Algo pasa en el río

Por: Melissa Toro Ardila 

Colegio Colombo Francés

Grado Décimo 

Tallerista: Wendy Moná Sánchez

Licenciatura en inglés y español

Universidad Pontificia Bolivariana 

Escondido, muy lejos de la ciudad, muy adentro en el Oriente del departamento de Caldas, y pasando por trochas del municipio de Norcasia, se ven unos paisajes deslumbrantes de diferentes tonos de verde, de amarillo y azul; oculto entre la vegetación espesa se encuentra un río tan cristalino que, si se observa con atención, se puede ver como las corrientes de agua mueven suavemente las rocas en el fondo y como los peces nadan con una delicadeza que, casi, pareciera que flotaran. Un lugar lleno de magia, lleno de alegría, lleno de vida. Un lugar donde las mariposas vuelan danzantes al señor sol, resplandeciendo con esos mágicos colores que irradian tanta vitalidad y en cada aleteo se puede oír una canción que solo es perceptible para quién sabe escucharla. Un lugar donde las aves y monos cantan con libertad y sin el miedo a perderla. Donde los niños de la montaña juegan entre risas corriendo por caminos estrechos y llenos de vida. Un lugar donde los árboles milenarios son tan sabios que tocan el cielo azul y son refugio para muchos reptiles e insectos que disfrutan los primeros rayos del sol. Un lugar donde el aire es tan limpio que cuando se respira se siente una tranquilidad inimaginablemente verde y cuando el viento roza las mejillas sientes esa paz y libertad que tanto caracterizan al río La Miel.

Y allí estaba él, un guardián de un santuario natural. Era un hombre mediano que quizás rozaba los 40, no tenía cabello, ni espejos en su casa, sus ojos eran marrones, tan marrones como la corteza de los árboles, y tenía una barba espesa, tanto como la selva en la que habitaba. Siempre iba descalzo pues no le gustaban los zapatos, amaba el río y la pesca deportiva, tenía un tatuaje en el hombro derecho que siempre llamó mi atención, era un duende saltando un hongo, hecho en tinta negra. Además, tocaba el Hrang Drum, un instrumento de percusión melódico. 

 

Recuerdo una noche frente al fuego y bajo las estrellas en la que Caliche estaba tocando ese instrumento que tenía un sonido místico y fascinador, recuerdo la serenidad de aquel momento y como las notas que iban sonando vibraban en todo mi cuerpo, y cada vez que respiraba y alzaba la mirada hacia las estrellas sentía que me llenaba de vitalidad y calma.

Él cuidaba de nuestra madre tierra, compartía con la comunidad todo lo que podía dar, les enseñaba a los niños de la montaña a leer, escribir, proteger y respetar todo lo que los rodea como a ellos mismos. Se dedicaba también a que las personas conocieran aquel paraíso de manera responsable y consciente. Todos los que lo conocimos nunca volvimos a ser los mismos, o al menos aprendimos algo nuevo, pues era una persona llena de amor y paz para darle al mundo. 

Un tiempo después, y luego de muchas disputas jurídicas, Caliche perdió todo lo que sus ancestros habían construido con tanto esfuerzo durante casi 100 años. Bueno, no lo perdió todo, aún tenía las enseñanzas que había aprendido de su abuela, sabia como las ceibas, que se alzan durante siglos a las madrugadas. Aun así, Caliche y su familia lograron renacer a pesar de las adversidades. 

Sin embargo, un día, el río empezó a tornarse de un oscuro cobre, tan oscuro que los peces dejaron de respirar, tan oscuro que las aves y los monos dejaron de cantar y abandonaron con rapidez las ramas de los árboles, tan oscuro que los colores de las mariposas se veían opacos, tan oscuro que por donde pasaba, arrebataba cualquier rastro de vida. Algo estaba mal, y Caliche salió rápidamente selva arriba siguiendo el rastro de muerte y destrucción decidido a investigar, aunque ya sospechaba qué estaba pasando.

Cuando llegó al lugar donde se une un río con otro, se encontró con un grupo de personas, algunas estaban dentro del río con bateas y diversas máquinas agitando con fuerza el fondo, los sedimentos y rocas que había allí; otras se encontraban excavando en los lados del cauce del río, revolcando toda la tierra y lo que había en ella, mientras que, sus compañeros la separaban y lavaban en busca del mineral tan apetecido por la avaricia humana. 

Caliche tomó aire, tenía un toque amargo, quizás por los químicos que, sin ningún pudor, utilizaban esas personas, o quizás era el desconsuelo que le generaba ver tal escena. Trató de entablar un diálogo, intentando que reflexionaran sobre lo importante que es el río para toda la comunidad y la naturaleza, pues no solo sirve de sustento para sus habitantes si no también es el hogar de miles de especies y este tipo de atentados a los ecosistemas tienen consecuencias mortales y muy graves para todos, incluso para las personas en la gran ciudad, debido a que el río también alimenta a la selva, y al ser un pulmón verde nos provee de mucho oxígeno que es de gran importancia para la vida en la tierra. Caliche probó todos los medios pacíficos y legales que encontró, movió cielo y tierra para detener la atrocidad que se estaba cometiendo frente a sus ojos. 

Pero aquella mañana de domingo del 24 de Julio de 2022, a eso de las 9:00 am, Caliche se dispuso a recoger unos turistas, se subió a su lancha y emprendió el viaje. En medio del trayecto, un hombre escondido detrás de un árbol sorprendió a Caliche con siete tiros que acabaron con su vida. Al día de hoy no hay claridad de por qué lo mataron. Lo único claro es la melancolía y el dolor de todos sus seres queridos. Nos quedan los recuerdos y enseñanzas de este gran líder y maravillosa persona.

Haz clic aquí para leer la noticia sobre este hecho que publicó El Colombiano en su sitio web

 

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