Ángel Fernández tiene 101 años, 5 meses y varios días. Nació el 16 de julio de 1916. Con este solo dato bien podríamos darnos por satisfechos en este reportaje: total, pocos llegan a esa encumbrada edad en sus cabales, con buena salud y motivación para seguir viviendo.
Pero hay más: fue alumno de Pedro Nel Gómez y compañero de Rafael Sáenz. Y lo más importante: sigue pintando.
Nacido en La Toma, barrio de Medellín, pronto se fue a vivir a Bogotá, a ejercer la ingeniería sanitaria de los primeros edificios altos que se construyeron en esa ciudad, y hoy vive en La Mesa, Cundinamarca, una población situada cerca del río Magdalena, más bien tibia, desde donde se ven los volcanes del Tolima y del Ruiz, cuando no hay neblina. Ángel viene a pasar temporadas con su hijo Héctor.
¿Cuál es el secreto para llegar a esa edad con lucidez y en buena condición física? No usa bastón y su espalda no está curvada. “Tal vez a que desde hace 63 años hago media hora de ejercicios tan pronto me levanto. Si no tengo algo qué hacer, lo invento, y no me quedo quieto. Me gusta cantar... Y no le debo nada a nadie”.
La pasión del arte nació con él. Y pronto se alimentó con la propuesta de un profesor del bachillerato de conformar un grupo de dibujo geométrico. ¿Por qué no estudiar la geometría completa?, se preguntó. Entonces surgió otra fuente de deleite para acompañar la del arte. Entró a Bellas Artes a cursar dibujo artístico y pintura, entre 1946 y 1949. Se fue a Bogotá y estudió Diseños en Escuelas Internacionales (así recuerda su nombre). “En la capital no había edificios altos cuando llegué. Eran residencias en tapia y bahareque”. Después de trabajar para una empresa, en el diseño de sistemas de acueducto y alcantarillado, fundó su firma. En ella montó taller de arte. Estudiaba pintura con Eduardo Ramírez Castro y figura humana con Arturo Pino y Alonso Neira, en La Sabana.
Un colorido cuadro al óleo, Apocalipsis Colombia, recoge su visión de la violencia de 1970 a 1995: la ejercida por Pablo Escobar y los carteles del narcotráfico; la destrucción cultural; la miseria que genera desigualdades sociales; los lagartos avanzando hacia el Congreso. Tiene cuadros de flores, secuestrados, fútbol, desplazados, toros... En el abstraccionismo, series de ilusión óptica, ligadas a la geometría.
En 2004 sufrió una pérdida de visión que si él no cuenta nadie nota. Ve más por la periferia de los ojos que por el centro. Eso no le ha impedido seguir en el arte y sumar diez veces más pinturas que años, en cálculos de su hijo, Héctor.
“Desarrollé una técnica para pintar con los dedos y cepillos”. Con peines de púas de distintos calibres y variadas medidas de separación entre ellas, hace cuadrículas en el papel, en distintas direcciones. Algunos peines los elabora con cartones. Con los dedos da las formas. Antes de despedirse, agrega: “Hay una cosa que no le he dicho: no me pienso desguachalandrar antes de los 150 años”.