¿Pymes o mipymes?: diferencias más que semánticas.

Giovanny Cardona Montoya. Noviembre 22 de 2020.

 

No existe el lenguaje ideológicamente neutral; cada expresión lingüística, con sus matices, tiene sentido propio. En la literatura especializada acostumbramos hablar de pymes y mipymes con una intención inicial de señalar a aquellas unidades productivas más pequeñas o frágiles si se les compara con la gran empresa.

La intencionalidad de este lenguaje es agrupar a aquellas empresas que requieren un tratamiento especial a la hora de distribuir los beneficios de una política pública de fomento o al advertir las consecuencias de normativas tributarias que puedan desestimular la producción.

Sin embargo, estas dos categorías -pymes y mipymes- que pretenden definir supuestamente el mismo agregado, reúnen unidades de análisis muy disímiles, lo que puede conllevar que los propósitos del legislador o del ejecutivo se diluyan por la falta de claridad acerca de las reales posibilidades y limitaciones de aquellos “enfermos que recibirán el medicamento”.

La desagregación de empresas en subgrupos con propósitos de fomento tradicionalmente se hace a partir de indicadores cuantitativos como, número de trabajadores, valor de ventas anuales o valor de los activos. En Colombia, con el decreto 957 de 2019 se determina que el valor de ventas anuales será el único utilizado para caracterizar y diferenciar a las microempresas de las pequeñas empresas y de las medianas empresas con respecto a las políticas y programas de fomento empresarial.

manufacturas

Adicionalmente, y con el ánimo de explicar la pertinencia de esta discusión, es destacable que la economía global y la de las diferentes regiones evoluciona en una dirección casi que generalizada:

  • En la estructura del PIB cada vez tiene una mayor participación la economía terciaria (comercio y servicios), en detrimento del peso relativo de la industria manufacturera, dejando al sector rural en el tercer lugar.
  • Las grandes empresas representan alrededor del 1% de las unidades productivas de los diferentes países del planeta, mientras que las microempresas equivalen casi al 90% de las mismas. El rango de participación de estas últimas puede variar de país a país pero, de lejos, son el mayor número de empresas del mundo. Por último, las pymes pueden ser aproximadamente el 8-12% del universo productivo.

Llevando el tema a la dimensión administrativa, o sea, la de revisar las capacidades de gestión en las organizaciones, es evidente que la microempresa de subsistencia y la de acumulación simple -con equipos de trabajo familiares e informales- no tienen la suficiente masa crítica para implementar de manera autónoma modelos de gestión rigurosamente diseñados, integrales y modernos.

En otras palabras, hablar de planeación, dirección y control; de estrategia, táctica y operación; o de áreas funcionales –mercadeo, finanzas, producción, talento humano, etc.- en una empresa en la que el gerente y su familia realizan la totalidad de las labores administrativas y, posiblemente, productivas, no tiene ningún sentido práctico.

Con lo anterior no estamos señalando que las fami-empresas y microempresas no requieran de enfoque estratégico de gestión, sino que las recetas o políticas de fomento que se implementen hacia ellas deben reconocer sus particularidades, muy lejanas a las realidades que, en términos de recursos viven las pymes y la gran empresa.

Sin embargo, hay que diferenciar microempresas de subsistencia de las de acumulación. Tiendas y salones de belleza de barrio o fábricas artesanales de alimentos, generalmente son unidades productivas de subsistencia, las cuales, para su desarrollo acuden a programas de fomento en materia de formación en contabilidad, formalización de la empresa, acceso a micro-crédito, asesorías en materia de requisitos sanitarios, etc. Estas unidades están alejadas de preguntas como estrategia o internacionalización.

Otra situación muy diferente se presenta con las microempresas de acumulación ampliada. Generalmente se trata de empresas maduras o emprendimientos gestados por profesionales o expertos que tienen un capital intelectual que les permite visualizar su empresa más allá de sus activos tangibles; desde el potencial de sus ideas y planes de negocios. Estas organizaciones productivas definitivamente están en una liga mayor y tienen necesidades y retos más definidos con respecto al crecimiento y la expansión. Algo mas parecidos a las aspiraciones de las pymes.

En síntesis, la palabra mipyme no tiene un sentido práctico. Todo lo contrario, desdibuja la realidad y no permite dilucidar de manera significativa características comunes entre la mediana empresa y la microempresa de subsistencia; al contrario, llama a la confusión desviando los recursos de fomento y menguando su impacto.

Es mucho más funcional reconocer de manera aislada a las microempresas (diferenciando las de subsistencia de aquellas que tienen nivel de acumulación -simple o ampliado-), las cuales representan casi 90% del universo empresarial, con un gran impacto en empleo y en abastecimiento local o como proveedores de medianas y grandes empresas.

A diferencia de la microempresa, la pyme -especialmente la mediana empresa- es una organización que no sólo tiene una visión estratégica más definida, sino que tiende a moverse en mercados abiertos (incluso, globales) y a conectarse a cadenas de valor creadas por grandes multinacionales. De hecho, para países como Taiwán, la pyme es el principal actor de sus cadenas exportadoras desde hace más de tres décadas.

En síntesis, la categoría mipyme es compleja y reune un ramillete de organizaciones bastante diversas, lo que hace muy difícil sacar conclusiones y hacer generalizaciones.Los programas de fomento deben diferenciar a la microempresa de las pymes si se espera tener impacto significativo y estructural en lo económico y lo social.

