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Cuando la relación entre el artista y la audiencia trasciende, cuando deja de ser hacia un solo lado y cuando no solo es uno quien da y otro quien recibe, el arte se convierte en un acto de sacrificio personal y entrega total.
Marina Abramovic ya sabía esto, sabía que “la vida de un artista no es tarea fácil”, y se ha entregado en cuerpo, mente y energía a sus “performances” y a su público por más de 50 años, lo que le ha ganado reconocimiento a nivel mundial y, entre muchos otros premios, el reciente Princesa de Asturias de las Artes, que recibió el pasado miércoles 12 de mayo.
El jurado del galardón la consideró “una de las artistas más emocionantes de nuestros tiempos” le reconoció su valentía para dotar “a la experimentación y a la búsqueda de lenguajes originales de una esencia profundamente humana”.
“La valentía de Abramovic en la entrega al arte absoluto y su adhesión a la vanguardia ofrecen experiencias conmovedoras que reclaman una intensa vinculación del espectador”, dijeron los jurados. Ella, por su parte, consideró el premio “un gran honor y un reconocimiento”.
Entrega total
A Abramovic le gusta llamarse a sí misma “soldado del arte” (ya no le gusta que le digan “la abuela del performance), y sin duda ha enfrentado muchas batallas en este medio siglo donde aprovechó para experimentar con su cuerpo y su mente y llevarlos al límite mientras exploraba su relación con el público.
Ya desde su infancia, siendo hija de guerrilleros yugoslavos comunistas y nieta de abuelos espirituales, aprendió a usar el coraje de su padre, la disciplina y voluntad de su madre y la espiritualidad de su abuela para moldear su carácter.
Así, lo de “soldado” no parece ser una coincidencia. De hecho, para el artista del cuerpo Alonso Zuluaga, ella abandona esas armas que sus padres sí sostuvieron: “Ella toma las armas del arte para poner en juego a la sociedad desde un punto de vista político, social y antropológico”.
Posteriormente, desarrolló performances donde se ha desnudado, donde ha sido un “objeto”, como ella misma lo dijo; donde se ha sentado durante más de 700 horas a mirar a desconocidos y, más recientemente, se ha centrado en la meditación y ha realizado representaciones retrospectivas.
Una de sus obras más destacadas, “La artista está presente” de 2010 en Nueva York, la impulsó a su reconocimiento mundial y consistió en sentarse inmóvil en una silla durante ocho horas diarias por tres meses y mirar a los ojos a sus visitantes.
Su pieza más extrema, explicó alguna vez en una entrevista, fue esa en la que estuvo seis horas quieta, como una marioneta, en medio de varios espectadores que tenían 72 objetos, entre plumas, uvas, pan, rosas con espinas y cuchillos, entregados a sus disposiciones.
Quería saber qué haría el público con el poder que ella les daba. Inicialmente, fue inofensivo, pero posteriormente las personas comenzaron a agredirla, a abusar física y mentalmente, “me interesaba saber qué tan lejos puedes llevar la energía del cuerpo humano. Y ver que, realmente, la energía no tiene límites. La mente es la que te empuja hacia extremos que jamás hubieras imaginado”, dijo sobre esta pieza.
Al respecto, Zuluaga cuenta que ella siempre ha buscado llegar al límite de lo que un cuerpo puede hacer para, a través de esa acción, exponer lo que la sociedad hace con los otros, para saber qué tan violento se puede ser.
Al final, ella representa la vida real. Su vida es el arte y el arte, su vida. No utiliza más herramientas que su cuerpo, “su sangre es la sangre de todos, de la humanidad. Ella es el ejemplo vivo de la civilización humana”, finaliza Zuluaga.
En Abramovic se resume la pasión de una artista, su vida es el arte y el arte, su vida.