Poeta y publicista. Estos dos oficios que para muchos resultan distantes son los que ha realizado el poeta Jotamario Arbeláez.
Hizo parte del Nadaísmo, al lado de Gonzalo Arango, Jaime Jaramillo Escobar, Amílcar Osorio, Elmo Valencia y Darío Lemos.
Y fue precisamente con este, el poeta nacido en Jericó, en 1942, y con Eduardo Escobar, a quienes unía una gran amistad, con la que constituyó el ala denominada Las flores del mal, como el poema de Charles Baudelaire dentro del movimiento literario, por ser los más inquietos integrantes.
Sus poemas, que se caracterizan por el humor, la irreverencia, el erotismo y el lenguaje directo, se escucharán en el 28° Festival Internacional de Poesía de Medellín.
Ha asistido numerosas veces al Festival. ¿Lo ha hecho como espectador?
“Es verdad. He participado muchas veces. Hace dos años no lo hacía. Siempre voy a leer poesía y a dictar talleres. Escucho, cuando mis compañeros leen sus poemas, pero nunca he estado como espectador”.
Es distinta la lectura que hace alguien en intimidad de esa que les hace a los asistentes de un auditorio, como en este certamen. ¿También lo cree?
“Sí, cambia un poco. En cuanto a mi obra, porque en ella trabajo con juegos de palabras, dobles sentidos, mamadera de gallo, como decía García Márquez. De modo que, cuando leo, le pongo la propia entonación, hago énfasis en ciertas frases que deseo destacar...”.
Mientras que el lector solitario lo haría tal vez en otras...
“Claro. De acuerdo con sus vivencias”.
¿Recuerda qué lo motivó a ser escritor? ¿Qué lo hizo poeta?
“Al principio, en el bachillerato, escribía poemas sociales. Reclamos que se sintonizaban con la primera violencia. Era una línea un poco redentorista, de izquierda. Hasta que llegó Gonzalo Arango a Cali, a predicar el Nadaísmo. Desde ese momento, no digamos que abandoné el reclamo social, porque lo seguí haciendo en columnas de prensa, sino que la poesía se fue tornando más narrativa de acontecimientos urbanos. Fue también decisiva la figura de Ernesto Cardenal, el poeta nicaragüense que, ya viejo, se hizo sacerdote en el Seminario de La Ceja, Antioquia, en los años sesenta. Cambiamos hacia una poesía más conversacional, con influencia de las corrientes españolas y, especialmente, del movimiento colombiano de Piedra y Cielo”.
¿Recuerda el primer poema que escribió?
“No sé si sería el primero, pero sí, al menos, el más antiguo de los que me acuerdo, se titulaba La Pitonisa. Decía así:
Cuando nací, la Pitonisa, / prevalida de no se sabe qué dotes, / pidió a mi madre que escogiera entre estos dos privilegios: / que al yo cumplir los 25 años recibiera un millón de dólares / o fuera el mejor poeta del mundo. / Y la bruta escogió que fuera / el mejor poeta del mundo”.
¿Cree que su poesía, en cuanto a la forma y las obsesiones que transmite, ha cambiado en el tiempo?
“Estoy recluido en mi casa en Villa de Leyva y reviso archivos de 40 años de escritura. Hay borradores desde los años sesenta, a los que intento darles una figura final. Me he dado cuenta de que, a la larga, mi poesía es la misma desde la adolescencia. Puede ser que ahora tenga más experiencia y destreza, pero el tratamiento de los temas es el mismo”.
Usted es publicista. ¿La publicidad le ha aportado a su poesía o viceversa?
“Lo de la publicidad llegó cuando gané el premio de poesía de Oveja Negra. Me hicieron una entrevista y, en ella, soltaba frases que tenían cierto tufillo publicitario. Dije, por ejemplo: ‘el cigarrillo produce cáncer y la marihuana, locura’. Me ofrecieron un trabajo en publicidad. Con ese me pensioné. Así que la poesía me llevó a la publicidad y esta me patrocinó la creación poética”.