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Niños investigadores ya van a la U
Programas universitarios forman a niños que se inquietan por el mundo y sus dinámicas.
Quien conviva con un niño, uno menor de siete años, sabe que la curiosidad en ellos crece como un magma feroz. Todo es objeto de su escrutinio: la luz, la oscuridad, la aritmética más sencilla, la pronunciación de las letras, el movimiento de los juguetes, el viaje del sonido por el aire. Los temas son infinitos y son el inicio de una etapa en la que el mundo se ve de manera crítica, indispensable para alentar el espíritu investigativo, pues es allí cuando los niños necesitan saber el porqué de las cosas.
Las instituciones de educación superior han querido potenciar esas habilidades investigativas de los niños creando programas como La Universidad de los Niños, de Eafit, o modelos de educación básica como la Escuela Universidad Nacional Seccional Medellín. De esta manera, los menores pueden explorar y acercarse al conocimiento científico desde sus inquietudes de la mano de investigadores universitarios.
Ana María Londoño Rivera, jefe de la Universidad de los Niños de Eafit, dice que en el caso de este programa, lo que buscan es una apropiación social del conocimiento, como lo hacen las otras 400 universidades de los niños que hay en el mundo. “Lo que hacemos nosotros también tiene un antecedente político, porque como programa nacimos de un concepto global que se llama aprendizaje para toda la vida, este es un concepto donde se cuestiona si el ser humano aprende durante toda la vida. Y así es, pues nuestro cerebro tiene una plasticidad que dura todo el periodo de vida. Las universidades entonces no deberían estar enfocadas en una sola etapa, sino que podrían abrir sus puertas para niños. ¿Qué queríamos hacer nosotros? Si bien coincidíamos con esa intención de abrir las puertas, queríamos también abrir la academia y la investigación a un público infantil”.
Así, en la Universidad de los Niños se realizan talleres, que incluyen contenidos sobre ciencia e investigación, lo que es un fenómeno reciente que consiste en sistematizar, documentar y dejar memoria de lo que sucede en estos procesos. “Los talleres los hacemos de la mano de los investigadores de la universidad, conectamos las preguntas de los niños con el conocimiento que produce la academia. Los niños, más que curiosos, son críticos de los problemas globales, cotidianos y trascendentales que tenemos en la humanidad, y plantean inconformidades desde sus cuestionamientos. Cuando los niños nos preguntan por qué existen los números nos damos cuenta de que es una duda muy relevante para un investigador en matemáticas. Así, empezamos a juntar la curiosidad de los niños con los investigadores”.
En el caso de la Sede Medellín de la Universidad Nacional es común ver a pequeños explorando por las zonas verdes de la mano de sus profesores. Niños equipados con lupas e implementos que parecen juguetes de un investigador privado. “Es una educación muy personalizada. Eso favorece mucho el proceso de aprendizaje. Noto a mi hija más expresiva y segura”, dice Natalia López, madre de una de las estudiantes de la Escuela de la Universidad Nacional.
Precisamente la Escuela fue premiada por la Alcaldía de Medellín por el proyecto La Huerta en mi mesa que busca mantener una granja escolar en la que los alumnos están involucrados en la preparación de la tierra y la siembra de verduras y frutas que terminan consumiendo. De esta manera también aprenden conceptos de las ciencias naturales.
Según la Universidad Nacional, este proyecto “es un modelo de desarrollo sostenible gracias al cual familias vulnerables e instituciones de la ciudad reciben insumos y asistencia técnica para tener a disposición alimentos para su consumo”.
Las universidades se unen cada vez más a la misión de educar niños, de impedir que el mundo autómata los anestesie y les robe la curiosidad, el corazón salvaje del investigador.
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