Experimental. Juan Sebastián Mejía le teme a la quietud. A la monotonía. A encontrar un camino en el arte y quedarse en él, cómodamente.
Este vallecaucano radicado en Europa desde hace nueve años, no solamente no aquieta sus plantas —se ha mudado más de diez veces; hoy vive en Alemania—, sino que entiende la escultura como la posibilidad de mutar los objetos, sus volúmenes y formas.
Una docena de exposiciones y algunos premios muestran que su arte, a veces pintura, a veces plástico; a veces con temas de insectos, en otras, de mezclas culturales entre Europa y Suramérica... ha logrado impactar a la crítica o al público o a ambos.
¿En su familia hay artistas? ¿Cómo fue su iniciación en el arte, allá en Cali?
“Mi abuela materna es pintora, pero yo en mi infancia nunca me interesé por el dibujo o la pintura. Fue a la edad de 14 años cuando en el colegio nos empezaron a dar clases de fotografía y yo empecé a usar una cámara que tenía mi papá y a tener resultados positivos, sin querer queriendo. Cuando acabé el colegio, no sabía qué estudiar y lo único que me interesaba en ese momento era la fotografía. No me imaginaba estudiando fotografía, pero en ese momento no me interesaba nada más. Me fui a Bogotá a estudiar Artes Visuales con énfasis en medios audiovisuales. Después de un año de haber experimentado con la escultura y la pintura, fui perdiendo el interés por la fotografía y me di cuenta que lo mío era la escultura y la pintura y en el tercer semestre cambié el énfasis por pintura y escultura. Podría decir que yo no decidí estudiar arte, sino que el arte se decidió por mí”.
¿Cuáles son sus referentes en el arte colombiano?
“Creo que mi referente colombiano, más que un artista en especial, es esa malicia indígena, esa capacidad de desmitificación de las categorías culturales y esas escalas de valores tan especial que se manejan en Colombia.
En cuanto a mis influencias, yo hablaría mejor de afinidades o de artistas cuyo trabajo me llama la atención. Entre ellos podría nombrar a Wilhelm Lehmbruck, Yves Klein, Martin Kippenberger, Pierre Huyghe, etc”.
Su trabajo es muy experimental. Háblenos de tales ensayos
“Por lo general, me aburro rápido. Razón por la cual me gusta estar cambiando. Cambiando de técnica, de ciudad, de motivo... Cambio, siempre cambio. Me interesa lo nuevo y desconocido. La vida es muy corta para vivir en el nostálgico pasado. Cuando algo me empieza a salir bien, lo dejo y comienzo algo nuevo. No me imagino toda mi vida pintando lo mismo o trabajando sobre el mismo material. Pienso que esto es una actitud muy nostálgica ante la vida.
Siempre he tenido muy claro que lo que más me gusta es la escultura, entendida de una manera global. No solamente la simple talla de un elemento. Escultura es, en el sentido más amplio, trabajo en volumen, adición o sustracción de volumen. Por esta razón, cuando comemos o nos movemos, estamos esculpiendo nuestra escultura más importante: el cuerpo.
La escultura es la practica más dinámica: nos permite traer de nuestra cabeza al mundo real nuestros pensamientos.
Aunque me mueva de una técnica a otra —pintura, fotografía, video y escultura—, concibo mi producción como un todo y mi posición frente a esta es netamente escultórica.
Un trabajo me va llevando al siguiente y así sucesivamente. Nunca me imagino nada; dejo que los trabajos se imaginen solos. Soy un medio para traerlos al mundo real.
Mis trabajos no tienen un mensaje específico. No soy nadie para darle mensajes a la gente. Cada cual ve lo que quiera. Lo que sí creo es que mis trabajos, en algunas ocasiones, dejan interrogantes o dudas, más que un mensaje definido”.