Tiene un traje antifluidos blanco, lleva gafas transparentes, un tapabocas especializado llamado N95, guantes y sus pies están sumergidos en un río.
Atrás se ve la selva, esa que debe recorrer para llegar a visitar las comunidades más alejadas del sur del país, en la triple frontera: Colombia, Perú y Brasil. Es Antonio Alvarado, biólogo y epidemiólogo, quien está hoy en Amazonas trabajando en campo como miembro del Instituto Nacional de Salud (INS).
Alvarado está un equipo integrado por al menos 80 perfiles profesionales y a quienes en el sector se les conoce como los detectives de la salud pública. Y lo son. Recorren el país sin importar si es en avión, carro o lancha -como lo hace Antonio para moverse por el río San Juan de Atacuarí, donde posa para la foto-, en la búsqueda activa de covid-19 en las comunidades indígenas del Amazonas.
Su trabajo lo describe como si fuera sencillo: “Estamos aquí para encontrar el virus, para saber cómo llegó, por dónde se puede diseminar y para educar a las comunidades”. Sin embargo, su labor no es fácil, pues de él y el equipo en el que trabaja depende encontrar los casos de coronavirus que hay en las diferentes regiones del país.
Además, son los encargados de diseñar los cercos epidemiológicos, es decir, conocer con qué personas tuvo contacto el contagiado y buscarlas para determinar, con pruebas diagnósticas, si tienen el virus o no. Su información sirve para que los tomadores de decisión establezcan las medidas de prevención o contención, basados en la evidencia.
En esencia, son los encargados del rastreo de casos o posibles contagios de coronavirus y, si se confirman, empieza otra tarea: establecer la cadena de contacto de los positivos, es decir, ubicar a cada una de las personas con las que estuvo.
Parece un trabalenguas, pero en realidad, esa es la labor que cada día se hace desde el 10 de febrero, cuando se realizó la primera prueba de coronavirus.
Con experiencia
Este equipo ya ha aparecido en acción varias veces. Ya lo han hecho con dengue, sarampión, malaria y AH1N1, por ejemplo, dice Franklin Prieto, director de Vigilancia del INS.
Sobre esta misión, señala que es un aprendizaje constante, y lo fundamental tiene que ver con el trabajo directo con las comunidades, aunque esto, a veces, puede provocar dificultades en el trabajo.
“La gente no cree en el reporte, quizás porque llega de un laboratorio que no conocen, que no es de su región”, explica Franklin, quien señala que otro fenómeno tiene que ver con que el ciudadano que recibe la prueba negativa cree que puede seguir con su vida como si nada pasara, que es inmune, pero eso, en realidad, es un problema: “El resultado no es una vacuna y el riesgo de contagio sigue vigente”.
La vida real
Estar en las comunidades es conocer sus deficiencias sociales, económicas y la ausencia del Estado, por eso Maritza González, coordinadora del Programa de Vigilancia de Campo del INS, señala que el grupo de epidemiología de campo permite conocer la vida real. “Cuando uno va a terreno se encuentra con que vivimos en una burbuja”.
Lo dice porque, sentada en un escritorio en Bogotá, no alcanzaría a dimensionar las necesidades que viven las personas en esa Colombia que no aparece todos los días en las noticias o que si lo hace es para dar a conocer las vulnerabilidades a las que están expuestas.
“Cuando contactas a la gente que vive mal, que come mal, te das cuenta de esa realidad”, dice ella, al recordar que en Magdalena, durante un trabajo de campo, se enfrentó con que bajo el inclemente sol de la región, la mejor forma de tener un techo en las comunidades era un simple plástico.
“Ahí nos damos cuenta de que en las ciudades vivimos en una burbuja y que muchas veces las personas, en su mundo, no notan esa realidad como si fuera terrible para ellos. Esa es la vida real, que detrás de un escritorio nunca se ve”.
Una idea similar plantea Antonio, quien destaca que la labor que realizan ahora, en Amazonas, les permite encontrarse de frente con las vulnerabilidades que tienen, por ejemplo, las comunidades indígenas que visitan por estos días, lo que se convierte en un tema mucho más complejo de manejar. “Por ejemplo, la tradición de ellos es agarrar una embarcación, llenarla de sus productos, e ir a Brasil o a Perú a intercambiarla, lo que complica la identificación de los casos, dónde estuvieron y con quién interactuaron”.
Sobre esto, Jorge Luis Díaz, médico epidemiólogo y coordinador de los equipos de respuesta inmediata del INS, explica que esta realidad complica las cosas porque, al hacer las actividades de campo, requieren hacer entrevistas de todo tipo y se han encontrado con situaciones particulares.
“Una persona que tiene una doble vida –que esconde algo– y que no quiere que se den cuenta de eso, porque debemos investigar todos sus movimientos”. Por eso, menciona, el trabajo que realizan es con total confidencialidad, apegados a la protección de los datos de los ciudadanos y con el único interés de tener la trazabilidad del virus, en este caso. “Con lo que hacemos es encontrar información para proteger a nuestras comunidades”, agrega.
No es fácil
Aunque Antonio lo pintó sencillo con su descripción, su misión no es para nada fácil. Tienen que cargar con su equipo, raciones de comida y líquidos y aunque salen en la mañana del lugar donde se hospedan, puede que pasen varios días para volver.
Los recorridos pueden ser en lancha, en carro o caminando, como lo explicó Antonio, pero por más planeado que se tenga el viaje, siempre habrá imprevistos, como le sucedió a Maritza hace un par de años, en Tumaco, en una misión.
“Durante una intervención se nos enterró el carro. Íbamos saliendo de terreno y le tocó venir a otro carro a empujarnos. Tuvimos que esperar varias horas para que llegaran a apoyarnos, y lo peor fue que ya nos habíamos quedado sin insumos, no había ni agua”, recuerda.
Con ella coinciden los otros tres profesionales que hablaron con EL COLOMBIANO, quienes mencionaron que el trabajo de campo se hace con sus días y su noches, y mientras el Sol alumbra los días se realiza la búsqueda activa de casos en la comunidad, pero cuando la Luna aparece para hacerles compañía en las noches, ellos deben consolidar la información, analizar si se requiere una intervención puntual, qué está pasando y determinar las acciones de control que deben ejecutar.
“La epidemiología nos permite entender qué está pasando para plantear soluciones”, dice Franklin.
Él además plantea que aunque la misión es poner sobre la mesa las propuestas para solucionar la coyuntura, el mensaje que debe quedar claro es que las comunidades requieren que cambien las condiciones estructurales en muchas regiones del país.
“Eso es parte de lo que pretendemos transmitir cuando se realizan investigaciones sobre condiciones de salud en las comunidades alejadas que visitamos”.