Rojito, una ruta a la convivencia

Por: Sofía Martínez Salgado

Centro Educativo Autónomo

Grado Noveno 

Tallerista: Wendy Moná Sánchez

Licenciatura en inglés y español

Universidad Pontificia Bolivariana 

Hoy quiero que me acompañen a mi cárcel azul, también llamada colegio, una cárcel a la que solo se va cinco días a la semana. 

Desciendo la loma de mi casa en Florencia, abajo, al finalizar la calle pasa el bus de 5:50 am. Al salir de mi casa lo primero que hago es ponerme audífonos y reproducir aleatoriamente todo tipo de música. Al llegar a la parada de buses, a la espera de la ruta 283, me acompañan unas cuantas personas y con muchas ansias esperamos al rojito con un profundo deseo de que no esté lleno…por fin, llegó. 

Apurados, todos se amontonan en la puerta para subirse. Yo soy un poco más calmada, espero que todos suban y luego voy yo; “Muy buenos días”, saludo duro al conductor y, con una sonrisa, le entrego mi billetico y cuando me devuelve, también  le vuelvo a sonreír y me voy con un “Gracias”.

Elijo un puesto cerca a la puerta, pues mi viaje es corto. Al sentarme, por el contrario de los demás, no tomo el celular, eso me marea y, además, creo que me gusta más el hecho de observar a quienes van conmigo, me gusta mucho verlos  mientras escucho mi música, siento que la cara que más transmite emociones es la de las 6:00 am en un bus que progresivamente va más lleno.

Hay mucha variedad de personas, algunos ojerosos y con el cabello un poco desarreglado, deduzco que su trabajo los puede absorber bastante y aun así están un día más luchando contra el tráfico de una ciudad para llegar de nuevo a su deber.

Se sube de una persona de la tercera edad y al ver que en la parte de adelante nadie se inmuta decido levantarme, sonreír y decir; “Bien pueda”, y me levanto con la gratitud de haber recibido una sonrisa tierna después de un “gracias mijita”. Y sigo con mis deducciones, veo a los estudiantes; casi todos van muy organizados, tal vez sea porque tienen más tiempo o porque les importa más que a los adultos lo que dicen los demás sobre sus apariencias. 

Al pasar por una iglesia veo a muchas personas hacer el mismo movimiento con sus

manos, algunos hasta cierran sus ojos para hacer ese gesto y allí me doy cuenta de que muchos, sobrecargados por la cotidianidad, se alivianan un poco porque confían en que, en algún momento, su realidad cambiará con ayuda del omnipotente.

También me concentro en mirar una panadería llena de personas tomando tinto, me da un poco de hambre y también me alegra saber que el dicho de “al que madruga dios le ayuda” no solo es para quienes vamos con destino a nuestras responsabilidades, sino también para quienes se quedan en casa todos los días, y madrugan así sea solo para disfrutar de panes recién hechos.

Ya estoy próxima a bajarme de este bus lleno de tantas emociones. Toco con fuerza el botón rojo, pido amablemente permiso, bajo tres escaleras y siento como me abandona el calor característico de las personas y me recibe un frío y fuerte viento. Entro a mi colegio, me quito mis audífonos y me preparo para mi diaria realidad.

Raúl, un corazón que no se apaga

Por: Susana Restrepo Velásquez

Colegio Marymount Medellín

Grado Séptimo 

Tallerista: Wendy Moná Sánchez

Licenciatura en inglés y español

Universidad Pontificia Bolivariana

 

09 de octubre de 1945

Un día aburrido como siempre. Un día largo después de que mis amigas me contaran chismes y fingir que me importaban. Cuando por fin la jornada escolar se acabó fui caminando a mi casa por esa colina empinada de siempre, y en unos momentos llegué; Mi casa no era muy grande, pero cabíamos mis padres y yo perfectamente. Ya quería llegar a mi cama y dormir y no hacer nada. 

