En el municipio de Gachancipá, Cundinamarca, a una hora de Bogotá, hay una casa de bahareque, con piso de tierra y techo de paja. Tiene 130 años. En su interior hay una cocina con fogón de tres piedras, un granero o cuarto de semillas que guarda fríjol, papa, maíz y quinoa. Otra habitación tiene objetos religiosos, herramientas e indumentaria campesina usada en el siglo pasado. Afuera hay una huerta con semillas nativas y varias “razas” de gallinas criollas que rodean esta finca tradicional.
A una familia se le ocurrió convertir su casa de campo en un Museo Campesino, un espacio creado en 2017 para divulgar la cultura, gastronomía y saberes ancestrales. La idea la tuvo Yadira Jiménez, veterinaria y guía turística: “Me llamaba la atención que hay museos de todo tipo, pero siempre en la ciudad o un pueblo. No veía que se valorara una finca o una casa en el campo”, comenta la mujer de 45 años, que decidió junto a su madre, María Lilia Jiménez, de 73 años, crear un recinto de saberes ancestrales.
“Siempre me ha gustado conservar lo antiguo, me parece que tienen un valor muy importante porque es patrimonio e identidad. Las generaciones vamos cambiando, pero podemos tener una huella viva de lo que ha ido cambiando en el interior de la Sabana de Bogotá”, explica sobre su proyecto de turismo rural.
Su mamá, que habla con el tradicional “sumercé”, guardó los enseres que le heredó a sus padres: las ‘cujas’ –camas antiguas–, las ollas de barro, los chorotes (chocolatera), la piedra de moler y los yugos de los bueyes para arar la tierra.
Ostenta el título a mucho orgullo de guardiana de semillas de Colombia, que recibió en 2015 por conservar y divulgar el material nativo y en vía de extinción: “He compartido con otros compañeros cubios, quinua, frijol, maíz, arracacha, habas, papas”, comenta esta sabedora sobre las reuniones que hace con otros 11 guardianes de Cundinamarca, una o dos veces al año, para compartir la colección natural criolla.
“El campo es el más olvidado, solo visitan al campesino en elecciones. Ahora nos han traído colegios, muchos pedían que les enseñaran a los niños a sembrar y hacerles recorridos para que conozcan las matas nativas del páramo, como el frailejón”, dice esta custodia de semillas.