Crímenes del futuro, de David Cronenberg

Las nuevas vísceras

Oswaldo Osorio

Extrañábamos mucho al mejor Cronenberg, al del “horror corporal”, ese tipo de cine con el que se dio a conocer y al que pertenecen sus mejores películas: Rabia (1977), Videodrome (1983), La mosca (1986), Naked Lunch (1991), Crash (1996), eXistenZ (1999); un cine donde las mutaciones e intervenciones del cuerpo son tratadas desde lo visual grotesco y las alteraciones sicológicas, que pueden ser causa y consecuencia de esas transformaciones fisiológicas. Aunque en esta película ese cuerpo anómalo ya está normalizado, solo que el ser humano siempre quiere más, sin importar qué limites tenga que mover, y Cronenberg es un maestro empujando esos límites.

Esta historia se ubica en un tiempo en que el cuerpo se está adaptando al entorno del futuro y puede transformarse y mutar. Un artista del performance, Saul Tenser (Viggo Mortensen), explota esta posibilidad y hace presentaciones públicas para extraerse sus nuevos órganos. A esta premisa la cruzan la existencia de una sociedad secreta, una serie de asesinatos y una investigación policiaca. Con estos elementos parece que hablamos de un thriller, que lo es, pero como ocurre en otras películas de este director canadiense, ese gran género solo es una excusa y la estructura exterior para crear un entramado de complejas y misteriosas relaciones, así como anómalos comportamientos y bizarras formas de concebir el mundo.

En otras palabras, lo importante no es resolver “quién es el asesino” ni tampoco jugar con los recursos recurrentes del género como la intriga o el suspenso. Aquí lo que importa son los nuevos o diferentes paradigmas con que se entiende el cuerpo humano y su papel en el orden social, así como sus implicaciones sicológicas, éticas y hasta sexuales. Aunque habría que empezar por la alusión directa que hace a la creación artística. En un mundo actual donde ya existen artistas como Orlan o Sterlac, que alteran e intervienen sus cuerpos con cirugías o dispositivos, no es tan disparatada la idea de hacer arte transformado la fisonomía, incluso las vísceras mismas. Pero la idea de hacerlo en un futuro donde el cuerpo mismo está mutando y evolucionando, así como el uso de una serie de aparatos e instrumentos con ese aspecto inquietantemente orgánico, eso es de la cosecha de Cronenberg. De paso, propone el performance extremo y último con el cuerpo y, al mismo tiempo, cuestiona la validez artística de unas acciones que rayan con el exhibicionismo snuff y las perversiones de la carne.

Ese nuevo cuerpo suscita nuevas formas de verlo y tratarlo, por lo que se presenta como una oportunidad para crear este insólito y cuestionable arte, para practicar una sexualidad en la que el deseo transita por escabrosos caminos y para presionarlo hacia transformaciones más radicales. En cuanto al arte, ya decía Warhol que, para serlo, solo es necesario que lo haga quien se identifique como artista, y Tenser, junto con su colega Caprice (Léa Seydoux), lo son; además, el arte se hace con los medios y tecnología de su tiempo, que en este caso son ese cuerpo en transformación y los grotescos aparatos con que lo intervienen (entre los que se lleva la palma la tétrica silla para comer).

De otro lado, el horror corporal de Cronenberg muchas veces atraviesa lo sexual (incluso literalmente), eso se puede ver en Dead Ringers (1988), pero especialmente en Crash. En Crímenes del futuro (Crimes of the Future, 2022) la pulsión sexual siempre está presente en los performances y en el uso de los cartilaginosos aparatos. El placer, además, igualmente se transforma y ha mutado. Los besos terminaron siendo caducos y las personas torpes en darlos, de la penetración ni se hace mención. Entonces las vísceras son lo sensual, la sangre el fluido que lubrica y la vieja belleza se corta y se despelleja para dar lugar a una diferente hermosura.

Así mismo, la película tiene un componente político y hasta con resonancias ecológicas. Esta suerte de sociedad secreta propugna por un nuevo humano, uno que aproveche las mutaciones corporales para ser más consecuente con lo que han hecho con el mundo (Advertencia de spoiler) y alimentarse de plástico sería lo más obvio y responsable que podría hacer la humanidad para devolverle ese equilibrio que le quitó al planeta. Esta subtrama parece de otra película, pero lo cierto es que se acopla perfectamente al conflicto central y permite llevarlo a un clímax que le da por fin fuerza a ese componente de thriller que solo superficialmente traía el relato.