Cuando entré por la puerta de mi casa me enojé al ver que mi mamá había traído invitados: Eso significaba que no me podía ir a dormir. Pero, la verdad, tener personas en mi casa no me molestaba; la razón de mi ira era que los amigos de mis padres vinieron con su hijo Raúl; un niño malagradecido que solo causa problemas. Tiene el pelo negro oscuro y un poco rizado. Los ojos cafés y una piel muy clara. 

La primera vez que nos conocimos fue hace tres años; yo tenía seis y el siete. Lo único que ese niño sabe hacer es quejarse y presumir que es un año mayor que yo. Siempre me metía en problemas por culpa de ese niño. Una vez me culpó de haber liberado a un pájaro de su jaula en un zoológico. Había rezado tantas noches para no tener que volverlo a ver; pues resulta que no funcionó.  

Ahí estaba él; mirando feliz el odio que estaba escrito en toda mi cara. Claramente no pienso hablarle. Solo diré que tengo mucha tarea y que los exámenes se aproximan; así evitaré cualquier tipo de interacción. Pero claro, mi madre se tenía que meter en mis pensamientos para decir…  

- ¡Gloria! Mija, ya que acabas de llegar, ¿por qué no aprovechas y hablas con Raúl? Mira lo guapo que está. – Dijo ella, disfrutando mi cara de vergüenza. 

-Pero, tengo mucha tarea, y se están aproximando los exámenes.  Fue lo único que se me ocurrió decir.  

-Ya sabes lo inteligente que es Raúl, él te puede ayudar. Dice mi madre, siendo intensa como siempre.  

Le hice un gesto a Raúl para que me siguiera al estudio, que era un espacio muy grande, lleno de libros y, por supuesto, con la silla más cómoda del mundo. En ese momento quería tirarle una silla a mi madre, esto no arreglaría nada, pero yo estaba muy enojada.

Volviendo al verdadero problema, estaba prácticamente rezando para que Raúl se ofreciera a hacer todo el trabajo, pero rezar no resuelve ninguno de mis problemas. Entonces me tocó lanzarle indirectas muy directas…

- ¿Vas a hacer mi tarea o, ¿no? – Le pregunté perezosamente.  

- ¡Pero qué aburrida eres! – Dijo, quejándose como siempre. – ¡Mejor vamos por un helado! Eso será más divertido.  

- ¿Estás loco? Si mis padres se enteran de que fuimos por helado sin permiso.  

- ¿Y quién dijo que se tenían que enterar?  

Lo odié tanto en ese instante. Mis padres me arrancarían la cabeza si hago algo sin su permiso. Pero tuve que admitir que la razón de mi furia fue mi respuesta… Yo había aceptado y, la verdad, es que él quedó tan impactado como yo. 

-¿Entonces, qué estamos esperando? 

- No lo sé.  

- Bueno, ya aceptaste, entonces no hay marcha atrás. Vamos de una vez.  

Raúl se dirigía a la ventana por la cual salimos. Como vivía en el primer piso de mi apartamento no tuvimos ningún problema. Lo que sí nos costaría era llegar al puesto de helados, ya que faltaba por subir una colina muy empinada, pero ese no era el mayor problema; lo que me preocupaba era qué pasaría si mis padres se enteraban. Cada segundo que pasaba pensaba en el regaño que me darían mis padres si se enteraban de esto.  

El heladero era un señor muy amable, tenía un pequeño carrito con muchos sabores. Y él se encargaba de sonar una campanita para que todos supieran que llegó. Yo pedí fresa y él chocolate. 

Sorprendentemente, fue muy divertido; hablamos de nuestros padres, y nos quejamos bastante. Fuimos a dar una caminata después de llegar al puesto de los helados y la verdad es que me divertí, pero eso es algo que jamás le diré. Con suerte, logramos entrar por la ventana de regreso y nadie se dio cuenta. Minutos más tarde la mamá de Raúl lo llamó y se fue sin despedirse de mí.  

