del siglo XX en París y a principios del XXI en Queens, Julia Child y Julie Powell, respectivamente, se imponen a sí mismas un reto muy parecido, dominar el arte de cocinar, cada una a su manera y a partir de ciertas condiciones. Pero lo que verdaderamente las une es lo que este reto significó para sus vidas, pues afrontarlo y superarlo las hizo mejores personas. O al menos así lo quiere proponer este filme de Nora Ephron, una guionista y directora que ha tenido buena mano para contar historias emotivas y cándidas (en el buen sentido de la palabra), como Sintonía de amor o Michael.

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Sector 9, de Neill Blomkamp

Pobres extraterrestres

Por: Oswaldo Osorio

Es extraño ver una película de ciencia ficción -y con elementos del cine de acción- sin el acabado visual de Hollywood, sin sus odiosos y predecibles giros, sin sus héroes arquetípicos y sin sus gloriosos finales que dejan contenta a la gran mayoría de espectadores. Este director sudafricano, en cambio, lo que presenta es una cinta con una interesante y original premisa, así como una serie de recursos visuales tan impactantes como inéditos en el cine más comercial y una refrescante forma de concebir el género de ciencia ficción, que en esta época de sobreexplotación de los efectos visuales ya está oliendo rancio.

La premisa en cuestión propone que más de un millón de alienígenas quedan varados en la tierra y terminan convirtiéndose en una población marginal entre los humanos y luego en un problema social y de salud pública (aunque la película nunca explica por qué son medio tontos ni por qué no usan su tecnología). De esto se podría desprender toda una serie de reflexiones de tipo sociológico y político, que sin duda pueden tener relación con esta historia, pero que tampoco se debe sobredimensionar, porque es claro que no es el objetivo principal de la cinta.

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Las horas del verano, de Olivier Assayas

Memoria, pasado y muebles viejos

Por: Oswaldo Osorio

En Colombia difícilmente se podría hacer una película como ésta. No en nuestros tiempos. En un país donde la conflictiva realidad y la supervivencia material son los imperativos de la vida diaria, contar una historia sobre las preocupaciones de una familia por el futuro de sus muebles, cuadros y utensilios sería absurdo y hasta inmoral. El peso de la civilización de un país como Francia es el que fundamenta un relato y un tema tan particulares. Son siglos acumulados de conocimiento y de historia. Incluso siglos sin las preocupaciones de guerras intensivas.

Con ciertos asuntos capitales ya resueltos, empezando por la supervivencia, los franceses han tenido tiempo de ocuparse de otras cosas, como el ocio y el ornato, por ejemplo. Por eso una silla, además de servir para sentarse, también puede tener un estilo, una belleza que supera incluso su valor de uso.

Adicionalmente, mucha gente tiene el tiempo y la disposición para admirarla, así como la comodidad material para pagarla. Llevan siglos acumulando sillas y placeres, pura plusvalía hedonista. No se puede generalizar tampoco, pero lo cierto es que la familia de este filme sí se ajusta a esta descripción.

La historia de esta cinta es un sereno y cotidiano relato sobre esta familia que debe tomar una decisión definitiva acerca de una colección de objetos, que aunque muy valiosos, tanto como para ser piezas de museo, fueron los que amoblaron toda la vida su casa. Por eso no sólo es una película sobre muebles viejos, sino también sobre lo que significan, sobre la carga emocional que representan.

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