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Así es el peso de El Hambre sobre Martín Caparrós

El Hambre de Martín Caparrós es uno de los libros más fundamentales y significativos del autor.

  • Martín Caparrós es un escritor y periodista argentino. El Hambre es una de las obras más significativas de su carera. FOTO CARLOS VELÁSQUEZ
    Martín Caparrós es un escritor y periodista argentino. El Hambre es una de las obras más significativas de su carera. FOTO CARLOS VELÁSQUEZ

Martín Caparrós no se siente cómodo hablando en público, él mismo lo reconoce antes de subirse a un escenario como pidiendo disculpas previas por cualquier falta que vaya a cometer. Sin embargo, lo hace. No siempre le pasa, en sus talleres de periodismo que dicta con la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano se muestra más cómodo, pero cuando se trata de otro tipo de eventos, como una conferencia, no está a gusto. ¿Por qué tendría que ser Caparrós conferencista si no es lo suyo? Porque El hambre lo llevó a ello.

El hambre es un libro de 600 páginas que tiene una advertencia en la contraportada: “Si usted se toma el trabajo de leer este libro, si usted se entusiasma y lo lee en —digamos— ocho horas, en ese lapso se habrán muerto de hambre unas ocho mil personas: son muchas ocho mil personas. Si usted no se toma ese trabajo esas personas habrán muerto igual, pero usted tendrá la suerte de no haberse enterado”.

Así introduce esta investigación, el fruto de una serie de trabajos que hizo entre 2005 y 2010 para el Fondo de Población de Naciones Unidas. La misión no era únicamente retratar el hambre en el mundo, pero encontró que este era el gran problema de fondo entre todas las historias y quiso investigar más, hasta dar con esta crónica que publicó en 2014 por primera vez y ahora rueda por más de quince países.

Leila Guerriero definió el libro como un ensayo/crónica porque Caparrós no solo cuenta sus recorridos y suministra datos e informaciones, sino que se toma espacios para reflexionar sobre lo que va descubriendo, y añade apartes de las conversaciones que tuvo con sus allegados durante la escritura del texto. Esta sección se llama (Palabras de la tribu), a manera de paréntesis, y se pregunta constantemente: “¿Cómo carajos conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?”.

Además de los impresionantes números, de las 25.000 personas que mueren cada día a causa del hambre, Caparrós llega a otra terrorífica conclusión: el mundo produce la suficiente comida para alimentar a todas estas personas, pero esta no está distribuida correctamente. El sistema financiero la usa para especular y muchas veces los productores prefieren desechar parte de sus cosechas para que no bajen los precios y se afecte su economía, una excusa que se cae fácilmente al enfrentarla a la historia de Aisha, una mujer nigeriana que come todos los días una bola de harina de mijo, siempre que puede, y que si se le apareciera el genio de la lámpara de Aladino, le pediría una vaca que le dé mucha leche para vender y poder comprar insumos para hacer buñuelos y llevar al mercado. Cuando la entrevistó, Martín le insistió en que podría pedirle a este genio cualquier cosa, lo que se le ocurriera, a lo que Aisha le contestó: “¿Dos vacas?”.

Las historias son impresionantes, aunque Caparrós aclara que no quiere hacer pornomiseria, además tampoco quiere que nos quedemos con la idea de que se trata de hechos lejanos. “Hay una función de este tipo de trabajo que yo detesto y es la función ‘hacedor de lindos’, le tomo esa nomenclatura prestada a Macedonio Fernández que era un escritor argentino de la primera mitad del siglo XX que decía que la alcaldía de la ciudad de Buenos Aires debía pagar un señor espantosamente feo, un esperpento horrible, para que se paseara por la calle principal de Buenos Aires para que los demás dijeran ‘ah, pero yo no estoy tan mal realmente’. Esa función la llamaba hacedor de lindos y yo tengo mucho miedo de que cuando uno cuenta historias duras sobre lugares más o menos alejados del lector, él use esas historias como el esperpento, para mirarse y decir ‘ah bueno, yo no estoy tan mal’. Por eso en este libro, que lo escribí en Argentina y pensaba en primera instancia en un lector argentino, hay un capítulo sobre la Argentina”, explicó Caparrós en una charla en Medellín, en 2017, donde los asistentes llegaron buscando soluciones: preguntaron por políticas educativas, sistemas de producción y formas de manejar la asistencia gubernamental para que sus comunidades no se volvieran dependientes de ella. Al fin y al cabo, en el libro lo que se plantea es una gran problemática y lo que se atreve a proponer el autor para solventarla también tiene que ver con grandes cambios al sistema económico.

Caparrós intentaba reflexionar sobre cada uno de los cuestionamientos, sin embargo, había definido algo ya hace un tiempo y es lo que responde cuando le preguntan por los resultados que esperaba obtener con el libro. “A mí no me gusta pensar las cosas en los términos de la ética de los resultados, no creo que haya que hacer las cosas por lo que uno pueda obtener, pienso que hay que hacerlo porque uno cree en eso, hay que hacer aquello de lo que uno esté convencido. A veces funciona, a veces se producen buenos resultados o no, pero eso no es lo que importa sino hacer lo que uno cree que vale la pena hacer”, declaró.

Nuevos problemas

De El hambre, tristemente, se podrían seguir escribiendo muchos capítulos, por supuesto uno sobre Colombia. Por ejemplo, fue en nuestro país que el autor se encontró con la palabra “desechables”, que aparece en el libro como una forma de ilustrar que al sistema económico actual le sobran manos productivas y finalmente debe desecharlas; al no poderlas eliminar, porque “queda feo”, las hace a un lado, con todo lo que ello implica. Además, en este viaje a Colombia, que es un destino frecuente en su agenda, Martín Caparrós estuvo en La Guajira, donde se sorprendió por el mal que ha hecho el asistencialismo gubernamental a las comunidades del norte del departamento. “Los niños no se acercan a jugar contigo, sino que directamente estiran la mano”, algo que lo dejó muy impresionado y prometió trabajar el tema más adelante.

Su análisis sobre Venezuela también resultó de alto interés. “Creo que en el caso de Venezuela fue una tontería, fue un error de planificación de un Estado que pensó que podía, hasta con buena intención, mejorar la distribución de los bienes y que lo hizo pésimo. Encima de eso, de sus propias incapacidades, tuvo la mala suerte del descenso de los precios del petróleo que hizo que como buena parte del consumo venezolano es importado ya no lo pudieran pagar, entonces vino esta mezcla de desabastecimiento y desesperación que hay en este momento y frente a esas cosas los Estados en vez de reaccionar con humildad, autocrítica y solidaridad para ver cómo se hace para arreglar las cosas, reaccionan con soberbia y con violencia, entonces lo que hacen es reprimir más, decir que la culpa la tiene vaya a saber quién, el fantasma de turno, y se arma lo que se arma”.

Aunque no se ve cerca el día que la situación frente al hambre vaya a cambiar, por más resoluciones saque la ONU, Caparrós se alegra de que haya por lo menos interés en el tema: “La única solución verdadera tiene que ver con que cuantos más entendamos que el hecho de que 900 millones de personas no coman suficiente, aunque todos ellos sean otros o sean distantes, es nuestro problema, es una vergüenza como sociedad”.

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