Han pasado ya 7 años. Desperté una vez más, pero esta vez ya no era una niña, ya tenía 15 años, y me di cuenta de que crecer al lado de Raúl hizo que me enamorara de él. Mañana será el día en el que nos volveremos a ver y esta vez será diferente porque es mi cumpleaños número 16 y él va a venir a mi casa con su familia y celebraremos juntos. 

5 de enero de 1952

Por fin era el día; no podía creer cuánta energía había gastado esperando este momento. Pero lo que en realidad me tenía tan nerviosa era ver a Raúl. Me arreglé, me puse un vestido azul rey y me maquillé. No muy extravagante porque quería que a Raúl le gustara mi apariencia. El resto era esperar a que llegaran.  

Pasaron un billón de horas hasta que por fin llegaron, ya eran por ahí las 7:30 de la noche y nos sentamos todos a comer. Nuestro comedor era pequeño, pero había espacio suficiente para todos. En la mesa había unos platos caseros gigantescos hechos por mi madre. Debo admitir que de cocina sabe bastante. Después de eso, él se dirige hacia mí y mi corazón amenaza con salirse de mi pecho. 

-Hola, Gloria, estas muy hermosa, y feliz cumpleaños.  

-Muchas gracias. – Dije tratando de no enloquecer.  

-Y, ¿qué dices? ¿Vamos por un helado? 

Cuando dice eso casi me derrito; se acuerda de cada pequeño detalle, así como yo.

-Claro que sí.  

Como la última vez, salimos por la ventana del estudio y dimos una pequeña caminata hasta el puesto de helados. Y antes de regresar nos sentamos en una silla al lado de un pequeño parque. Era un ambiente hermoso; los árboles estaban llenos de flores y aves, las cuales cantaban hermosas sinfonías, y la mejor parte de todo; olía a café. Y para rematar, el paisaje estaba precioso; el cielo estaba teñido de un rojo muy oscuro y tenía trazos de naranja y rosado por todos lados. ¡Qué belleza, de verdad!

Jamás llegué a pensar que Raúl fuese mi primer beso. Estaba convencida de que nunca ocurriría algo así, pero estaba equivocada. Esa noche, Raúl me tomó de la mano, y cuando ambos terminamos los helados, me dijo que era la niña más hermosa y brillante del mundo. Y después me besó. Ahora sí, llegamos a mi casa y antes de que él se fuera me pidió ser su novia y, por supuesto, acepté.  

4 de abril del 1954 

Ya estábamos juntos desde los 16, y no sabía que Raúl estaba por irse del país a Holanda para iniciar una carrera universitaria. Pero ¿qué hay de mí? ¿Qué pasaba si se juntaba con otra? Estaba decidida a proponerle que no se metiese con nadie más.

Esa misma tarde salí a su casa; un lugar pequeño pero muy acogedor. La entrada de su puerta estaba cubierta de enredaderas y varias flores; un detalle que la verdad me encanta. Y al tocar el timbre el me abrió la puerta. 

-Gloria, ¿qué haces aquí?  

- No puedo creerlo. ¿no es obvio? Raúl no te puedo dejar ir a Holanda sin mí. Te vas a casar conmigo, ¿sí o no?  

-Está bien. Gloria, ¿te quieres casar conmigo?  

Y para mi sorpresa ya tenía un anillo en el bolsillo de su suéter. En ese momento me sentí la protagonista de un cuento de hadas. ¡Fue tan hermoso ese momento porque ya tenía un anillo! Cada detalle de nuestra relación lo convertía en una historia majestuosa. Y admito que me sentí como la mujer más suertuda y especial en el mundo. 

- ¡Si! – Grité de inmediato, llena de felicidad. Y lo abracé largamente. 