La microempresa, particularmente la de subsistencia y la de acumulación simple, representa el mayor grupo de empresas de cualquier país, generan grandes cantidades de empleos (muchos de ellos, informales) y presentan también las mayores tasas de mortalidad. El apoyo que éstas necesitan es fundamental para reducir la pobreza y la inequidad; además, son semillas que pueden jugar un papel fundamental, a largo plazo, en el camino hacia el desarrollo económico sostenible.

 

 

Poner los ojos en las cadenas de valor, no en las mipymes aisladas.

“Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad.” (Goebbels, tal vez)

Esta frase, atribuida -pero sin confirmar- al político nazi, me sirve de entradilla para reflexionar acerca de uno de los “lugares comunes” cuando de política económica se trata: el papel de la mipyme como motor del desarrollo venidero.

No hay campaña política ni proyecto académico que no ponga el foco en las micro, pequeñas y medianas empresas para argumentar estrategias que generen mayores niveles de bienestar a través del fomento a estas unidades económicas. Y este discurso se repite tan reiteradamente que hemos terminado por creerlo. ¿Por qué dudo de éste?

1. Las mipymes, una categoría inútil.

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En la misma canasta estamos colocando empresas que tienen menos de 10 empleados con otras que tienen hasta 199. O sea, primero considero necesario llamar la atención sobre la inutilidad o, incluso, el sentido perverso de pensar en programas, proyectos o estrategias que sirvan tanto a las microempresas como a las medianas empresas. Si revisamos las diferencias de tamaño (en número de trabajadores, de activos o de ventas) nos daremos cuenta que los problemas de los que adolece la microempresa de lejos se diferencian de aquellos que tiene la mediana empresa e, incluso, muchas de las pequeñas (estas últimas entre 10 y 49 trabajadores).

En síntesis, para empezar, debemos diferenciar a la microempresa de la pyme; reconocer dos subgrupos con capacidades, retos e intereses diferentes. Incluso, las microempresas representan entre el 85 y el 90% de las organizaciones productivas en los diferentes países. De otro lado, la pyme equivale al 10-14%, mientras el resto del escenario lo ocupan las grandes empresas.

Por lo anterior, si asumieramos que el potencial de desarrollo de una economía no se encuentra en la gran empresa, sino en las unidades económicas más pequeñas, deberiamos empezar por diferenciarlas, reconociendo particularidades en la microempresa que no son parte de la realidad de la pequeña y menos de la mediana empresa. Esta separación es necesaria para establecer políticas de fomento con un mayor potencial de impacto.

2. El desarrollo económico no depende del tamaño de las empresas sino de las relaciones entre las mismas.

Hay tres categorías económicas que se deberían reflexionar: la economía en la base de la pirámide, las cadenas globales de valor y los clusters.

La economía en la base de la pirámide hace referencia a cerca de 2 mil millones de personas que viven con dos dólares o menos al día (en datos de Prahalad), a lo largo y ancho del planeta. Esta es la población de la economía informal, del rebusque y del subempleo (ver a Hernando de Soto). En gran medida su economía conecta frágil y marginalmente -o no conecta-, con los hilos de la economía formal e industrializada. Con esta premisa quiero señalar que lograr llevar a los informales a los circuitos económicos formales puede ser uno de los mayores motores para sacar a un país de la pobreza y el subdesarrollo.

El fenómeno de la conexión interempresarial a nivel mundial se denomina Cadenas Globales de Valor. La evolución científica y tecnológica nos ha llevado a un nivel de especialización tan profundo, que hace que las empresas no hagan productos, sino tareas en una cadena interempresarial de producción. Cualquier bien manufacturado que conozcas está lleno de componentes hechos en diferentes fábricas, los cuales fueron ensamblados en México, Turquía o China, probablemente. Estas cadenas conectan a grandes empresas, con pequeñas y medianas. El factor de éxito consiste en ser portador de altos niveles de valor agregado en la cadena global.

comercio de tareas

Pero como se trata es de cadenas que se pueden desarrollar conscientemente, con una participación inteligente de las organizaciones productivas, entonces, existen los clusters. Estos son enlaces estratégicos de empresas en una cadena de valor aunada a organizaciones de soporte, como los bancos, las universidades y las entidades de fomente, todo con el fin de fortalecer el desarrollo de un territorio determinado.

Los clusters son una estrategia de fomento empresarial con fines territoriales. Es un camino que puede recorrer un país o regiones del mismo, para lograr el desarrollo social y económico, y en su dinámica y estructura pueden y deben participar microempresas y pymes, jalonadas por el potencial de las grandes empresas.

3. A modo de conclusión.

La mipyme no existe. Existen de un lado las microempresas y, del otro, pymes con una estructura organizacional más o menos elaborada. La microempresa hace parte, en gran medida, del submundo de la informalidad y del subempleo; mientras que la mipyme hace parte de la economía formal. Los programas de fomento deben entender estas diferencias y atender las empresas de acuerdo a sus realidades.

Pero, de otro lado, la superespecialización derivada de los desarrollos en ciencia y tecnología exige una integración interempresarial para alcanzar la competitividad, ya que, muchas empresas sólo se dedican a la labor de diseño y gestión de marca, mientras otras a la manufacturación o a la de distribucion y comercialización.

En síntesis, es necesario que se aprenda a visualizar la microempresa con sus retos, diferenciándola de la pyme. Pero, más importante aún es desarrollar estrategias de integración empresarial, tanto a nivel vertical (cadenas de valor) como horizontal (como los Prodes que desarrolla ACOPI), para impulsar procesos de transformación territorial y bienestar de sus habitantes.