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Desde el andén de la vivienda que le construyó el Gobierno, “Agustín Rivera”, comandante del Frente 18 de las Farc, mira cómo funciona todo. Con las manos en la cintura y un buzo gris que conserva puesto pese al calor, coordina cada una de las labores que se dan dentro de la zona veredal y permanentemente recibe a sus “camaradas” para tomar decisiones.
Son ya 35 años metido en la lucha guerrillera. Con apenas 14 años llegó a las Farc huyendo de la violencia ejercida por “la mano negra”, como llamaban en Chocó al grupo armado que patrullaba las calles con capucha, “casi siempre acompañados por el Ejército”.
Reconoce que era muy joven y que no entendía nada de la revolución. Lo atrajeron las armas. Veía en los guerrilleros que llegaban a su barrio una tabla de salvación y además, no puede negarlo, se moría por tener un fusil.
La decisión no fue solo suya. Muchos otros jóvenes de su barriada, donde casi todos eran del Partido Comunista, se metieron a la guerrilla, entonces fue como llegar a casa.
Agustín recuerda que a los 20 días de ingresar a las filas guerrilleras lo entrenaron y le explicaron todo lo que era necesario para defenderse y ocultarse, ya que para ese momento la insurgencia no era muy ofensiva. “Durante un buen tiempo yo no supe que fue ver un soldado”, dice.
Como todo, en la guerrilla tuvo tiempos buenos y otros malos. A su mente llegan con alegría imágenes de cuando estuvo en Casa Verde, sede del Secretariado en los ochenta y símbolo de uno de los primeros acercamientos entre el Gobierno y las Farc. Allí conoció al “Mono Jojoy” y se reencontró con “Manuel Marulanda”, personajes icónicos de los que hablaban en todos los entrenamientos, pero a los que por la distancia no podían ver.
En cambio, con dolor recuerda un asalto por tierra. El Ejército entró justo el día del cumpleaños de las Farc, en el 2004, y los tomó por sorpresa mientras celebraban en Santa Rita, vereda de Ituango en Antioquia. Salieron tan dispersos que les tomó varios días volver a encontrarse. Perdieron, entonces, a cinco compañeros y varias armas.
Hoy, desde la zona veredal de Santa Lucía, en Ituango, lo ve todo en perspectiva. Piensa que su lucha valió la pena y que lo que hay es que mirar para el futuro, aunque este casi siempre parezca incierto.
Agustín tiene 48 años pero sabe que aparenta más: “Tal vez es el trajín de la guerra, aunque me siento como un hombre de mi edad”.
Así como él, en las Farc hay muchas personas que llevan más de 20 años, que entraron muy jóvenes y no tuvieron oportunidad en la vida civil de trabajar y entender cómo es ganarse el sustento ni aprender algún oficio. Lo que hace que su futuro una vez culminen el proceso de reincorporación sea más complicado.
—¿Tiene preocupación por el futuro económico?— le pregunto. Piensa unos segundos, sonríe y toma impulso para responder.
—Particularmente, no, porque nosotros pensamos como partido salir a trabajar, a capacitarnos en la formulación de proyectos y esperamos que de manera unificada estemos dispuestos a contribuir al desarrollo del campo.
Habla siempre de mantenerse cohesionados, que es precisamente lo que el profesor Alejo Vargas, director del Centro de Pensamiento y Seguimiento al Proceso de Paz de la U. Nacional, más valora en las Farc, que quieren mantenerse en colectivo.
El Censo que realizó esa universidad reveló que la mayoría de los miembros de las Farc quiere dedicarse a actividades agropecuarias y que prefieren hacerlo juntos a través de cooperativas.
Pero otro dato que mostró ese mismo estudio es que el 77 % de los excombatientes no tiene una casa a la cual ir cuando termine su proceso de reincorporación.
“Alejandro Casafús” es uno de ellos. Cuando entró a las Farc tenía 28 años y ya ha recorrido 26 en las filas guerrilleras. No tiene más familiares que sus camaradas y si tuviera que salir de la zona veredal no tendría a dónde ir.
“Uno con la edad que tiene ya... pero no me preocupa porque hemos hecho el esfuerzo de no quedar dislocados sino quedar cohesionados, si creamos un partido, seguro que el partido verá por nosotros, eso te lo aseguro. A mí no me preocupa que estoy viejo y que mañana no voy a ser capaz de trabajar, el partido verá por mí”, dice con seguridad.