 6 de septiembre del 2022 

Tuve una vida larga y saludable al lado de Raúl. ¡Estoy tan agradecida de haber contado con él desde una temprana edad!. Y la verdad es que me hace y me hará mucha falta. Logramos criar 5 hijas, lastimosamente una falleció, pero amé cada segundo de esa vida que Raúl me permitió tener. Murió hace poco, y me duele tanto no haberme podido despedir de él. Pero, finalmente, estoy tan feliz de que él estuvo ahí para mí siempre que lo necesitaba. Lo voy a seguir amando tanto, aunque su corazón se haya apagado, él sigue vivo en el mío y en los que lo admiraban y querían.  

 

Encuentro de voces

Por: Valeria Villamil Cock

Tallerista

Comunicación Social y Periodismo, Universidad Pontificia Bolivariana

Durante cuatro años que llevo cursando la universidad me he topado con el desafío de narrar, he vivido el placer de contar para el otro y me he atrevido a transmitir lo que quiero expresar; fue en una de esas bonitas coincidencias que descubrí Prensa Escuela.

Un día de enero me encontraba en la clase de reportaje y crónica, recién había presentado un escrito de gran valor sentimental, de esos textos que al hacerlos tuyos llegan al alma y se quedan dentro. Recuerdo que al finalizar la hora mi profesor se acercó y me mostró una invitación que decía “Convocatoria talleristas Prensa Escuela 2022”. – ¿Prensa escuela? ¿Talleristas? ¿Qué es eso?- me pregunté.

Con suma calma y gran detalle me explicó todo lo que debía saber sobre aquel trabajo de voluntariado. Me sorprendió, pues no conocía la existencia de ese programa de El Colombiano. Llegué a mi casa y busqué en todas las fuentes posibles información sobre él. Me encontraba en un momento de mi vida en el que quería vivir experiencias así de enriquecedoras, por lo que proseguí a realizar mi primera hoja de vida y me presenté a la convocatoria.

Después de los procesos de selección recibí la noticia: me aceptaron. Fácilmente fue una de las mayores alegrías del año. Decidí enfrentarme a un nuevo reto personal y profesional que meses después agradecería tanto. Me embarqué en una gran aventura.

Conocí personas maravillosas, Clara, Sonia, Carolina y Jose me recibieron con la más cálida bienvenida, una muy bonita impresión me llevé de aquellos coordinadores que se encargarían de guiarme en este nuevo camino. Pero ese primer día fue aún mejor cuando me relacioné con las que serían mis compañeras, y sin pensarlo, mis amigas, las otras talleristas.

Fueron meses de preparación, corrección, mucha dedicación y apoyo mutuo entre todo el equipo. Cada viernes de reunión me enfrentaba a una tarea distinta, tenía que retarme personalmente, llevar mi creatividad al límite y aportar lo mejor de mí. 

El tiempo pasó y una hermandad empezó a crearse entre las talleristas, me sentí desde entonces parte de un vínculo muy sincero. Wendy, Laura, Luisa, Valentina y Lina me ofrecieron una amistad. El apoyo empezó a ser tan fuerte que el equipo fluía con gran rapidez, teníamos momentos de estrés, pero también explosiones de ideas, nuestro objetivo siempre fue darle a los chicos una experiencia increíble cada viernes y que fuera un recuerdo memorable en sus vidas. 

Uno de los días más significativos en esta experiencia fue aquel 22 de julio, el inicio de El Taller. Estaba emocionada, aunque un tanto nerviosa, era la primera vez que me enfrentaba a un desafío de ese tipo. El reloj marcó la 1:30 y me encontraba uniformada en la portería de la 70 de la UPB, sosteniendo un cartel que decía mi nombre y decorado con flores como suelo hacerlo. Una sonrisa de oreja a oreja fue la protagonista del recibimiento que le dí a cada uno de los chicos que serían parte de mi grupo. ¿Quién pensaría que ellos iban a ser tan especiales para mí?

