Ese crimen es mío, de Francois Ozon

– “Yo lo maté…”   – “MeToo”

Oswaldo Osorio 

“La maté porque era mía” es una frase que comúnmente se dice citando un tango, que la verdad es que no existe, aunque sí fue el título en español que recibió una película del gran Patrice Leconte, que en realidad se llama Tango (1993) y donde no terminan matando a nadie. El caso es que es una de esas frases que, situada en un maledicente imaginario colectivo, es solo reflejo de una tradición patriarcal y machista de un dudoso sentido de dominio y posesión del hombre sobre la mujer. Esta película bien podría ser una respuesta a esa frase, diciendo algo así como “Lo maté porque no era mi dueño”.

Así de claro lo dijo también Leslie Gore en una desafiante canción pop de los años sesenta, titulada You don’t own me, y así mismo lo afirmaron las dos amigas y protagonistas de Ese crimen es mío (Mon Crime, 2023), cuando la una, la actriz, dijo que asesinó a un productor que quiso abusar de ella, y la otra, la abogada, la defendió ante la justicia y la opinión pública. Cuando esto pasa, el espectador inmediatamente se da cuenta de que está, más que ante una comedia, ante una farsa, donde, con un gran sentido de la ironía y un humor refinado, el relato pone en evidencia la inveterada desigualdad de género que ha existido en el mundo.

Muchas buenas películas cómicas comienzan con una gran mentira, mientras que el humor se desprende de los esfuerzos por ocultarla, por elaborar los remiendos de sus puntos débiles y por silenciar a quienes conocen la verdad. En ese sentido, esta también es una comedia de enredos, a la manera clásica, pero con algo de comedia de variedades, tanto por el oficio de la protagonista como por los suntuosos y animados escenarios de la París de 1935.

Pero en medio del glamur de la puesta en escena y la sofisticación de su narrativa llena de ingenio y rapidez, siempre está ese reproche histórico desde aquella época (y desde esta, claro) por el arrinconamiento de la condición femenina en la sociedad. Por eso esta historia se muestra altiva e irreverente, incluso descaradamente revanchista, al punto de parecer divertido que una mujer le corte el cuello a su esposo. Vimos que se lo merecía, y por esa risa burlona al saberlo no hubo culpa alguna, porque la moral en una farsa se trastoca, tanto la de los personajes como la del espectador, pues asesinar en esta película, más que ser un crimen, está en función de hacer una declaración.

Así que, aunque parezca una película ligera, la verdad es que es una pieza que viene envenenada y muy en sintonía con los alegatos y reivindicaciones del rol social de las mujeres en el mundo actual, y que han tomado mayor fuerza desde el Movimiento MeToo. Además, todo está empacado en una producción impecable en todos sus aspectos, como ya nos tiene acostumbrados –sobre todo cuando tiene buen presupuesto– el versátil Francois Ozon, un cineasta que no es la primera vez que se pone del lado de las causas femeninas, ya lo había hecho con películas como Bajo la arena (2000), 8 mujeres (2001), Swimming Pool (2003), Potiche: Mujeres al poder (2010) y Joven y bonita (2013).

 

Por la gracia de Dios, de Francois Ozon

Contra la cadena de silencio

Oswaldo Osorio

porlagracia

El abuso de sacerdotes a menores de edad puede ser tan antiguo como la Iglesia católica, pero solo se empieza a hablar públicamente de ello hace unas décadas, y en el cine aún más recientemente. La cadena de silencio se ha empezado a romper en la comunidad, la ley y hasta el mismo Vaticano. Y el cine ha puesto lo suyo con películas de distintas nacionalidades como Las hermanas de La Magdalena (Mullan, 2002), La mala educación (Almodóvar, 2004), El club (Larraín, 2015) o Spotlight (McCarthy, 2016).

Ahora es Francois Ozon quien asume el espinoso tema con el rigor que este requiere. Su prolífica carrera, construida en poco más de dos décadas y compuesta por una veintena de largometrajes y un puñado a menos llenas de cortos, lo ha convertido en uno de los más versátiles cineastas franceses de la actualidad. Porque en su cine hay de todo: historias de amor y desamor, thrillers, musicales y hasta un bebé con alas. En Por la gracia de Dios (Grâce à Dieu) es tal vez la primera vez que aborda un tema que requiere un compromiso relacionado con el contexto social.

