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Así se sentían los silleteros antes de empezar el desfile

Bajo un sol radiante, 510 silleteros cumplieron su cita anual con la tradición.

  • Así se sentían los silleteros antes de empezar el desfile
08 de agosto de 2017
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La silleta tradicional va en ramos, explicaba Dora Emilse Zapata, quien heredó la tradición de su madre. En su silleta, que organizó por colores, había astromelias, rudas, estrellas de Belén, gladiolos, cartuchos y mermeladas. De esas, a ella le gusta el cartucho, pero el amarillo, contaba tapándose el sol de la cara.

¡Qué calor tan berraco!, gritaba un silletero acostado en un separador de la avenida Guayabal. Desde lejos se veía cómo trataba de ventearse con el sombrero.

Como él, todos los 510 silleteros: sentados, parados y acostados a lo largo de la calle, unos chupando paleta, otros durmiendo una siesta, los más jóvenes tomándose selfis, y la mayoría hablando mientras el desfile empezaba.

También estaban los que preferían acercarse a su silleta y mirarla como si le faltara algo, repasando que todo estuviera bien. Así fue como Leonardo Atehortúa se dio cuenta que le faltaba una letra al mensaje de la suya, una artística. “Me robaron la B”, contó, entonces decía: “Es tiempo de cambiar”. Su silleta pesaba 70 kilos.

La carga que un silletero se echaba a la espalda, entre 60 y 120 kilos, era la misma que entre cuatro cargueros o ayudantes alzaban. La de Gloria Stella Soto era “livianita”, por eso prefería cargarla ella misma para moverla. Su silleta era emblemática e invitaba a proteger el medio ambiente; tenía vainas que quedan cuando se muere la flor del chocho.

Una de las jurados encargadas de evaluar ese tipo de silleta fue Martha Ortiz, directora de EL COLOMBIANO. Para ella: “Era algo que soñaba hacer. Un gran orgullo porque el desfile representa los valores de Antioquia y en ese sentido es invaluable”.

Carlos Uribe, artista, también era jurado, pero de las silletas comerciales. Mientras las miraba contaba que se estaba fijando en la fidelidad de los logotipos, además de la composición general. Jorge González, secretario de comunicaciones de la Alcaldía y jurado en la misma categoría, añadió que también se evaluaba el reto que les exigía a los que las construían.

Eso fue antes de que los silleteros pasaran a la zona de juzgamiento. Al frente de ella, con una tarima en el medio que dejaba la vista a medias, estaban sus amigos o familiares, detrás de una reja tratando de observar qué pasaba, escuchando cómo uno a uno iban nombrando los ganadores, desde el quinto lugar hasta el primero, en cada categoría.

En esa reja había unos 40 silleteros, unas categorías convocaban más que otras, por ejemplo la tradicional. Por eso, cuando John Jairo Grajales ganó, se escuchó un solo grito.

En la misma malla estaba el niño José Miguel Zapata, que le mandaba picos a su prima María Carolina Atehortúa, antes de que esta supiera que había logrado el tercer puesto en la categoría Artística. Cuando supo que ella había conseguido ese lugar brincó de la alegría y aplaudió.

Desde el otro lado Carolina lo miraba, la felicidad era evidente: ser finalista, ser silletera ya era ganar.

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