Las reuniones avanzaban y a medida que interactuamos más se iba construyendo un lazo de confianza. Así que poco a poco los fui conociendo, uno tan diferente del otro, viviendo realidades muy distintas y alejadas una de la otra, chicos que a pesar de no conocerse llevaban algo en común, su interés por Prensa Escuela. 

Tuvimos talleres de todo tipo pues cada sesión abordaba un tema distinto que al final se complementaban entre sí. Fue un constante aprender haciendo, donde se encontraron las voces de los estudiantes con su tallerista. Nos basamos mucho en mostrarles, a partir de los sentidos y de la interacción con su cotidianidad, las grandes historias que se pueden desarrollar y merecen ser contadas. Y, al llegar a las últimas sesiones, los retamos. 

Partimos de preguntas como ¿Qué cosas de tu cotidianidad merecen ser contadas? ¿Cuál es tu intención? ¿Cómo se evidencia la ciudadanía allí? Cosas que fuimos resolviendo a medida que avanzaba El Taller, y cada uno se enfrentó con la responsabilidad y la aventura de narrar.

Encontré chicos con ideas sorprendentes, situaciones de su barrio de residencia, momentos que aquietan su mente y en especial, recuerdos que atesoran en el alma. ¿Mi tarea? Ser el mayor apoyo para plasmar su imaginación en una narración increíble.

El crecimiento que tuvo cada uno fue significativo, la alegría y disposición con la que llegaban a cada taller se notaba en el ambiente, era mucho más llevadero abordar cualquier tema gracias al entusiasmo de los chicos. Ellos no lo saben, pero aprendí muchísimo de cada uno, escucharlos proponer, animarse a expresar, redactar y esperar sugerencias de mi parte es la más grande recompensa que me puedo llevar. 

Recuerdo esa primera sesión, las expectativas en mano de cada uno de los integrantes que iban a atreverse a narrar. Recuerdo sus ilusiones y esperanzas. Sus “muchas gracias Vale”. Sus preguntas como ¿Por qué no hay talleres más seguido?¿Por qué no nos conocimos antes? Recuerdo muchas cosas, pero en especial, la felicidad de cada rostro cuando se daban cuenta de lo bien que lo estaban haciendo.

Así fue El Taller 2022, un espacio íntimo, agradable, enriquecedor y memorable. Hablo por mí cuando digo que es una experiencia que vale completamente la pena y de la cual agradezco haber sido parte. Me llevo en mi corazón a los coordinadores, a mis amigas talleristas y a los chicos, con los que tuve el inmenso honor de crecer y aprender.

 

Moneda, sí es de oro

Por: Valentina Areiza Ramírez

Tallerista

Licenciatura en Humanidades y Lengua Castellana, Universidad de San Buenaventura

“Valentina es dedicada, amable, compasiva. Sabe escuchar. Conoce de cerca el verbo perseverar y lo ha conjugado de manera especial cuando se ha enfrentado a la escritura. La vocación, en su hoja de vida, se escribe con mayúscula”.

Moneda, sí es de oro

Lo recuerdo sentado en el suelo de la acera de su casa, en un rincón, con las piernas cruzadas. Lleva puesta una camisa negra holgada, un tanto desgastada, con una sudadera gris y unos zapatos verdes roídos por el trajín del día a día. Sus manos agrietadas y la mugre que bordea sus uñas, se convierten en la huella de inscripción del símbolo obrero. 

Sé que tiene semanas duras. A veces lo veía fatigado y con  miedo de la ciudad hostil que habita. Lo sentía por su mirada dispersa al hablar, sus preguntas, sus comentarios y sus historias cotidianas. Nos vimos por primera vez en el barrio que tanto queremos. En las noches en las que él salía con los muchachos a recorrer las calles y a descolgarse en bicicleta por las lomas cercanas al cielo iluminado, bien fuera por un sol abrasador o por una luna que dejaba entrever las siluetas de los árboles en las montañas. En muchas de estas ocasiones él nos lanzaba a mi y a mis hermanas un silbido como saludo, mientras iba loma abajo con su cicla a toda velocidad. 