Ozon debía dar cuenta de un proceso de cinco años, desde la denuncia inicial hasta los primeros resultados de la causa. Con un tema que podía ser denso y complejo, además lleno de cuestionamientos legales y morales, así como definido más por los diálogos que por la imagen o la acción, el director se enfrentaba a un reto narrativo, el cual supo solucionar hábil e ingeniosamente con una suerte de estructura de relevos entre tres protagonistas.

Primero está Alexandre, quien lo inició todo al denunciar, ante la Iglesia y la ley, al sacerdote que lo abusó treinta años atrás. Pero cuando el personaje y su cruzada se empieza a agotar, así como la eficacia de sus reclamos, entra en escena Francois, entonces el relato se olvida de Alexandre y toma un nuevo tono la narración y un brío mayor el proceso de acusación. Y cuando parecía que no había más que decir, ahora que se había hecho público el caso, de nuevo Ozon mete la tercera marcha con Emmanuel, y devuelve todo el asunto al plano íntimo,  emocional y sicológico.

Son tres fases del relato que permiten que una historia con más de dos horas de duración y tanta información, casi solo suministrada por diálogos, resulte envolvente y reveladora. La combinación de tonos, estados de ánimo, la diversa naturaleza de sus protagonistas y los tres distintos ángulos desde los que se aborda este secular crimen, la convierten en una pieza de cine construida con precisión y una tremenda eficacia en el mensaje que quiere dar, porque sin duda Ozon toma una firme y dura posición ante el caso, que no es anticatólica o anticlerical, sino la misma que cualquiera con algún sentido de humanismo y justicia debería tomar: repudiar tales actos de abuso y romper la cadena de silencio para denunciar y tal vez sanar.

Joven y bonita, de Francois Ozon

La chica autómata

Oswaldo Osorio


El cine de Francois Ozon es impredecible. Puede firmar bellas películas como 5×2, adefesios como Potiche, cintas de usar y tirar como 8 mujeres, o aventuras incomprensibles como Ricky. Pero tal vez su registro más constante son las historias íntimas y realistas, cargadas de una sutil intensidad y con un cierto componente turbador. A este tipo de películas pertenecen títulos como La piscina, El tiempo que queda, Mi refugio y este último trabajo.

Joven y bonita (2014) es la historia de una adolescente que se prostituye.  Las historias de putas son tan viejas en el cine como ese oficio en la historia. El común denominador de esas historias es la condición marginal de estas mujeres, pues suelen estar en ese mundo empujadas por la necesidad y condicionadas en el fondo por la tristeza o la culpa. No recuerdo una puta de cine feliz.

El giro que propone esta cinta es que esta joven no necesita dinero, aunque este le importa y valora lo que se gana. Pero lo hace más por una suerte de placer, una perversión si se quiere. Ella misma afirma que le excita esa aventura nueva y desconocida que significa encontrarse con un hombre, incluso sugiere que las habitaciones de hotel podrían ser una especie de fetiche.

Sin embargo, esa excitación la conocemos por sus palabras, no por su actitud. Por eso no se trata del diario de una perversión, como tantos se han visto, sino que parece haber un asunto más hondo y oscuro en esta mujer y su comportamiento. Es una persona casi carente de humanidad, difícilmente se pueden apreciar en ella algún asomo de sentimientos o emotividad. Es una autómata que solo deja escapar mínimos destellos de aprecio por su hermano y tal vez por un cliente frecuente.

Por sus características, este personaje puede provocar dos tipos de sensaciones: de un lado, un distanciamiento frente a él, porque no produce empatía alguna, pues su situación y actitud son tan singulares que resultan ajenas para casi todo mundo; y del otro, un sinsabor con el relato por lo extrema y artificial que resulta en general la concepción del personaje, por la falta de un sentido claro en su comportamiento de cara al espectador.

Por eso es una película que promete y sugiere pero que, en últimas, nunca cumple nada ni termina diciendo nada. Seguimos durante un año a esta joven en su mutismo y frialdad esperando que alguna cosa pase, que nos diga algo, al menos, de su vida. Aun así, Ozon nos va llevando sin resistencia hacia el final del relato embaucados por el misterio, pero terminamos dándonos cuenta de que solo eso, un misterio sin secreto.