Finalmente, si bien en la dirección de arte se roban la atención los venosos y huesudos aparatos (aunque luego la mirada instintivamente quiera repelerlos), hay que resaltar también esos espacios donde se desarrolla la historia, que parecen de un mundo que ya prescindió de la pintura y los acabados, un mundo de paredes corroídas, del color del abandono y con una rugosa pátina por el paso del tiempo. También, sin querer contrastar mucho con esos espacios, el vestuario está dominado por el negro, el blanco y los grises, solo eventualmente hay destellos de color en alguna prenda u objeto que se quería resaltar. Es como si el interés por la decoración y el embellecimiento exterior se hubiera perdido y se trasladara solo al cuerpo trastocado y a su visceralidad. En últimas, se trata de la belleza de un cine grotesco ambientado en un mundo desvencijado, una contradicción que solo directores como David Cronenberg pueden lograr con fortuna.

Polvo de estrellas, de David Cronenberg

La vida en un agujero negro

Oswaldo Osorio


Los universos del director canadiense David Cronenberg siempre van a ser inquietantes, no importa si se sitúan en el mundo de los video juegos, los accidentes automovilísticos, la mafia rusa o Hollywood. Esta película en principio parece solo una crítica y descarna mirada a la flagrante banalidad y decadencia que impera en la llamada Meca del cine, pero luego se va tornando en una de sus desquiciadas historias, incluso con algunos componentes de sutil horror.

El relato se centra en una famosa actriz, a quien ya le está empanzado a dar dificultad conseguir papeles, y también en una familia, en la que el padre es uno de esos gurús espirituales que guían al veleidoso rebaño de Hollywood, el hijo es un completo patán de trece años que protagoniza una popular serie y la hija es una desequilibrada joven que trata de rehacer su vida luego de que, en un oscuro episodio, quemó la casa y puso en peligro la vida de su hermano.

En la primera mitad del filme, que resulta más bien poco atractiva en términos narrativos y argumentales, Cronenberg se ocupa de presentar y definir a sus personajes, esto a partir de nerviosos diálogos y hostiles o hipócritas relaciones interpersonales, en las que se hace evidente el insensible material con el que está tejido aquel superfluo mundo y las angustias y muda desesperación de esta gente.

El director no tiene ninguna compasión en su mirada con esta fauna enferma de fama, porque sabemos que, aunque muchas de sus películas las ha hecho allí, no son películas de la industria. Siempre ha manejado una distancia con ese mundillo y en esta película demuestra una suerte de desprecio, tanto hacia estas personas preocupadas por nada distinto a sí mismas, como hacia esa despiadada dinámica de aquel deslumbrante y al tiempo sórdido negocio que “te mastica y luego te escupe”, como diría alguna vez Marilyn.

Pero en la segunda mitad, el relato se empieza a centrar en la oscura y enfermiza historia de esa familia. Inquietantes fantasmas o apariciones producto de la esquizofrenia se hacen presentes y empiezan a condicionar la trama y a los personajes. Así mismo, temas más retorcidos como el incesto, el suicidio, la violencia y el asesinato se toman el relato. Y aunque argumentalmente puedan parecer un poco forzados, no es difícil asociarlos a aquel mundo y sus prácticas. Es decir, esa truculencia en la trama puede verse entonces como una alusión directa a esa realidad de aquella ciudad y aquel negocio que el filme todo el tiempo ha estado criticando y desnudando.

No es de las mejores películas de David Cronenberg, hay que reconocerlo, pero sin duda se trata de un filme sin moldes ni fórmulas, una agria visión de un universo tan retorcido como los de sus películas de corte fantástico, un mordisco a la mano que en ocasiones le ha dado de comer y que, aún después de esta película, gracias a su talento y audacia, lo seguirá alimentando cada vez que a él se le antoje.

Promesas peligrosas, de David Cronenberg

El oeste prometido

Por: Oswaldo Osorio

¿Dónde está el David Cronenberg visceral y truculento, idólatra enfermizo de oscuros juegos con la carne? Pues en el pasado, y allí está bien esa obra que  tanto fascinó y sorprendió a todo espectador que algo tuviera de perverso y fueran de su gusto las audacias mentales y orgánico-corporales. Porque lo que ha hecho este director canadiense con sus dos últimas películas es, aún manteniendo esa visceralidad y truculencia como contenida esencia, construir unos perfectos thrillers que dan cuenta de su madurez creativa y precisión narrativa, sin dejar de ser tan perturbador como lo era antes.

Es inevitable resaltar el parecido de este filme con el anterior del director, Una historia violenta (2005). El esquema es muy similar, esto es, en la vida ordinaria de alguien aparece una amenaza, un elemento extremo sustentado en la violencia. Pero mientras en Una historia violenta el asunto se resuelve relativamente fácil, aunque no exento de  sugestión y fuerza, y con un héroe tremendamente simpático y sin tacha, en promesas peligrosas esa amenaza sostiene la tensión durante casi todo el filme, haciéndose cada vez más pesada y asfixiante, mientras que el espectador y la protagonista están desamparados ante la inexistencia de un héroe tranquilizador.

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