Nuestro barrio tiene sitios y parches que solo conocemos sus habitantes, además de secretos exclusivos para sus propios vecinos. Las líneas verticales y horizontales que dividen sus calles nos llevan a la farmacia, al parque o a la iglesia, aunque ellas también pueden terminar en una fiesta, en un estadio improvisado que emula el fragor de uno real por el entusiasmo de sus espectadores, o en una plaza de vicio como lo era su casa.

Este lugar que nos vio crecer, tiene dinámicas cambiantes en las que llegan nuevos vecinos y otros se van, así las galladas dejan su espacio a las que forman los nuevos muchachos de la barriada, entre los cuales se encuentra él. Es delgado pero fuerte, de cabellos negros, con ojos color marrón, rasgados, largas pestañas, nariz mediana. Además, tiene un carácter que puede llegar a ser un manantial transparente. 

Cuando era niño solía pedir monedas a los vecinos para calmar su hambre y comprarle a su abuela los bananos que tanto le gustaban. Estas solicitudes fueron tan frecuentes, que las personas terminaron por apodarlo Moneda, un apelativo que hasta el día de hoy sigue teniendo vigencia. Su sobrenombre no solo se escucha en el barrio, sino en todos los lugares que recorre, pues su apodo se conoce a donde sea que él llegue.

En sus 15 años Yeferson ha cambiado de casa en varias ocasiones. Mi abuela me contó que él y su familia antes vivían en Andalucía, pero tuvieron que abandonar su hogar porque una quebrada se desbordó y destruyó su ranchito. La alcaldía optó por ofrecerles una vivienda en Manrique, era una casa vieja y un poco deteriorada que se encontraba en frente de la casa de mi abuela. Esta casa se convertiría, con ayuda de sus tíos, en la plaza de vicio de la cuadra. Cuando Moneda no estaba en su bicicleta estaba trabajando, o metido en un carro viejo parqueado a unos centímetros de su casa y allí sucumbía ante los efectos de la droga que su gente le proporcionaba.

En medio de la necesidad, él comenzó a trabajar en el negocio de la chatarrería a los siete años. Cuando me contó sobre su trabajo me dijo que quien lo involucró en el negocio fue un muchacho conocido como el Zarco, a quien asesinaron dos años después de haberlo conocido. ―Yo ese día llegué tardecito―me contó Yeferson. ―Entonces ellos arrancaron en el carro y me dejaron, sino, quién sabe qué fuera de mí, si estuviera vivo o si estuviera con unos balazos. Ellos estaban comprando chatarra, los llamaron y ¡bang! ¡bang! en la comuna 13― .

En sus historias él habla con coraje y muy impresionado de los muertos en su familia, del dolor de estómago que le genera el hambre, de los lugares que frecuenta por motivo de su trabajo; como la Minorista con su ajetreo en medio de robos y las calles de los barrios con sus reglas, de las cascadas que le meten a su familia por no cumplir como corresponde el trabajo de Jíbaro, de sus primas a quienes exigen cuotas al regresar a casa después de que motorizados las recogen, entre muchas otras experiencias que lo han obligado a crecer y madurar con premura

En su vida todo estaba desbaratado. Sin embargo, nunca olvidaré la noche en la que, mientras conversábamos sobre el mundo, él guardó un silencio con los ojos puestos en el cielo, como si pensara en algo complejo o simplemente se sintiera tranquilo, para finalmente decirme en tono sensato: ah yo soy muy feliz ¿por qué? le pregunté― porque estoy bien, tengo salud, una casita, yo voy pa´lante. Cuando menos piense me voy a comprar mi carro y ¡uf!. Además la chatarra… la chatarra es bendecida gracias a Dios, para el que la sabe trabajar…a mí la chatarra me ha quitado mucha hambre, me ha ayudado a colaborarle a mi mamá, ¡uf!, muchas cosas, yo digo que es sagrada y sigue siendo sagrada, ¡uf!, gracias a Dios por todo

Cuando lo oía hablar de esa manera yo me preguntaba de dónde había sacado frases tan sabias. Algunas resumen la vida. Otras normalizan la fatalidad de la misma. Él parecía un chico que estaba lejos de la felicidad, pero no hay nadie más cerca de ella. No es sino escucharlo.