Y es que aunque ahora vive bajo un techo, como no lo hacía desde que entró a las Farc, sabe que puede llegar el día en que tenga que salir de ese lugar, por la amenaza “paramilitar” que siente muy cerca o porque el partido lo envíe a otro lugar. El dinero que el Gobierno empezará a darle en los próximos días no es algo que lo desvele, un poco más de 600.000 pesos no harán la diferencia.
“Es muy poco, y por muy poco tiempo. En dos años se acaba, pero no importa, de acá a eso tendremos nuestros proyectos funcionando”.
En efecto, el Gobierno Nacional empezará a desembolsar en las próximas semanas los primeros subsidios correspondientes al 90 % del salario mínimo, renta que llegará cada mes durante dos años.
Además, los miembros de las Farc recibirán 2 millones de pesos de normalización, que se espera sean utilizados en compra de ropa y utensilios indispensables para la vida civil, y 8 millones de pesos para un proyecto productivo, casi todos lo invertirán en las cooperativas Ecomún.
Inicialmente la reincorporación será igual para todos, dice Joshua Mitrotti, director de la Agencia para la Reincorporación y Normalización. Sin embargo, espera que en cinco o seis meses se pueda diseñar una política pública diferencial para atender a los adultos mayores y a los discapacitados, que, además, esté adaptada al lugar donde vivan.
De acuerdo con Mitrotti, en el modelo de reintegración que el país ha venido manejando no se ha podido superar el desafío de atender a estas poblaciones. Espera que en esta oportunidad los mayores de las Farc puedan ser una prioridad.
Incluso Colpensiones está visitando las zonas veredales transitorias de normalización para afiliar a los excombatientes, durante esos dos años el Gobierno pagará la cotización a pensión de cada uno de los militantes de las Farc.
Mauricio Olivera, presidente de esa entidad, explica que cada persona decidirá si quiere que su aporte vaya al régimen de prima media, que es el sistema tradicional para obtener una jubilación tras más de 20 años de trabajo, o si mejor ahorran en los Beneficios Económicos Periódicos, Beps, sistema de ahorro que tiene un subsidio para ayudar en la vejez.
Olivera recomienda que los mayores ahorren en Beps ya que el tiempo no les permitiría pensionarse.
Pasados los dos años se “cierra el chorro y tenemos que estar preparados para lo que sigue”, manifiesta “Leonidas Salinas”, quien está próximo a cumplir 30 años en la insurgencia.
Advierte que es probable que el futuro sea más difícil que la época de la confrontación, pero confía que en el partido se entiendan las condiciones particulares de cada individuo y puedan seguir trabajando, como lo han hecho hasta ahora: todos juntos.
—Entonces, ¿usted a qué aspira? —cuestiono a Leonidas.
—No estamos aspirando a lujos, carros, motos o apartamentos, con tal de tener la forma de darle estudio a los hijos y un buen reencuentro con la familia, eso es lo que uno necesita.
A “Ismael Guzmán” lo arrastró hacia el monte la arremetida paramilitar que se vivía en Córdoba: un hermano fue asesinado y otra hermana violada, así que huyó con las Farc.
Tras 23 años en la guerrilla su principal sueño es terminar la primaria, para de esa manera poder servirle al partido o a alguna de las cooperativas.
Como él, el 68 % de sus compañeros quedó en algún grado de la básica primaria y no pudo continuar sus estudios, lo que también dificulta la reincorporación, situación que se agrava si se trata de mayores de 40 años.
Hasta ahora no es pública la cantidad de militantes de las Farc que están en edad avanzada; sin embargo, los mismos exguerrilleros saben que ese es un reto particularmente importante.
—Yo entiendo que hay gente preocupada, aunque no lo andan ventilando, pero es porque aún no entienden la magnitud de las cosas que vienen para nosotros como partido— señala Agustín, el comandante del 18.
—Es que las bases hablan de Ecomún y ustedes del partido...
—Así es, el asunto es que no hay partido sin Ecomún, ni Ecomún sin partido. El partido no nos va a abandonar, a nadie vamos a dejar por fuera, todo lo que se está diseñando es para que estemos todos, como mínimo una granja, donde se pueda trabajar y recibir un auxilio mientras tanto, porque ya no va a haber la misma capacidad. ¿Cómo los vamos a dejar de cualquier manera por ahí? Tenemos que buscar soluciones para que en el futuro estemos en condiciones dignas—, dice Agustín, que observa a los “muchachos” tomar sus clases de agropecuaria, una esperanza más de un futuro posible.