En muchos de nuestros encuentros también insistía en que le enseñara a leer y a escribir. Su interés por aprender se debía a la necesidad de defenderse en la vida, pues cuando me lo pedía manifestaba su dificultad para comprender lo que hay en la ciudad; por ejemplo cuando va al centro no comprende los carteles, anuncios y cartas que debe firmar. Según la ONU, alrededor de 57 millones de niños no tienen acceso a la educación, y por tanto, la intención de alfabetización queda derruida, según se desprende del Informe de Seguimiento de la Educación Para Todos en el Mundo de 2013-2014. En definitiva, casos como los de Moneda se repiten mucho en Colombia y en el mundo.

–Yo quiero aprender a leer y a escribir, es necesario. Pero no, ¿usted cree que yo me voy a dejar intimidar? no, a nadie se juzga, ¿cierto? Es que hay veces yo sé lo que otros no saben, pero otros sí saben lo que yo no sé.–

Cuenta que el estudio tuvo que dejarlo atrás porque le ha tocado escoger entre mantener su estómago lleno o estudiar,  y como sabemos,  un hambre bien tremendo se interpone para lograr muchas metas. –Hay que sudarla para poder disfrutar, y si mi mamá necesita algo, yo poder colaborarle. Pero un día yo voy a estudiar, espere y verá– Me dijo Moneda cuando le pregunté sobre sus aspiraciones.

Muchos que lo ven se dirigen a él como gamincito, pero quienes lo conocemos sabemos que está lejos de serlo. Se describe a sí mismo como decente y respetuoso, y eso yo lo confirmo. Él era uno de los chicos más queridos del barrio. Mientras sus primos se metían en problemas con los duros o terminaban en la cárcel, él se estaba riendo y molestando con la gente del barrio que lo vio crecer y que lo acogía como parte de la comunidad.

Hace unas semanas lo vi en la cuadra, ya hacía tiempo que no sabía de él, y es que hace menos de un año que ya no vive en el barrio. Sé que sigue con su vida en el barrio Buenos Aires, luchando por sus sueños, en una casa que junto a su familia ha construido con tablas. Mi abuela y yo aún conversamos con él y seguimos escuchándolo pronunciar un “gracias a dios por todo” cuando le preguntamos por su vida, además de jactarse con la idea de estudiar, trabajar y ser feliz. 

Para vivir tranquilo Yeferson no necesita lujos. A él no le importa si Petro ganó las elecciones, ni por qué Shakira es la artista más exitosa. Funciona como un muñequito al que no se le acaba la cuerda, con solo acostarse temprano está listo para levantarse al otro día y pegarse a los buses de Boston en su bicicleta, siempre en busca de nuevas oportunidades para cambiar su destino.

¿Te gustaría ser tallerista de Prensa Escuela?

Si eres estudiante de la facultad de educación de la Universidad de San Buenaventura o de la Universidad Pontificia Bolivariana, de áreas afines a ciencias sociales y humanas, anímate a formar parte del equipo de Prensa Escuela para que juntos vivamos una experiencia inolvidable a partir de la narración de historias de la realidad, el despertar de los sentidos y la conversación con los otros.

* La convocatoria solo aplica para estudiantes de la USB y la UPB.

Si te interesa formar parte de nuestro equipo, sigue el siguiente enlace: https://cutt.ly/PNtXC6L